'Borges in situ'. Las desenfadadas conversaciones entre el literato argentino y dos adolescentes
María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, ha firmado el prólogo de éste curioso libro de conversaciones publicado por la editorial Alfar
Alejandro Manuel Pose Mayayo y su amigo Jorge no alcanzaban la veintena de años cuando, en 1979, decidieron ir a ver al famoso literato argentino Jorge Luis Borges para hablar de literatura y de la vida. El maestro los recibió en su casa, que se convirtió en el lugar de encuentro de las distendidas y sorprendentes conversaciones que ahora se publican en la editorial Alfar.
Sus autores advierten de que «no es un libro de entrevistas», sino que es, más bien, la evocación de «un Borges risueño, meditabundo, melancólico, banal, misterioso, profundo y, sobre todas las cosas, paciente con dos adolescentes que saltaban de tema en tema sin mucho sentido, y lo suficientemente jóvenes como para saberlo todo».
Lejos de la acartonada imagen del literato
Pose Mayayo es ahora profesor de Ciencias de la Educación, escritor y guionista, pero en aquel tiempo conocía su obra poética y su amigo Jorge (que es ahora profesor de Química en Estados Unidos y no quiere develar su apellido) «conocía toda la obra de Borges y podía citar fragmentos de memoria».
Pose Mayayo ha reconocido que cada uno tenía intereses distintos para visitar al escritor: «Jorge básicamente quería conocer a su dios literario. Pero a mí, a pesar de haberlo leído bastante, más que nada poesía, me movía la idea de charlar con una persona que en televisión siempre sonaba irónica y parecía tener respuesta para cualquier cosa que le preguntaran».
Sus primeras obras le parecían horribles
«Yo pensé que iba a encontrarme con alguien serio, complicado, de carácter taciturno; no podía estar más equivocado; conversamos de todo, nos reíamos cada cinco o diez minutos por cualquier recuerdo. No fueron las charlas de dos adolescentes con un adulto, fueron charlas de tres adolescentes», ha recordado el autor de Borges in situ. «Nuestro Borges estuvo muy lejos de las acartonadas entrevistas y de los eruditos temas encarados por no menos eruditos entrevistadores».
Pose Mayayo ha recordado que al escritor «no le gustaba recordar sus primeras obras; cuando intentamos leerle fragmentos de Fervor de Buenos Aires, Luna de Enfrente o Cuaderno San Martín, nos paró diciendo que esos libros eran horribles».
Para Pose Mayayo, lo más sorprendente de aquellos cinco encuentros fue «la predisposición y paciencia para con nosotros; de ninguna manera puede obviarse que Borges tenía ochenta años, Jorge 16 y yo 18. Saltábamos de tema en tema y él nos seguía con diversión. Le pedíamos permiso para hablar de Lugones y terminábamos preguntándole si creía que se había suicidado por amor. Le preguntábamos quién creía que era mejor, si Quevedo o Góngora, y tratábamos de convencerlo de que su elección estaba equivocada. Y él respondía siempre sonriendo».
Riéndose como un niño
Sobre qué pudo interesar a Borges de aquellos jóvenes, Pose Mayayo ha respondido que el «caradurismo» y «sus conocimientos; fuimos respetuosos pero nunca solemnes, y eso le divertía. Puestos a conversar, nuestra cultura era bastante más profunda que la de cualquier adolescente de ese entonces. El Ulises de Joyce pasaba por ahí y detrás venía el tango, seguido de Lovecraft y Cervantes. Hubo momentos, varios, en que lo vi disfrutar de estas cosas y reírse como un niño».
Pose Mayayo nunca había pensado en publicar las conversaciones como entrevista ni emplearlas para un futuro documental, pero la idea de Borges in situ como libro surgió en 2001 cuando se encontró con María Kodama por casualidad y, al contarle aquellos encuentros con Borges, ella le animó a escribirlo.
Sobre por qué no se extendieron más en el tiempo aquellas distendidas reuniones, Pose Mayayo ha declarado que "estábamos a 400 kilómetros (en Río de la Plata) y no era sencillo ni barato viajar y hospedarse; porque una novia era mucho más importante; porque jugar al fútbol los sábados era más gratificante; porque había que estudiar; porque cientos de cosas eran más urgentes; porque éramos adolescentes; en definitiva, miles de porqués estériles e inútiles que no puedo recitar sin suspirar con triste nostalgia».