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Portada de «La mujer zorro y el doctor Shimamura» de Christine WunnickeImpedimenta

«La mujer zorro y el doctor Shimamura» de Christine Wunnicke

El sueño de la razón produce zorros

La novedad de Impedimenta, traducida por Richard Gross, es un cuento literario con un desarrollo argumental de intriga y muchas virtudes

impedimenta / 189 págs.

La mujer zorro y el doctor Shimamura

Christine Wunnicke

En un artículo publicado el 24 de marzo de 1892, el diario parisino Le Temps se hacía eco de un suceso ocurrido durante una de las lecciones clínicas de Jean-Martin Charcot, en el anfiteatro del Hospital de la Salpêtrière: una paciente, en estado de hipnosis inducida, creyó ser una mujer oriental después de ver al joven estudiante japonés que acompañaba al doctor. Durante unos instantes, cantó y recitó en lengua nipona, mientras se contoneaba y tañía un instrumento invisible. En el momento en que el joven estudiante abandonó el estrado, el desvarío cesó.

El joven estudiante japonés al que hace referencia la crónica no es otro que Shimamura Shunichi (1862-1923), psiquiatra y profesor de Neurología en la Escuela Superior de Medicina de la Prefectura de Kioto y cuya peculiar –y olvidada– existencia recobra Cristina Wunnicke en La mujer zorro y el doctor Shimamura. Este relato alucinado, que se mueve entre la biografía, el mito y el chascarrillo, fue merecedor del premio Franz Hessel y finalista del Premio Alemán del Libro.

«La mujer zorro y el doctor Shumamura» es una novela subyugante, tanto en la forma –está maravillosamente narrada– como en el contenido.

La autora nos sitúa ante un doctor Shimamura mayor, que es cuidado (y, por tanto, vigilado) por cuatro mujeres –Sachiko (esposa), Yukiko (suegra), Hanako (madre) y una criada «a la que a veces llamada Anna, pero más a menudo Louise»–. Como médico, su descubrimiento más feliz consistió en cubrir con colchonetas las paredes de las habitaciones de los pacientes más exaltados. Viste un batín raído que compró décadas atrás en una tienda aledaña a la Pariser Platz de Berlín y está enfermo de tisis.

Mucho antes de convertirse en el profesor emérito y provecto que ahora es, Shimamura fue un joven investigador al que encomendaron recorrer una remota y paupérrima región llamada Shimane para estudiar la epidemia de la obsesión por el zorro, una superstición originaria del culto sintoísta que solía afectar a las mujeres en verano. A las posesas por el zorro les sobreviene una serie de manifestaciones que culminan con la transmutación en el animal. Shimamura, descreído y escéptico ante los remedios chamánicos de su joven asistente, identifica en estas mujeres unas dolencias mucho más prosaicas –meningitis, gripe– que el mal vulpino.

Sin embargo, antes de abandonar la región, es requerido por el pescadero del lugar. Su hija Kiyo presenta una sintomatología incontrovertible: está poseída por el zorro. Después de ver a la muchacha caminar por el tejado desprendida de su piel humana, el doctor Shimamura comenzará a padecer una fiebre crónica para la que no encontrará ni explicación ni remedio, además de otra curiosa secuela: comienza a gozar de las atenciones de las mujeres.

A partir de entonces la vida del doctor será un delirio febril. Gracias a la concesión de una beca de investigación, viajará a Europa. Con una carpeta llena de xilografías obscenas bajo el brazo como documento gráfico de sus investigaciones, conocerá a las luminarias de la psicología moderna europea: Tourette, Binet (que no «Bidet», como en un principio cree oír, estupefacto), Breuer, Freud y el legendario Charcot. La simpatía inmediata que siente hacia el descubridor de «la gran histeria» le hace creer que este le ayudará a entender su enfermedad y desentrañar el misterio de lo ocurrido en Shimane. Sin embargo, al verse obligado a participar en una de sus lecciones magistrales, descubre que esa impúdica exhibición del infortunio femenino no es más que un espectáculo para el gran público, con su puesta en escena, sus coreografías y sus intérpretes en busca del estrellato.

La mujer zorro y el doctor Shumamura es una novela subyugante, tanto en la forma –está maravillosamente narrada– como en el contenido. La pasión de Occidente por Japón fue concomitante con la era Meiji (1868-1912), un período que corresponde con bastante precisión a lo que en Europa se da en llamar la «Belle Époque». Las luces de la época iluminan la obra de Wunnicke en todo momento, cuyo tema de fondo es la explotación de nuestro ser supersticioso, obstinado y temeroso.

La autora manifiesta el don sublime de construir algo original que, sin embargo, posee sustantividad

En esta obra, la autora manifiesta el don sublime de construir algo original que, sin embargo, posee sustantividad. Algunos pasajes son espeluznantes; otros, hilarantes. Su esencial ironía impide nuestra implicación sentimental con el doctor, un pobre diablo que se esfuerza por hallar algo de luz a pesar en su adulterada razón, atrapada entre la ciencia académica y las historias surgidas de las profundidades de la vida popular.

La historia de Wunnicke es tan intrigante y está tan bien contada que consigue que nos dejemos arrullar por lo maravilloso. Su compendiosa exquisitez nos despabila, sus interrogantes disparan nuestra imaginación y su lengua armoniosa nos deja con la boca abierta.