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Portada de «Conocer el suelo» de Mario BlázquezEditorial 16

«Conocer el suelo»: «pas de deux» con la hermana ausente

Mario Blázquez indaga a lo largo de los últimos treinta años en busca de los motivos de una hermana aferrada a la danza contra viento y marea

El fraternal es un vínculo menos estricto y jerárquico que el paterno-filial. Puede ser incluso destruido o ignorado con mayor facilidad, pero aun así deja un vacío autoconsciente, una dependencia manca. No se puede ignorar ese espacio socavado por más que quiera uno.

A medida que iba leyendo Conocer el suelo (Editorial Dieci6), la novela de Mario Blázquez que narra la relación tipo Guadiana, a lo largo de treinta años, entre dos hermanos, me venía a la cabeza recurrentemente el péndulo de Newton. En mi mente se dibujaban esas bolas pendulares, al mismo nivel y sostenidas por el mismo travesaño, que se atraen y se repelen, que giran un rato coordinadas, casi ejerciendo un minué, y luego se distancian de extremo a extremo y parece complicado encontrar entre ellas otro vínculo que no vaya a ser el choque que impulse más aún un alejamiento definitivo.

El péndulo de Newton basa todo su secreto en la masa y la energía. A menudo, uno pasa la vida preguntándose qué energía realmente, qué masa, qué inercia compartes con tu hermana, por qué me alejo, por qué se aleja, por qué rara vez, a igual masa (mismo padres) caminamos a la par. El libro de Mario Blázquez presenta una dinámica de este tipo, con el agravante de que son sólo dos bolas las que cuelgan del travesaño, sin hermanos de por medio que amortigüen el choque.

Editorial Dieci6 / 182 págs.

Conocer el suelo

Mario Blázquez

Conocer el suelo nos lleva, desde la perspectiva de su protagonista «presente», de paseo por tres décadas, de 1988 a 2019, en busca de los vestigios de la memoria de una hermana casi siempre «ausente», hasta el punto de que el pequeño de la casa ha crecido como una suerte de hijo único en una hogar en la que el nombre de la hija se pronuncia en sordina. De ella sabemos que su vida es la danza, que persigue un fantasma contra viento y marea, contra su propia familia. A ojos del lector, que son los del hermano azorado, es una chica rara, que alberga un gran secreto; a un pretendiente le gusta porque es un «poema sucio», dice.

El narrador pone su vida en relación a esa ausencia (y los escasos momentos a lo largo de los años en que se hace presente), de manera que el libro es un largo pas de deux con un espectro. Pero aunque en todo momento Blázquez mantiene a la hermana en el foco, a través de estas estampas casi anuales vamos asistiendo a la propia evolución del narrador. En el fondo, se está dando a conocer de manera subrepticia, incluso elegante. Lo vemos crecer y experimentar, ennoviarse y convertirse en padre; lo vemos caer a su manera, distinta de la de su hermana, en persecución de su propia vocación: el periodismo.

Me gusta que Blázquez, sin gastar esa prosa plana o telegráfica tan de moda, tampoco ceda al arabesco. Su narración va de lo liviano a lo grávido

Ambos «conocen el suelo» en estas páginas, que tienen algo de generacional y explican cómo los jóvenes que teóricamente estaban llamados a conquistar sus sueños tras la forja «boomer» de España, se encontraron sin la posibilidad de materializar su vocación y sin la tenaz resignación y realismo de sus padres. «Las cosas se ponen fáciles cuando una deja de resistirse», colige un narrador ya en los 40.

Me gusta que Blázquez, sin gastar esa prosa plana o telegráfica tan de moda, tampoco ceda al arabesco incluso si la danza articula esta historia. Su narración va de lo liviano a lo grávido y se preocupa realmente de indagar en los resortes de una relación fraterna en lugar de demorarse en la evocación impresionista. Incluso en los pequeños capitulitos que se insertan en torno a algún concepto de la danza (el suelo, las puntas, los distintos pasos…) se muestra concreto y depurado, no divaga ni estetiza gratuitamente. Diría que hay disciplina en el descarte y la sabiduría suficiente como para generar una inquietud y un interés en el lector.

«Una bailarina asume el riesgo de ser empujada a caminar sobre los límites de la lesión», explica el autor. En el fondo, todos somos compelidos a ello tarde o temprano y en eso consiste crecer: en aprender a caer de la manera correcta y levantarse a tiempo para una última révérence.