Los desafueros de la imaginación de un idiota con pretensiones
«Una historia ridícula» de Luis Landero, sátira de las miserias humanas y las ínfulas de intelectualidad
tusquets / 288 págs.
Una historia ridícula
En Una historia ridícula el escritor pacense (Alburquerque, 1948) recupera a Marcial, un personaje que había creado hace más de treinta años en un brevísimo relato titulado «Asalto a la casa de la mujer amada», en el que el protagonista en primera persona narra y representa al mismo tiempo su fracaso amoroso, tras no ser admitido como pretendiente en la casa de su amada. Aunque inicialmente, a pesar de la fuerza con que el personaje se había adentrado en su alma, se resistió a tirar del hilo de su voz, durante el confinamiento dejó que le dictara la historia de su vida. Y es tal la fuerza de este personaje tan singular y ridículo, al que el autor de El balcón en invierno y El huerto de Emerson ha descrito como «un tiquismiquis y un tocapelotas», que las peripecias que conforman su historia se apropian del paratexto principal de la novela, que publica la editorial Tusquets.
Una voz narradora en primera persona, crítica y autodestructiva, traza en pequeñas anotaciones fragmentarias, su periplo vital. Marcial es un hombre de formación autodidacta, extravagante, grotesco y resentido, un desclasado social y culturalmente, que ha sufrido desde la niñez muchas ofensas, «pero siempre en silencio y muy de puertas para adentro». Delirante, contradictorio y antipático, es tan orgulloso y serio que, como el gran cómico del cine mudo Buster Keaton, es incapaz de reírse de sí mismo, pues la aguda conciencia que tiene de sí lo ha convertido en un personaje estrambótico que vive entre el sueño y la realidad, como Gregorio Olías, el protagonista de Juegos de la edad tardía (1989).
En «Una historia ridícula» Landero hace gala de una irresistible comicidad y maneja la parodia como «una navajilla multiusos», con la que despliega niveles más profundos de lectura
Aunque se llama Marcial no es gallardo ni garboso; es un ser apocado, que desde el matadero industrial en el que trabaja, va desgranando su visión trágica y trascendente del mundo y las historias de amor, de odio y de venganzas que han entretejido sus relaciones profesionales y personales. Su manera de hablar, solemne y elevada, contrasta con su personalidad carente de humor y con sus acciones y pensamientos ridículos; se cree culto, aunque desconoce qué es la cultura; y se enamora de Pepita, la mujer equivocada, que reúne todo lo que él anhelaría tener (belleza, buen gusto, relaciones) y a la que convierte en una Minerva de su propiedad con todos los tópicos cursis del cortejo amoroso.
Con su impostura y con los conocimientos banales, que le proporcionan algunos programas y concursos televisivos, la navegación en la red y los despojos de la baja cultura, divaga y se enreda en digresiones absurdas que reflejan una filosofía de vida trasnochada y kafkiana, que lo apresa en una auténtica pesadilla y le hace debatirse en la lucha permanente entre la realidad y los deseos, entre lo que es y lo que le gustaría ser.
Más que la historia de un fracaso amoroso, Una historia ridícula es la historia de un hombre resentido, presa de su cainismo que arrastra, como Sísifo, la piedra del rencor. Incapaz de liberarse de sus obsesiones, los fracasos vitales lo han atrapado en un atolladero mental y lo han encadenado a vivir en un ajuste de cuentas permanente que lo asfixia y enemista consigo mismo y con la especie humana. Con su comportamiento ridículo y con las diatribas que configuran su mundo interior, a semejanza de algunos de los protagonistas de las novelas de Thomas Bernhard, muestra el infierno del odio en el que consuma su existencia.
Landero analiza las miserias humanas, ridiculiza las ínfulas de intelectualidad con que se rodean los hombres mediocres
Luis Landero vuelve a recrear el «afán» quijotesco, que definió en Juegos de la edad tardía como «el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce» y que, como afirmó Hidalgo Bayal en La ficción y el afán (Ensayo sobre Luis Landero), «no es solo una ética doméstica de la felicidad», sino «una apología de la literatura, un método de composición y una propuesta de lectura», al que responden las novelas que el escritor había publicado hasta entonces (Juegos de la edad tardía y Caballeros de fortuna) y al que responderían probablemente las que seguiría escribiendo.
A través de la exageración hiperbólica, de la antítesis (visión cómica y trágica de la vida o sublime y cómica del amor) y del oxímoron, con una retórica patética, repetitiva y de frases encadenadas —algunas se reiteran de modo casi obsesivo, al borde de la locura: «Repito: yo nunca hablo en vano»—, el escritor extremeño escribe una novela singular y cómica sobre la estupidez humana, que guarda resonancias flaubertianas de Bouvard y Pécuchet y del Dictionnaire des idées reçues y con la que muestra lo deleznable que el hombre puede llegar a ser.
En Una historia ridícula Landero hace gala de una irresistible comicidad y maneja la parodia como «una navajilla multiusos», con la que despliega niveles más profundos de lectura. Con este instrumento burlesco e irónico analiza las miserias humanas, ridiculiza las ínfulas de intelectualidad con que se rodean los hombres mediocres, combate los intentos de banalización de la literatura y renueva la creación literaria. La parodia esperpéntica está servida.