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Portada de «La discoteca de Gógol» de Paavo MatsinÁtico de los Libros

«La discoteca de Gógol» de Paavo Matsin

Gógol resucita en Viljandi

Paavo Matsin firma una novela sorprendente y alocada cuyo error es fiarlo todo a la forma

Los hechos que se describen en La discoteca de Gógol transcurren en una Viljandi imaginaria, en una época indefinible en la que Estonia ha vuelto a perder su independencia al ser absorbida por un nuevo imperio zarista. En este régimen distópico, las obras literarias escritas en estonio están restringidas a usos higiénicos por decreto del zar, por lo que solo pueden leerse en el cuarto de baño. Cuando La discoteca de Gogol fue publicada originalmente, en el año 2015, la idea de una anexión manu militari de las antiguas repúblicas soviéticas por parte de Rusia parecía más fantástica que ahora.

En Viljandi apenas quedan lugareños y la delincuencia prolifera. Allí, tal y como ocurría en la Sevilla de Rinconete y Cortadillo, el hampa no preocupa tanto al poder como lo harían los disidentes ideológicos (si los hubiera). La cronología de los sucesos es incierta: el narrador nos cuenta que después de la desintegración de la URSS, Estonia fue un estado libre por un breve periodo de tiempo y que ahora, al igual que las otras repúblicas bálticas, es un pueblo sojuzgado por la Rusia zarista. Sin embargo, los personajes de La discoteca de Gogol perpetúan prácticas propias de la subcultura disidente de la etapa soviética, como la producción de roentgenizdat o «música de hueso»: copias de discos de música occidental que se grababan en redondeles hechos de radiografías. Los lugareños escuchan músicas en radiocasetes, aman a los Beatles y juegan al billar.

Ático de los libros / 167 págs.

La discoteca de Gógol

Paavo Matsin

La novela de Paavo Matsin (Tallin, 1970) comienza presentando a sus protagonistas de una forma sugerente. Cada uno es más estrafalario que el anterior: un antiguo escultor que sueña con edificar un templo dedicado a los Beatles; el gerente de una librería de viejo que en vez de vender libros –que ya no interesan a nadie– dirige veladas esotéricas; un cantante marginado que se convertirá en «el gran bardo del pueblo» después de que el dueño de un anticuado negocio musical apueste por él; un dandi carterista que ejerce su profesión en el tranvía que va y viene del cementerio judío, aprovechando la negligencia de los familiares de los fallecidos...

Este último, Konstantin Opiávotich, protagonizará el portentoso encuentro que desencadena el asunto de la novela: un buen día, durante su trayecto habitual, conoce a un hombre que, según su documentación, resulta ser Nikolai Vasilievich Gógol, el colosal escritor ucraniano muerto en 1852 cuyo legado ha traspasado todas las fronteras físicas y temporales. Se le describe como un hombre de «nariz afilada» y «capote marrón» (el propio Gogol, en Las historias de San Petersburgo, incluye variadísimas descripciones de vestimentas y narices, ambas consideradas marcas de distinción entre clases sociales).

Cuando fue publicada originalmente en 2015, la idea de una anexión «manu militari» de las antiguas repúblicas soviéticas por parte de Rusia parecía más fantástica que ahora

Konstantin Opiávotich compartirá el milagroso hallazgo con sus amigos. Estos, pertenecientes a esa clase de seres naturalmente afirmativos que nunca dudan o sopesan, creerán a pies juntillas que ese hombre con pinta de indigente es el autor de Tarás bulba, resucitado de entre los muertos. Lo que sigue a continuación es un delirio inexplicable que, empleando las palabras de uno de los personajes, «no hay por donde cogerlo, incluso si uno aplica los estándares del rocanrol para juzgarlo.» Los amigos deciden encerrar a Gógol en el lavado de un local literario y turnarse para prestar el servicio de guardia. Mientras tanto, sufrirán una serie de alucinaciones que arrastrarán al lector a un desmadre psicotrópico. Para cuando quiera levantar cabeza, este ya se encontrará ante las últimas páginas de la novela, en las que se relata la propagación de un nuevo culto entorno al Gógol de Viljandi, el profeta.

La novela, ganadora del Premio de literatura de la Unión Europea, se mueve entre la erudición y la alucinación. Sobrevuela los campos de la política, la religión, la historia, la amistad, la muerte y la religión sin detenerse en ninguno. En La discoteca de Gógol, Paavo Matsin ha creado un mundo libre, potente y lleno de posibilidades, pero que llega a empachar cuando naufraga en el absurdo. En algunos momentos, sencillamente, la trama no sobrevive a la odisea de la razón.

Hay que reconocer en el autor, licenciado en Semiótica y Literatura, es un contorsionista del lenguaje. Su intuición segura de la forma le permite expresarse de una forma nítida, inmediata y sorprendente. Los frecuentes giros lingüísticos compuestos de dos o tres palabras procedentes de distintos idiomas («musikant-beatle-stilyaga»,«anciano-fool-on-the-hill»), además de deleitar, ofrecen una reflexión sobre el cruce de las nacionalidades e identidades en el gorgoteante seno de la antigua Unión Soviética.