Lírica, épica y tragedia griegas en la Andalucía donde no existía el aire acondicionado
La Guerra Civil sin interés político, pero en toda su crudeza; humanidad a tumba a abierta, con sol cenital, olores de flores vivas y coloridas, y muertas y agrias
destino / 195 págs.
El mono azul
La Guerra Civil es uno de los temas a los que —parece— más vueltas se le suele dar. Libros de ensayo, novelas, reportajes, películas. Aunque, en la mayoría de las ocasiones, con un tono propagandístico. En ciertos casos, tono burdo; en unos pocos, tono sutil. Incluso quien siente aversión por verse identificado con alguna de las dos Españas procura abordar el sesgo político para, así, delimitar su equidistancia. No encaja en este cariz El mono azul. Y no porque su autor fuese hombre difícil de catalogar políticamente, sino porque es una obra que versa, sobre todo, de humanidad. Una humanidad en medio de una guerra brutal. Pero humanidad, y a tumba abierta. Una mezcla de lírica, épica y tragedia griegas, ambientada en la Andalucía donde no existía el aire acondicionado, sino los botijos y los visillos. Porque hay un toque intensamente mediterráneo, cenital, con olores de flores vivas y coloridas, y muertas y agrias. No es el Mediterráneo de los anuncios de vermú, aunque algo encontramos también.
El nombre del título viene de la ambivalencia ideológica que implicaba esa pieza de vestir. O para trabajar, mejor dicho. Para falangistas y para socialistas y comunistas era un símbolo de su lucha —sincera o impostada— por la clase obrera. Desde ambas trincheras se asesinaba, se vengaba y se desertaba casi por igual, alegando los mismos supuestos ideales. Pero ese es el escenario de El mono azul; su trama es una historia de amores y amoríos, celos y desdenes, pasiones penetrantes y oscuras, odios pacientes, miedos y frivolidades, rencores y esperanzas.
Una obra que versa, sobre todo, de humanidad. Una humanidad en medio de una guerra brutal. Pero humanidad, y a tumba abierta
El autor recurre a una ironía que elude el sarcasmo gratuito y los suaves contrapuntos. En muchos pasajes, la lectura es cruda, pero no morbosa. Hay mucho de cercano, de sugestivo. Recurre con frecuencia al atinado efectismo del in medias res o del estilo behaviorista, salpimentado de una perspectiva coral, y capítulos tendencialmente breves y concisos. Duque, que en 1973 resultó finalista del Premio Nadal con esta novela, ahorra al lector los excursos y análisis psicológicos —aparte de los pocos que de verdad son necesarios—, así como todo atisbo de sermoneo o acotaciones moralistas. Porque ya la vida que describe —y los ardores humanos que nos muestra— ofrecen sobrada y complejísima moraleja: el que esté libre de pecado…
El estilo de Duque es muy reconocible: anécdota aguda, visión calidoscópica, vocabulario preciso y rico –propio del campo y de lecturas amplias, términos que hoy han caído en desuso–, sensaciones, olores, sabores y calidades matéricas. Como un Delibes andaluz; esa escritura meridional que huye de lo pedante, y que recrea por igual el hollín, la jara, el zumbido de las abejas, el sol, los fogones, las luces tornasoladas y el picor de las adelfas. En El mono azul aparecen los paseos ávidos de que se vale Eros, la atracción irreflexiva que une las carnes de hombres y mujeres de diferentes clases sociales. Pero también aparecen los otros paseos, los de la guerra. Una guerra que desató resentimientos de años previos, cuando los navajazos repentinos columbraban algo. Pero una guerra donde también hay soldados que confraternizan en el frente.
El estilo de Duque es muy reconocible: anécdota aguda, visión calidoscópica, vocabulario preciso y rico –propio del campo y de lecturas amplias, términos que hoy han caído en desuso–
Sin duda, algunos retazos podemos entresacar para destacar cómo es este libro y cómo escribía Aquilino Duque. En una frase esenciaba lo que otros malogran con párrafos pretenciosos. «Desde que un rayo la dejara viuda, Rafaela había hecho voto de no probar en su vida el queso ni las aceitunas». «Estrella, que era una flor recién abierta, se tenía por una fruta caída». «Los acaudillaba un señor obeso y resoplante, un jeque almohade de sombrero colonial y cachaba de pastor que trepaba las cuestas jadeando y a cada resoplido soltaba una ingeniosidad». «Araceli tenía grandes ojos negros y dos lunares en un muslo». «La Ciudad Universitaria parecía un campo de otro planeta». «Estrella había sido una niña despierta pero distraída». «Jóvenes, en su mayoría hombres cuajados en aquellos tres años, volvían de la guerra como quien vuelve de una fiesta. No hay fiesta como la guerra para el soldado victorioso».