«La vida secreta de los cuadros». El Museo del Prado más allá de las imágenes
Agustín Sánchez Vidal nos abre a un sinfín de historias a partir de la contemplación de las obras del Museo del Prado. El arte se convierte en pretexto para la presentación de distintas épocas y de sus personajes más representativos en los ámbitos de la política, la economía, la religión y la cultura.
Ya advirtió Baltasar Gracián, en El Criticón, que «va gran diferencia entre el ver y el mirar» y que «poco importa ver mucho con los ojos si con el entendimiento nada». Esto es lo que parece proponernos en su ensayo Agustín Sánchez Vidal, acompañarnos a mirar en profundidad ciertos cuadros del Museo del Prado que, más allá de sus colores, sus líneas o la distribución de luces, nos permiten adentrarnos, a veces a partir de motivos casi insignificantes, en los entramados sociales, políticos y culturales de las distintas épocas.
espasa / 280 págs.
La vida secreta de los cuadros
A través de su particular recorrido podemos contemplar piezas claves del Museo, como La Anunciación de Fra Angelico, o La rendición de Breda de Velázquez, desde una perspectiva novedosa y alejada de planteamientos tradicionales. Así, al comentar el primero, el valor fundamental, más allá de la iconografía o la personalidad del pintor, es la utilización del azul ultramar, mientras que el segundo es puesto en relación con el Salón de Reinos que el Conde Duque de Olivares impulsó en el Palacio del Buen Retiro. Particularmente en este capítulo se observan las implicaciones urbanísticas, políticas y sociales del nuevo palacio, ya que, a partir de Las Lanzas, se hace referencia al Madrid del siglo XVII, al teatro de Calderón o la Guerra de los Treinta Años. Sánchez Vidal engarza a Velázquez en este entramado de forma que se enriquece notablemente la interpretación de la pintura. Obras como La rendición de Breda permiten al autor plantear de forma indirecta el importante papel de coleccionistas de arte de los reyes de España y, más concretamente, la figura de Felipe IV en la consolidación del Siglo de Oro.
Junto a estas pinturas de reconocimiento universal, se presentan otras, como Bodegón con taza de plata, copa roemer y ostras (1632), realizada por Willem Clesz. Más allá del estudio de texturas que implica gran dominio técnico por parte del pintor holandés, Sánchez Vidal parte de un motivo casi imperceptible en la pintura, un cucurucho con granos de pimienta, para plantear el tema del comercio de especias. También las joyas se convierten en pretexto para relatos mitológicos, o para enriquecer retratos acentuando la pertenencia de sus protagonistas a consolidadas dinastías, como se aprecia en las perlas que luce María Tudor en el retrato de Antonio Moro, o la Peregrina y el diamante, conocido como el Estanque, piezas únicas en la figura ecuestre de doña Margarita de Austria. Lo cierto es que, en su deseo de subrayar la trascendencia de ciertos motivos, el autor lleva su desarrollo a parámetros anacrónicos que, a mi juicio, nada tienen que ver con el original, como la proyección de la zanahoria desde los bodegones de los siglos XVI y XVII a la imagen animada de Bugs Bunny o la carátula de la película Sucedió una noche (1934). No hay que olvidar que los repertorios presentados en las imágenes obedecen en gran medida a la función y finalidad original que éstas tienen y, por ello, las comparativas entre pasado y presente no siempre son posibles porque responden a realidades muy diferentes.
Agustín Sánchez Vidal convierte el Museo del Prado en una síntesis histórico artística, abriendo nuevos horizontes en la consideración de la obra de arte, revelando que tras pinturas que hemos contemplado en numerosas ocasiones podemos encontrar matices de lectura renovadores, lo que Panofsky llamaría «simbolismos disfrazados», si bien este autor siempre apela al rigor de las fuentes y de las coordenadas espacio temporales para huir de interpretaciones subjetivas.
El libro que tenemos entre manos, por otra parte, ofrece un amplio repertorio de los géneros pictóricos a partir del siglo XV: pintura religiosa, histórica, mitológica, bodegones y retratos, desfilan ante nosotros trabando un recorrido por distintas escuelas y maestros, sin olvidar la historia del propio Museo, que tiene como protagonistas al rey Fernando VII y a su esposa, doña Mª Isabel de Braganza, así como al arquitecto Juan de Villanueva. Una historia que continua hoy, igual que prosiguen las interpretaciones de sus pinturas, en la línea de lo que señaló el arquitecto Leon Battista Alberti al afirmar en su tratado De pictura (1436) que «la relevancia de un cuadro se mide por su historia».