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El fin del mundo en tres páginas

Cuatro volúmenes de relatos para redescubrir a Richard Matheson, una de las grandes voces de la tradición norteamericana del cuento

gigamesh / 4 volúmenes

Shock 1-4

Richard Matheson

Si no hubiera recibido las etiquetas de horror, ciencia ficción y fantasía, el nombre de Richard Matheson (1926-2013) aparecería en los mismos manuales de historia de la literatura donde aparecen sus escritores más queridos y referentes –Franklin, Twain, Dickens, Rabelais, Balzac–. Si no hubiera recibido las etiquetas de horror, ciencia ficción y fantasía, el nombre de Richard Matheson sería hoy reconocido por un público mayoritario como una de las figuras más influyentes de nuestra cultura pop y del entretenimiento. Si no hubiera recibido las etiquetas de horror, ciencia ficción y fantasía, el nombre de Richard Matheson sería reconocido por todos los lectores como corresponde, como «uno de los escritores más importantes del siglo XX» –Ray Bradbury dixit–.

Pero ya sabemos que la literatura de género es ingrata con sus genios. Hoy debemos conformarnos con asociar a Matheson a la película Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007) protagonizada por Will Smith, basada en su novela homónima, aun cuando el filme, no siendo malo, tampoco le hace justicia. También me atrevería a decir que Matheson es más conocido entre los aficionados al cine por su participación en The Twilight Zone (1959) y sus adaptaciones, las más destacadas con guion del propio escritor –El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957) o Duel (Steven Spielberg, 1971)– que entre los lectores. Es también poco conocida la influencia que tuvo sobre Alfred Hitchcock, el mismo Steven Spielberg, y la carrera literaria de Stephen King y Neil Gaiman.

En la tradición norteamericana del cuento

De la reciente publicación de sus cuentos de horror –Shock 1-3 y Ondas de shock, este último con material inédito–, cuatro volúmenes en una atractiva edición con cubiertas de Luis Bustos e intachable traducción a ocho manos –Pilar Ramírez, María Alonso, Raquel Marqués y Munir Hachemi–, se puede decir, para empezar, que Richard Matheson no tiene nada que envidiar a otros grandes de esa tradición tan norteamericana del cuento a la que pertenece –mismamente Saunders o Carver, por poner a dos de los más conocidos y que también han explorado argumentos futuristas o distópicos–.

La originalidad y el ingenio de sus planteamientos aún nos sugestionan a cuarenta años vista. Todo el corpus de series de televisión pertenecientes al género todavía no ha podido habituarnos a sus insospechados desenlaces y privarnos de la sorpresa que nos procuran. Finales precedidos de inquietantes tramas donde la constante es la virulenta reacción de una realidad cotidiana, de apariencia inocente por acostumbrada, frente a un hombre desprevenido a merced de fuerzas ocultas: un villorrio que fagocita urbanitas, una playa que engulle a la humanidad, un teléfono que conecta con el más allá…

Portada de «Shock 2»Cubiertas de la serie de Luis Bustos

La ironía y la sorna con que Matheson jalona el suspense es un sello distintivo de una mayoría de sus relatos. Y en el ejercicio de ese desenfado y de su enorme capacidad de abstracción para comunicar ideas, se puede permitir narrarnos la extinción de la humanidad en apenas tres páginas –como en Lemmings)–.

En otras ocasiones –como en Mantage–, Matheson se pone lírico, y nos deleita con reflexiones de calado acerca de la fugacidad de la existencia y de nuestros habituales, pero equivocados deseos de trampearla cogiendo atajos para evitar esos desconsuelos que, en definitiva, son necesarios para saborear mejor las alegrías. Las identidades múltiples que te enfrentan a tu otro yo (Al borde); la cara oscura del conocimiento (Digno de mención), cuyo exceso puede convertir la vida en un infierno; o el retrato perenne de una sociedad paranoide –La danza de los muertos, Legión de conspiradores, El repartidor– son temas que pueden extraerse de la lectura de estos cuentos preparados para disfrutarse tanto como para pensarse. Como la mejor literatura.