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Portada de «Una educación liberal. Elogio de los grandes libros» de José María TorralbaEncuentro

«Una educación liberal». Un libro necesario sobre la esencia de la educación

Siete capítulos, una vida entera dedicada a la enseñanza, una reflexión –nacida del corazón de la universidad– sobre la esencia de la educación de José María Torralba

José María Torralba ha escrito un libro necesario. Una reflexión –nacida del corazón de la universidad– sobre la esencia de la educación. Con aparente sencillez y buenas dosis de amenidad (debidas fundamentalmente a la sabia combinación de lecturas y experiencias, que capta rápidamente la atención del lector) este libro agavilla un puñado de ideas fundamentales. Diría que no hay tema educativo de relevancia que no trate, ciñéndose a lo concreto y con un anhelo de diálogo que sorprende por lo poco frecuente que resulta encontrarlo hoy día. No hay aquí pensamiento dogmático ni imposición alguna, y quizá por eso son unas páginas hondamente persuasivas.

Siete capítulos, dedicados a cuestiones muy distintas, pero de gran unidad entre sí. Al comienzo, el autor define los términos fundamentales: «educación liberal», que es «uno de los nombres de la educación humanista» y el «core curriculum» que es «el contenido del plan de estudios por medio del cual una universidad ofrece a sus estudiantes ese tipo de educación».

Encuentro / 172 págs.

Una educación liberal

José María Torralba

Son muchos los nombres que cita Torralba, autores antiguos y contemporáneos, clásicos y estudiosos, investigadores y docentes. En este libro hay volcada una vida entera dedicada a la educación, y no es exagerado hablar de un «diálogo permanente» con las numerosas voces que aparecen. La tradición de la educación liberal, desde los griegos hasta los contemporáneos, recorre toda la obra.

El primer capítulo afronta la definición de las Humanidades, y la pregunta decisiva sobre las mismas: «¿son un lujo (…) o, en cambio, resultan necesarias para la sociedad?». En el estudio de esta cuestión, Torralba sigue especialmente a Ortega y Gasset y su Misión de la Universidad, obra que retomará posteriormente en otros capítulos.

El segundo capítulo continúa la definición de las Humanidades, enmarcándolas en la historia de la educación universitaria estadounidense del último siglo, y vinculándolas con la aparición del core currículum en las universidades de Columbia, Harvard y Chicago.

En el tercer capítulo se abordan los tres rasgos distintivos de la educación liberal: sabiduría, juicio y verdad. Partiendo de la «actividad académica primordial: leer, reunirse y hablar entre sí», en palabras de Alejandro Llano, el autor desarrolla «los tres rasgos esenciales de esta visión educativa: perspectiva sapiencial, desarrollo de la capacidad de juzgar y amor o interés por la verdad». Es interesante también su empeño por recalcar que la sede de esta visión educativa no debe ser únicamente la universitaria, sino que su deseo sería que estos planteamientos llegaran también a la educación secundaria (al menos los dos últimos años de bachillerato), que es un período esencial para la formación de los jóvenes. No puedo estar más de acuerdo con el autor en esta idea: el estudio de los grandes libros no debería comenzar en la Universidad, sino que es fundamental abordarlos en la etapa previa.

El cuarto capítulo es, quizás, el que recomendaría a alguien que solo pudiera leer un capítulo de este libro. Es el corazón, el núcleo de la obra, a mi juicio, y está estratégicamente situado en el lugar central de la misma. Con el título «Los grandes libros en una universidad de tradición napoleónica», el autor explica su experiencia en la Universidad de Navarra, que cuenta desde 2014 con un Programa de Grandes Libros, enmarcado en el Instituto Core Curriculum, que él dirige. Las dificultades de los alumnos y cómo se intentan solventar, las reflexiones y recuerdos de las clases que transcribe, las virtudes de los seminarios de grandes libros… todo me ha resultado interesante e inspirador, y una gran ayuda para mi trabajo docente, también en una universidad fundada sobre el humanismo cristiano y en asignaturas donde leemos algunos de los «grandes libros» de la tradición occidental.

El estudio de los grandes libros no debería comenzar en la Universidad, sino que es fundamental abordarlos en la etapa previa

El quinto capítulo estudia la educación ética y del carácter en la Universidad. Un tema de gran actualidad en la educación secundaria y el bachillerato, que sin embargo constituye la gran asignatura pendiente de las universidades. Precisamente por la influencia de la tradición de las artes liberales, la «visión del campus como una comunidad de diálogo intelectual» puede ser decisiva para afrontar esta tarea, en la que resultan imprescindibles las lecturas de los clásicos.

Los dos últimos capítulos están estrechamente vinculados entre sí: al reflexionar sobre universidad y cristianismo –no en vano la institución universitaria nace «del corazón de la Iglesia»– se llega de forma natural a la conclusión de «la universidad como comunidad intelectual», «ayuntamiento de maestros et de escolares» en clásica definición de nuestro rey sabio. Torralba dialoga con MacIntyre sobre «las universidades como lugares de desacuerdo obligado» y reflexiona brillantemente sobre estructuras y personas, siguiendo a Llano: la clave está en «esos grupos emergentes de personas que libremente se aúnan para saber más y trabajar mejor. Las personas son siempre la clave».

Una obra que se lee con atención e interés y toca aspectos fundamentales para cualquier persona interesada en la educación

La conclusión, que lista diez principios de la educación humanista, concluye brillantemente una obra que se lee con atención e interés y toca aspectos fundamentales para cualquier persona interesada en la educación y desde luego para los docentes: universitarios, pero también de educación secundaria y bachillerato. Para el lector, es una delicia el diálogo que Torralba entabla en esta obra, y que no finaliza con la lectura de la última página: sucesivas ampliaciones sobre muchos aspectos aquí tratados –por ejemplo, sobre la definición de los «grandes libros», sobre su contenido, sobre la posibilidad de llevar a cabo propuestas de algunos autores citados…– son esperables en el futuro. Al menos, la lectora que firma esta reseña los espera con ilusión, y está segura de no ser la única.