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Detalle de portada de «Relaciones y soledades» de Arthur SchnitzlerEditorial Alfabeto

«Relaciones y soledades»: epigramas de un escéptico vienés

La edición de Joan Parra recoge una selección de los mejores aforismos de Arthur Schnitzler

alfabeto / 124 págs.

Relaciones y soledades

Arthur Schnitzler

Desde la publicación de éxitos editoriales como La Viena de Wittgenstein (Janik y S. Toulmin, 1973) o Viena Fin-de-Siècle: política y cultura (Schorske, 1979), las editoriales han hecho meritorios esfuerzos por dar a conocer la Viena finisecular a los lectores. Con Relaciones y soledades, una recopilación de aforismos de Arthur Schnitzler sobre diversos temas, la Editorial Alfabeto quiere contribuir a la difusión de la obra del escritor más paradigmático de esa entidad espiritual y cultural a la que Musil denominó Kakania.

Arthur Schnitzler (Viena, 1862-1931) pasó de ser el predilecto del gran público europeo a un autor menospreciado y desatendido, en parte debido a los anatemas que recibió de la crítica marxista, que vio en su obra efluvios de una literatura corruptora. «Decadente», «ligero» o «perverso» eran descalificativos usados a discreción para referirse a los frutos del sistema espiritual burgués, que explotaba el desasosiego social con fines artísticos, incurriendo, según estos críticos, en una reprensible frivolidad. Afortunadamente, ahora que se han abierto nuevos caminos de recepción de la obra de Schnitzler, tanto él como otros como él reciben una consideración distinta: además del interés que puedan suscitar su talento, estilo o temas, se valora su individualismo e independencia. 

Arthur Schnitzler pasó de ser el predilecto del gran público europeo a un autor menospreciado y desatendido, en parte debido a los anatemas que recibió de la crítica marxista, que vio en su obra efluvios de una literatura corruptora

En un momento de pasión desatada, rigidez ideológica y adhesión inquebrantable como el que le tocó vivir, hay que tomar la duda y la tolerancia no como «complacencias burguesas», sino como auténticos actos de desafío. Schnitzler buscaba, tanteaba y dudaba. Definió el arte de vivir como el sometimiento de «nuestras leyes individuales a las generales de la Naturaleza, el Estado y la sociedad, pero sin dejar de afirmar por encima de todos ellos un yo genuinamente propio». Se puede decir que, con todo su fragmentarismo, escepticismo y aparente superficialidad, poseía una rara fortaleza que impidió que su yo abdicara cuando lo hizo el de muchos otros.

Al igual que otros judíos asimilados insertos en el embrollo que era el imperio de los Habsburgo, su planteamiento vital estuvo lleno de contrastes y ambigüedades. Fue un «judío, austríaco, alemán», hijo del integracionismo cosmopolita; es decir, integrado y al mismo tiempo desarraigado –«tengo compatriotas en todas las naciones, camaradas en todos los ámbitos y hermanos que no tienen ni idea de mi existencia». Su padre fue un eminente laringólogo y él ejerció la medicina sin vocación –sólo la psiquiatría y la actividad literaria aliviaban el desagrado que la profesión le provocaba– hasta que el éxito de su dramaturgia le permitió deponer la actividad médica.

Schnitzler se evidencia como el mejor analista –clínico y poético– del trasfondo íntimo de la Viena de fin de siglo

Mantuvo relaciones amistosas con personalidades literarias y de la cultura de su entorno más inmediato y del resto de la Europa germánica, como Hugo von Hofmannsthal, Stefan Zweig, Reiner Maria Rilke, Alma Mahler o los hermanos Mann. Sigmud Freud lo consideró su sosia, y aunque Schnitzler recogió las doctrinas del psiconálisis en muchas de sus obras –fue pionero en el uso del monólogo interior, esto es, la representación del fluir mental elíptico y caótico antes de cualquier organización racional y expresión verbal– pensaba que la práctica psicoanalítica «atribuía una importancia desmesurada a cualquier nimiedad». Fue desposeído de su rango militar por sus invectivas contra el ejércitoEl teniente Gustl (1900)– y cercado por la censura por su impudicia –La ronda (1900), Relato soñado (1926). La incidencia de escenas eróticas en su obra le valió el epíteto de «Maupassant vienés».

Los aforismos

La sequedad del aforismo sienta bien al espíritu impresionista, escéptico y, al mismo tiempo, moralista de Schnitzler (su moral es la moral de señor nitzcheana). Los practica con una lucidez sin objeto e incluso con cierto desdén – «si agitas un aforismo, caerá una mentira y quedará una banalidad». A pesar de ello, el autor recurrirá a estas sentencias –«personajes nerviosos, displicentes y presuntuosos»– para hundir la hoja de su ingenio en el amor, la soledad, la política o la literatura.

Los aforismos que el profesor Joan Parra ha escogido para la edición de Alfabeto destacan por su interés literario, su encaje en el pensamiento de la época y su relevancia en la actualidad. En ellos Schnitzler se evidencia como el mejor analista –clínico y poético– del trasfondo íntimo de la Viena de fin de siglo, cuyos vicios –la opulencia, la incertidumbre, el sentido hedonista de la existencia– también son los nuestros, aunque deslucidos. Quizás Schnitzler no amara su época, pero perduró con ella.

En estas piezas se da, como en el resto de su literatura, una compenetración equilibrada entre los elementos psicosociológicos y los formales. Y es que Schnitzler no puede figurarse el mundo como un ente separado de los signos con los que le da forma, las palabras.