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La pequeña isla de Matinicus, en Maine, a 20 millas de Estados Unidos

La isla pirata de los libros prohibidos

Los lugareños de la isla han decidido recibir en su biblioteca todos los libros vetados por los moralistas norteamericanos

Ahora que en Estados Unidos se están cancelando todo tipo de libros sospechosos de ofender a un público cada vez más propenso a escandalizarse por la ofensa, también hay, afortunadamente, lugares donde aprecian la lectura que en tierra adentro se desprecia por veto o por olvido.

A 22 millas marinas de la costa de Maine, en el océano Atlántico, una pequeña isla se ha convertido en la biblioteca y en el hogar de todos esos textos que los ofendidos por el calvinismo norteamericano ya no quieren leer.

Indios, piratas y colonos

Matinicus es una pequeña isla peinada por el viento que sólo aparece en los escritos de un explorador en 1671 y en las crónicas marineras, allá por 1717, con viejas andanzas de piratería contra los paquebotes mercantes que tenían el arrojo de pasar por ahí. También se cuentan relatos de tensiones entre la tribu Penobscot, cazadores de focas que vivían tranquilamente y no se tomaron muy bien la llegada de los primeros colonos, con sus semillas y su ganado para sacarle partido a la tierra.

Matinicus es el reflejo a pequeña escala de la dramática historia de los Estados Unidos de América; entre la aventura de las conquistas de parajes ignotos y la violencia inherente a los hombres que, al primer vistazo, difícilmente se reconocen amigos, cuando se intentan robar entre ellos. La cosa terminó más de una vez con alguna cabellera arrancada y la imposición de las tozudas costumbres del hombre blanco. La civilización.

Faro de la isla de Matinicus

Faro de la isla de Matinicus

Desde entonces, Matinicus es una pacífica isla de marineros y guardacostas, con su iglesia protestante (Congregacional) y sus tres servicios dominicales para el turismo veraniego, que nunca falta.

El caso es que la vida de los isleños lectores discurría entre la pesca y la tranquilidad nostálgica de la vida marinera, e intercambiaban sus libros entre ellos, hasta que llegó ese momento en que todos habían leído los relatos del vecino, y decidieron que había que renovar el fondo de lectura; así que pensaron en el viejo cobertizo que antaño había servido de humilde biblioteca.

Restaurar el antiguo cobertizo

Eva Murray, una de las lugareñas supo, como todos por las noticias, de la última ola de prohibiciones lectoras en la otra orilla y decidió ir a por ellas. Desde entonces, llena su avioneta de historias desdeñadas por sus compatriotas y regresa a la isla con bolsas llenas de peticiones: novelas, ensayos, guías de viaje con las que las responder a la demanda de sus vecinos y para rellenar las estanterías del antiguo cobertizo junto al faro y el templo.

Por su parte, Kristy Roger McKibben otra vecina de toda la vida, solicitó a la Fundación Stephen y Tabitha King una pequeña subvención para agrandar el espacio y añadir una segunda estancia pensando, sobre todo, en los niños oriundos del lugar y en todos los que llegan durante las vacaciones a navegar y a disfrutar de las playas paradisíacas de Matinicus.

Aunque, de momento, falta por instalar la calefacción, Harper Lee, John Steinbeck, Toni Morrison, Margaret Allwood, junto a los escritores que han sido vetados, o lo serán en esos consejos escolares como sanedrines, han encontrado un nuevo hogar mar adentro, donde vivir menos encorsetados que en las calles de las grandes urbes o en los pueblos americanos; en la biblioteca de la isla de Matinicus: lugar y destino seguro para todos los piratas, los indios y los colonos de la libertad.

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