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Detalle de portada de «Crónica desde el país de la gente más feliz de la Tierra» de Wole SoyinkaAlfaguara

Nigeria deconstruida

Una visión amarga y ácida de la realidad nigeriana escrita por el primer Premio Nobel del continente africano. Un libro con muchas facetas que logra ser fascinante en sus partes, pero fallido en su conjunto.

alfaguara / 619 págs.

Crónica desde el país de la gente más feliz de la Tierra

Wole Soyinka

Una de las grandes noticias del pequeño mundo editorial ha sido que Soyinka publica una novela. Es un acontecimiento por haber sido el primer africano en recibir el premio Nobel de Literatura, allá en 1986. También por ser el primer autor de raza negra laureado. Desde entonces, solo ha habido dos más, la enorme y recientemente fallecida Toni Morrison y el flamante ganador de la última convocatoria, Abdulrazak Gurnah.

Sin embargo, lo que ha convertido Crónica de la gente más feliz de la tierra en una noticia editorial es el género en el que está escrito, pues Soyinka apenas ha practicado la narrativa. Su segunda y penúltima novela es de 1972. Pero no es un Bartleby. Su producción dramática, poética y memorialística en ingente y, por supuesto, apenas traducida al español. Ya se sabe que la narrativa es el género por antonomasia, que la novela vende y por eso este libro se ha traducido a numerosos idiomas y la presencia del autor en los medios se ha multiplicado. Como si lo que hubiera escrito en los últimos treinta años no fuera importante. Sea justo o no, así es la realidad y también por eso escribimos esta reseña.

Se está promocionando «Crónica de la gente más feliz de la tierra» como una novela política, un thriller policiaco y un dibujo a contraluz de la realidad nigeriana. Tiene un poco de todo ello, pero no llega a ser nada concreto

Desde el punto de vista estructural Crónica es una de las novelas más descompensadas a las que me he enfrentado. Está dividida en dos partes que encajan perfectamente en la trama. Una presentación, donde se introduce a los personajes en su contexto y un conflicto que deriva en la acción propiamente dicha con propio desenlace. Hasta aquí todo bien, pero la irregularidad surge cuando vemos que la segunda parte, conflicto y desenlace, comienza en el último cuarto de la novela. Las primeras cuatrocientas páginas se mueven entre la miscelánea, el excurso, la crónica periodística o el flujo de conciencia de alguno de los personajes. Algún otro crítico ha señalado las dificultades que encierra su lectura y yo explicaría que más que por la oscuridad del texto, es por la ruptura con nuestras expectativas. No leemos un ensayo con la misma cabeza con que leemos una novela. Por muy compleja que sea la narración, confiamos en que el elemento ficcional nos atrape y se nos cuente a fin de cuentas una historia. Nadie duda de la capacidad narrativa de Soyinka, que demuestra con creces en la segunda parte del libro. Las últimas doscientas páginas agilizan la lectura en una apasionante mezcla de acción externa con la interna.

La irregularidad surge cuando vemos que la segunda parte, conflicto y desenlace, comienza en el último cuarto de la novela

Soyinka es un autor muy crítico con la realidad política y social de Nigeria (ha sido apresado por sus ideas en varias ocasiones) y en esta novela mantiene toda su acritud o incluso la extiende aprovechando el amplio espacio que permite el género. La realidad de su país está descrita con un tono que alcanza altos niveles de causticidad. Tal vez algún lector pueda reaccionar ante su corrosiva visión. Mezcla la sátira con una fuerte ironía trágica que deriva en lo que él llama «un caso de humor negro. Le sacas el humor a los que sabes que no estaba destinado a ser gracioso».

Sería un error considerar que esta novela sirve para entender la realidad africana (manteniendo la visión eurocéntrica de que todo el África subsahariana es una única región y cultura), pues Nigeria tiene ciertas peculiaridades que no comparte si quiera con sus vecinos: es un país de habla inglesa aparentemente democrático aunque con una corrupción endémica y unas diferencias religiosas (mayoría musulmana al norte y cristiana al sur) que solo se ha agudizado con la aparición del grupo Boko Haram, cuya presencia en la novela es sutil pero constante.

Se está promocionando Crónica de la gente más feliz de la tierra como una novela política, un thriller policiaco y un dibujo a contraluz de la realidad nigeriana. Tiene un poco de todo ello, pero no llega a ser nada concreto. Tal vez cuarenta años sin escribir una novela son demasiados.