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Portada de «Vía Crucis» de Ratzinger, Giussani, von Balthasar y NewmanEncuentro

Las catorce estaciones del Vía Crucis en textos de Von Balthasar, Giussani y Newman

Ediciones Encuentro ha recopilado, en una cuidada edición, los textos de las catorce estaciones del Vía Crucis de tres grandes teólogos de nuestros dos últimos siglos, con introducción de Joseph Ratzinger

El Vía Crucis es una de las devociones con mayor arraigo en la historia del cristianismo. Romano Guardini dijo de ella que era «la más antigua y hermosa de las devociones populares». Es una meditación orante de la pasión y muerte de Jesucristo a través de diversos momentos y situaciones en el recorrido que hizo hasta su crucifixión. Como todas las devociones que han prendido en el cristianismo, ha nacido y se ha propagado de «abajo a arriba», si se me permite decirlo así. Las genuinas devociones son espontaneidad y tradición.

Los orígenes del Vía Crucis se remontan al siglo IV, a la época de Constantino, cuando su madre Santa Elena «redescubre» los Santos Lugares, constituidos en objeto de culto en las comunidades que allí se instalaron. Allí nació la devoción de rememorar el camino de Jesús desde el pretorio, donde fue condenado a muerte, hasta el sepulcro, en el que José de Arimatea depositó su cuerpo. Es la «Vía Dolorosa», que para quien ha peregrinado a Jerusalén constituye la experiencia religiosa de mayor hondura. Aquella devoción de las comunidades cristianas de Tierra Santa se fue convirtiendo en una tradición, que la Orden franciscana expandió por todo el orbe cristiano, dando origen a las Estaciones, como momentos de la meditación orante. Ya en el siglo XV, que sepamos, estaban fijadas las catorce Estaciones canónicas, a las que sucesivos papas otorgaron privilegios para quienes las practicaran.

A lo largo de los siglos escritores sagrados, predicadores, teólogos han elaborado textos para ayudar al creyente a su meditación. Ediciones Encuentro ha recopilado, en una cuidada edición, los textos de las catorce estaciones del Vía Crucis de tres grandes teólogos de nuestros dos últimos siglos: H. U. Von Balthasar, L. Giussani y J. H. Newman, con una introducción de Joseph Ratzinger, escrita cuando todavía no había sido elevado a la Cátedra de Pedro.

encuentro / 104 págs.

Vía Crucis

Ratzinger, Giussani, von Balthasar y Newman

La introducción de Ratzinger, como todos sus textos, es luminosa. Es la meditación del «Viernes Santo del siglo XX», con el trasfondo de las cámaras de gas de Auschwitz, de las aldeas arrasadas en Vietnam, de los suburbios míseros de la India, de los campos de concentración soviéticos (y, ahora, habría que añadir, de las masacres de los pueblos de Ucrania). La reflexión de Ratzinger se centra en las palabras de Cristo en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?». Es, nos dice, «el momento más terrible de la pasión de Jesús»: «¿No es esto el eclipse del sol histórico, en el que se apaga la luz de este mundo?». Y Ratzinger prosigue, dirigiéndose a los hombres de nuestro tiempo: «En la hora actual parece que todos nos hallamos en aquel momento de la pasión de Jesús en que surge la exclamación: ¿Por qué me has abandonado?».

A contestar a esta difícil pregunta el teólogo Ratzinger dedica el resto de su meditación, no para dar cabalmente una respuesta sino unas indicaciones, cuya clave se encuentra cuando nos hace notar que «Jesús no constata la ausencia de Dios, sino que la transforma en oración». Nuestro tiempo se ha quedado en la actitud del observador, incluso con «ideas inteligentes» –agrega con un plus de ironía– y de ahí radica el eclipse de Dios. Por eso, si queremos vivir el Viernes Santo del siglo XX (o del siglo XXI), tenemos que integrar nuestro grito angustiado en el de Jesús y «cambiarlo en una oración dirigida al Dios que, a pesar de todo, sigue estando cerca».

Los textos de las catorce estaciones de los tres teólogos ayudan y enriquecen la meditación orante que nos propongamos realizar. Von Balthasar plantea el problema de la libertad en la Pasión de Cristo y el de la responsabilidad del pueblo de Israel, para afirmar que «cristianos y paganos son igualmente culpables de su muerte». Los apuntes de Giussani buscan los varios sentidos de aquella única experiencia con las ideas fuerza de verdad, pecado y liberación.

Los textos de las catorce estaciones de los tres teólogos ayudan y enriquecen la meditación orante que nos propongamos realizar

Pero, si se me pidiera alguna preferencia, acaso respondería que el Vía Crucis de san John Henry Newman, un texto característico de su piedad. Dos elementos son recurrentes en el itinerario de sus estaciones. El primero es la interpelación al orante (de su tiempo y el nuestro), al que convierte en protagonista-partícipe: «¿Quién ha firmado su condena a muerte más que yo, cada vez que caigo en el pecado?». El segundo es el conmovedor papel de madre que juega la Virgen a lo largo de la Pasión de su Hijo, que hace suya. El de Newman es un Vía Crucis mariano, que revela la importancia de María en la visión teológica del santo inglés.

Todos los textos son de una gran belleza, lo cual es de agradecer. Y nos acercan a vivir con mayor intensidad el misterio clave de la religión cristiana.