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Detalle de portada de «Hombre solo» de MingotePlaneta

«Hombre solo»: usted está aquí

La reflexión, el humor, la crítica y la magia conviven en esta obra que condensa la maestría del gran Antonio Mingote

Un náufrago llega a una pequeño islote repleto de yerba y se topa con un cartel que le espeta: «prohibido pisar el césped». Un hombre corre feliz a abrazarse con un espantapájaros. Un astronauta encuentra en mitad del espacio ingrávido unas escaleras que llevan a no sabemos dónde. Hombres melancólicos, soñadores, hombres que fantasean, se pierden o tratan de en-contrarse en laberintos infinitos. Hombres solos. Estos son los protagonistas de los dibujos que encontramos en la obra por la que Antonio Mingote (Sitges, 1919), según sus propias palabras, prefiere ser juzgado.

Pero paremos un momento. Antes de avanzar demasiado, debería reconocer sentirme un poco abrumado por hablar de esta obra. No solo por la obra en sí, de la que podemos dedicar (y ya se han dedicado) infinidad de líneas, sino porque no sé si soy la persona más adecuada para hacerlo, habida cuenta que en estas mismas páginas (digitales, se entiende) de EL DEBATE hay voces que conocieron infinitamente mejor a su autor y cuyas obras incluso no pueden entenderse sin la colaboración necesaria de sus trazos. Pero… ¿cómo no recaer en Mingote y su Hombre solo cuando uno se para a pensar en nuestros «clásicos» del noveno arte patrio?

planeta / 200 págs.

Hombre solo

Antonio Mingote

Porque Mingote ha sido, cómo decirlo, como las llaves de casa, o un semáforo, o las gafas para un miope. Algo con lo que uno se cruza a diario. Una parte de nosotros mismos de la que solo reparamos cuando empezamos a echarla en falta o la perdemos. Y aunque su marca sigue todavía en el día a día de muchos viandantes de Madrid o en el recuerdo de tantísimos lectores y amantes de su obra, es de justicia reivindicarla cada vez que uno tiene ocasión de hacerlo. Porque a veces, esas cosas aparentemente inanes con las que nos cruzamos a diario pasan de ser patrimonio de nuestras rutinas a parte inseparable de nuestra historia.

¿Cómo no recaer en Mingote y su «Hombre solo» cuando uno se para a pensar en nuestros «clásicos» del noveno arte patrio?

Hombre solo es, además, un ejemplo perfecto de aquello que suele decirse, eso de que las grandes obras no son las que dan respuestas, sino las que plantean preguntas. Desde luego, los personajes que pueblan las páginas de esta obra muestran ya no solo la soledad, sino una incertidumbre, una duda, una desesperación que tan pronto puede virar en melancolía como en sonrisa. Y tal vez ese sea, la duda, el ingrediente básico del humor, del buen humor. Ese absurdo instante en el que puede pasar cualquier cosa. Como en la viñeta en la que un escultor está a un solo golpe de cincel de terminar una escultura de un ángel y el espectador se pregunta «¿caerá al suelo la figura o se echará a volar?». Ese reflejo de lo irreal, de lo imposible, traslada en imágenes aquello que decía Orson Welles de que «nacemos solos, vivimos solos, morimos solos», pero que está en nuestras manos hacernos pensar por un momento que no es así.

¿Qué significa Hombre solo? No sé si esa sería su intención, pero alguno podría pensar en la polisemia de esa expresión que da título al libro del que hablamos. Por un lado, es evidente, muchos de los personajes de esta obra reflejan una soledad desesperada, como la de aquel que, tras viajar por un páramo desierto, atraviesa una puerta que reza «entrada» para ver que al otro lado solo hay más desierto. Pero también podría entenderse como «solamente hombre», algo así como ese recordatorio latino de Hominem te esse memento. Como un recordatorio de nuestras propias limitaciones. Como aquel esqueleto de quien murió escribiendo «Viva yo». Un recordatorio que, además, le permite a Mingote añadir esa crítica a nuestra sociedad (o a ese conjunto de seres solos), con esa ironía y esa mala leche que contrasta tanto con los trazos amables con los que nos tenía acostumbrados.

Solamente un hombre. Un hombre solo. Y solamente en el hombre puede convivir la impotencia, la debilidad, la desesperación, con la magia. Porque esa magia anodina, esa magia cotidiana y a veces absurda, es parte consustancial de nosotros mismos. Como la obra de Antonio Mingote, «el gran humanista del siglo XX» según Francisco Umbral, que en medio de ese eterno laberinto en el que transitamos a diario, se dedica a recordarnos que «usted está aquí».