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Isabel Almería ha impartido clase de español durante diez años en la universidad de Moscú

Isabel Almería ha impartido clase de español durante diez años en la universidad san Tijon de Moscú

Entrevista

Isabel Almería, profesora en Moscú: «En la prensa y en las aulas rusas está prohibido hablar de la guerra»

«Deberíamos preguntarnos qué hemos hecho para que chavales de 15 años manifiesten que no tienen ningún interés, ningún ideal, ni siquiera ninguna ilusión por la que vivir»

Isabel Almería Sebastián ha impartido clase de español durante diez años en la Facultad de Filología Románica de la Universidad de san Tijon, en Moscú, donde ha dejado amistades con profesores y alumnos, con los que aún guarda una estrecha relación; por tanto, es una voz privilegiada para contarnos qué sucede en Rusia, qué piensan a ambos lados de la frontera, cuál es el pensamiento del ruso de la calle, y cómo se ha llegado a esta terrible guerra.

Además, Isabel Almería también es la autora de Las horas horizontales, uno de los poemarios más bellos publicados en España los últimos meses, en el que narra el tiempo como medida en la que se camina y se sueña, mientras transitamos hacia un horizonte vivo, que nos contempla en cada paso, porque es eterno.

–Isabel, tú has impartido diez años clase en Moscú. ¿Qué ambiente has respirado durante esos años?

–Durante estos años he impartido clase en la universidad ortodoxa San Tijon, compaginando en distintos periodos el trabajo en otras dos universidades, un colegio y una academia de español. He conocido, por tanto, a gente de distintos ambientes, pero en todos ellos me he sentido siempre acogida. La gente que he conocido –si excluimos a algunos «ejemplares» del sistema burocrático– es abierta, acogedora, con gusto por la vida. Es verdad que se percibe mucha diferencia entre las generaciones. Están los que han vivido en el régimen soviético, que son siempre más cuidadosos, en ocasiones desconfiados de lo que viene de fuera, y que desean vivir tranquilos. Por otro lado, están los jóvenes, que han crecido ya en contacto con el resto del mundo y que están dispuestos a salir a la calle (no hablo de las manifestaciones actuales contra la guerra, pero recuerdo que las que hubo mientras yo viví allí, cuando encarcelaron a Navalny, o cuando asesinaron a Nemtsov, para defender lo que consideran justo.

Mucha gente se está marchando de Rusia, porque ya se ven afectados y no saben cómo podrán seguir en los años sucesivos

–Viendo con perspectiva la invasión. ¿Se esperaba esta decisión de Putin?

–Es evidente que las relaciones políticas de Rusia y Ucrania estaban ya muy deterioradas desde el 2014. En realidad, la guerra en la zona del Dombás estaba activa desde hacía 8 años. Ambos países habían roto los acuerdos de Minsk y cada uno defendía sus razones para hacerlo. Pero creo que ninguna razón histórica o geopolítica puede justificar una acción como la que Putin ha iniciado. Los ucranianos lo temían, sí, aunque, igual que nosotros, esperaban que al final no lo hiciera. Y sí, se ha visto que estaban más preparados de lo que todos hubieran creído. Pero no debemos perder de vista que la confrontación no era de un pueblo contra otro. Los ucranianos no odian a los rusos, y viceversa. Al contrario. Tampoco existe un rechazo, ni cultural ni lingüístico, como muchos nos intentan vender. Yo siempre he hablado en ruso con mis amigos ucranianos de Kiev, de Jarkov, de Jarson; nunca he tenido problemas por eso. Esto no quita que existan tendencias políticas, independentistas y todo lo que se quiera, pero ninguna de ellas justifica una invasión ni una guerra como la que se está viviendo. ¿Lo justificarían los nacionalismos que tenemos en España?

–¿Qué te cuentan ahora los amigos que has dejado allí?

–Tengo allí muchos amigos y los tengo siempre presentes. Especialmente ahora, porque ellos están sufriendo también todas las consecuencias de esta guerra, en el ámbito económico y también –y mucho– en el social. Debemos comprender que la gente no es el Estado, y que muchos rusos se están sintiendo ahora atacados por cuestiones que ellos mismos no han buscado y no desean (recordemos que muchísimas familias tienen a sus miembros entre Rusia y Ucrania). Algunos me cuentan que mucha gente se está marchando de Rusia, porque ya se ven afectados y no saben cómo podrán seguir en los años sucesivos si se quedan totalmente aislados. Otros han decidido quedarse precisamente para intentar construir y no abandonar todo lo que se había empezado. Están prohibidas las manifestaciones y en la prensa no se puede hablar de «guerra». Un amigo, antiguo alumno mío, ha dimitido porque en su universidad le han dicho que no debía hablar con sus alumnos de esas cosas… Sin embargo, otra amiga profesora me dice que ella sí habla con sus alumnos. No sé, es difícil percibir desde aquí las cosas en su totalidad. Lo que es cierto es que no debemos fomentar el odio, ese sería un gran error y, además, justificaría la idea que Putin está vendiendo desde siempre, que Occidente odia a Rusia y está contra ella.

Nunca como ahora habían existido tantos casos de ansiedad e intentos de suicidio entre los adolescentes.

Las horas horizontales es el poemario publicado por al editorial Gravitaciones

'Las horas horizontales' de Isabel Almería, publicado por la editorial Gravitaciones

– ¿Qué ha sido de tus amigos ucranianos?

–Algunos han salido de Ucrania. Otros no han querido hacerlo. Conmueven sus historias, el dolor por la separación (una amiga ha salido con su hija de 9 meses, pero su marido no puede irse), por la incomprensión (algunas de ellas me cuentan que sus padres, rusos que apoyan la versión de Putin, no les han llamado ni un día para saber de ellas). De los que siguen allí tengo noticias de que intentan seguir, en la medida de lo posible, con sus actividades. En Kiev, mi amigo Constantin Sigov, continúa, más si cabe, con su labor editorial e intelectual, intentando contar al mundo lo que sucede; en la universidad de Jarkov algunas clases se han reanudado –de forma virtual–, se realizan conferencias; la gente no quiere perder su dignidad, su esperanza. Mis amigos me han testimoniado una fe conmovedora, realmente se apoyan en la presencia de Cristo y eso les hace confiar en su gente, en su ejército, sí, pero también en la humanidad de sus compañeros de camino.

–A propósito de tu labor como docente, ¿qué opinas de las sucesivas restricciones educativas en nuestro país? ¿Nos están haciendo mejores o peores?

–He notado un cambio muy grande en los alumnos desde que he vuelto de Rusia, respecto a mis años anteriores de docencia en España. No son «malos», son mucho más apáticos, cuesta llegar a ellos desde un punto de vista humano; pero no porque se cierren, sino porque –me parece–, que ni ellos mismos saben verse, mirarse por dentro, preguntarse. Es cierto que la pandemia no ha ayudado. Nunca como ahora habían existido tantos casos de ansiedad e intentos de suicidio entre los adolescentes. Hay un vacío existencial que difícilmente se percibe entre tantas redes, tantas desinhibiciones, tanta supuesta libertad. Está claro que las nuevas leyes no ayudan, más bien empeoran esta circunstancia. Pero creo que el problema es más grande, no es de las leyes en sí, es de la sociedad. Deberíamos preguntarnos qué hemos hecho para que chavales de 15 años manifiesten que no tienen ningún interés, ningún ideal, ni siquiera ninguna ilusión por la que vivir. Yo soy muy crítica con las nuevas leyes educativas, no me parecen adecuadas en muchos aspectos. Pero, repito, creo que el problema de nuestros alumnos tiene raíces más profundas.

La poesía siempre ha sido eso: un diálogo. Un diálogo con la cotidianidad, con lo que esta esconde

–Hablemos de tu libro. Has publicado unos de los poemarios más bellos del año. ¿Por qué poesía y por qué Las horas horizontales?

–Gracias por esa valoración. ¿Por qué poesía? Pues eso deberías preguntárselo al que reparte los «talentos». La poesía ha vivido desde siempre en mí y conmigo. Compuse mi primer poema con 4 años (ni siquiera sabía escribir, lo compuse mientras iba en el autobús con mi abuela y después tuve que dictárselo a mi prima, de 7 años, para que lo escribiera por mí). Así que, supongo que, de alguna forma, nací con esa pasión.

El título del libro nació, en realidad, de forma casual. Pero me gustó la expresión. Nuestras horas, el tiempo de nuestra vida, son horizontales, tal y como nos imaginamos, al caminar por este mundo, en una línea horizontal, siempre avanzando (aunque a veces demos muchas vueltas). Pero horizontal tiene también la raíz del horizonte. Ese horizonte último que nos mira mientras caminamos y que se hace presente en nuestras vidas. El libro se divide en cuatro horas (prima, tertia, sexta y nona), que son partes del día romano, pero también marcan momentos de la liturgia cristiana. Momentos en los que ese Horizonte desciende verticalmente para alcanzar nuestro camino.

Injusticias hay muchas y las seguirá habiendo siempre. El problema no es gritarlas, sino a quién hacerlo.

–¿La poesía es la palabra que une el corazón con lo eterno, con el anhelo diario de otra vida? O ¿Qué es para ti, poeta, la poesía?

–Desde el inicio de los tiempos la Palabra es creadora. Dios crea con su Palabra. Y, es de esperar, que fuera una palabra poética, en el sentido etimológico (poiesis- cualidad de hacer, de convertir los pensamientos en materia). Pero además, la Palabra (el Logos, el Verbo, según la traducción que prefiramos) se ha hecho carne y con la carne, otra carne puede dialogar. Para mí la poesía siempre ha sido eso: un diálogo. Un diálogo con la cotidianidad, con lo que esta esconde, con la creación y su creador, con la vida y su génesis. Algunos movimientos literarios usaban la poesía para crear mundos ideales que les permitieran escapar de su prosaico mundo real. Para mí, es todo lo contrario. La poesía es una forma de mirar, de ver, de descubrir en este mundo pasajero la luz de lo eterno, el secreto que lo hace amable, incluso en el dolor. Por otro lado, es un don. Se trabaja, se pule, pero no se fabrica. Yo no puedo escribir un poema «cuando quiero» y eso es bueno, porque me recuerda que tengo que «administrar» ese talento, pero no puedo vanagloriarme de él, porque es algo siempre y, nuevamente, recibido.

–¿Sigue tu garganta gritando «por la injusticia, en una ceremonia de ecos muertos» o ya se ha calmado un poco tu corazón? ¿Se ha hecho justicia con tu deseo?

–Creo que el día en que se apague el deseo se habrá consumido mi humanidad. Injusticias hay muchas y las seguirá habiendo siempre. El problema no es gritarlas, sino a quién hacerlo. Se puede luchar siempre por la justicia, sabiendo que no depende de ti el conseguirla. Cuando hablamos de la justicia del corazón, (y no tanto de la justicia social o política) siempre hay que gritar, porque el día en que se extinga el grito será una mala señal. Ahora bien, el grito no está en contraposición con la serenidad. La paz y la incertidumbre en el hombre pueden convivir (yo lo estoy viendo en mis amigos ucranianos y rusos). Porque la paz no viene de los hombres. Porque esa Palabra que se hizo carne, ese Horizonte que nos acompaña, garantiza una paz mucho más profunda que la que nosotros imaginamos al pensar en nuestras guerras. Y esa sí es la verdadera justicia. En ese sentido sí, puedo decir que se ha hecho justicia con mi deseo. Pero un deseo así no se puede apagar nunca y, por tanto, siempre clamará por su justicia.

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