Fundado en 1910

Portada de «Imperios de crueldad. La Antigüedad clásica y la inhumanidad» de Manuel Alejandro Rodríguez de la PeñaEncuentro

«Imperios de crueldad». El aspecto más sombrío de Roma y Grecia, y cómo la Modernidad lo ha calcado a escala industrial

El catedrático de Historia Medieval Alejandro de la Peña inspecciona en este ensayo cómo la Revolución francesa, el colonialismo o el III Reich se basaron en una mirada parcial y anticristiana de la Antigüedad clásica

La Universidad CEU San Pablo cuenta en su Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación con un grupo de investigación dedicado a la vulnerabilidad humana. Su área de estudio aborda «la persona y la protección de los débiles: una perspectiva histórica, antropológica, social, moral, bioética y jurídica». Fruto de sus investigaciones se ha celebrado el I Congreso sobre vulnerabilidad, organizado por el Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala en Madrid.

Uno de los investigadores principales de este grupo es el catedrático Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, autor del reciente Compasión. Una historia (CEU Ediciones, 2021), así como de Sage Kings. Wisdom and Royal Power in Antiquity and Early Christianity (Schedas, 2021). Estamos, por tanto, ante un especialista académico muy centrado en una visión histórica de la piedad y la crueldad.

encuentro / 608 págs.

Imperios de crueldad

Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña

En este libro, De la Peña desarrolla cuatro grandes puntos. El primero atañe a los episodios de crueldad dentro de la Grecia clásica, cultura que, por otra parte, es considerada la madre de la democracia, la filosofía y el arte de la civilización occidental. De Esparta a Atenas, de las guerras a la explotación en las minas, de la esclavitud a los sacrificios humanos o la violencia doméstica. Similar esquema aplica este profesor a la Roma antigua, madre del Derecho y de un Imperio que llegó a ser ecuménico y humanista. Por eso, junto al catálogo de atrocidades —no sólo anecdóticas, sino inveteradas y sistémicas—, el autor expone, en un tercer apartado, el contrapunto de cómo aquella cultura clásica también generó corrientes de pensamiento atentas a evitar el sufrimiento humano y compadecerse de los débiles. De la Peña destaca, sobre todo, la herencia socrática y la estoica.

Los dos primeros segmentos del libro constituyen un repaso minucioso de instituciones y hechos históricos, abundantemente acompañados de textos de la propia Antigüedad. El profesor De la Peña cita a Esquilo, Aristóteles, Apiano, Julio César, San Agustín, Cicerón, Diógenes Laercio, Tito Livio, Justiniano, Platón, Horacio, Eurípides, Tácito, Plutarco, Suetonio o Séneca, entre decenas de otros testimonios de aquellos mismos siglos. De esta forma, nos sumerge en la mentalidad de la época, una época en que la vida resultaba áspera, y en que muchos entendían que la dureza era la única manera de imponerse y evitar ser avasallado por otros. Una época en que no pocos veían la compasión como una debilidad que pasaba factura. Una época difícil para los niños, los esclavos, los impedidos, las mujeres.

El cuarto apartado del libro desgrana cómo la Modernidad, a la hora de inspirarse en el mundo clásico, muchas veces ha optado por una visión parcial del legado griego y romano. De esta manera, en vez de ponderarse defectos y virtudes, muchas ideologías y regímenes políticos han preferido interpretar torticeramente la Antigüedad sólo en una faceta muy específica que, además, se han esforzado en imitar. De la Peña analiza desde la Revolución francesa y el imperialismo decimonónico hasta el nazismo. Al igual que en los anteriores apartados, cada epígrafe de este capítulo se nutre de copiosas citas de la correspondiente época o personaje histórico.

El autor —erudito en historia medieval— detecta cómo la Modernidad pasó de una perspectiva más o menos integradora y continuista del mundo Antiguo, a una interpretación sesgada que, por término general, se ha definido como anticristiana. Abundan los intelectuales que han pensado que el mundo Antiguo —en realidad, su mirada tergiversada, caricaturesca de ese mundo— era un mundo ideal que el cristianismo echó a perder. En consecuencia, han proliferado en la Era Contemporánea proyectos políticos que han emulado desde la pretendida pureza racial de Esparta hasta el cesarismo despiadado de Roma. Podría decirse que ha triunfado la predicación nietzscheana; la admiración del que logra imponerse a los demás y ser el vencedor, y el desprecio al débil, al inferior. En resumen, una Modernidad que ha ensalzado al hombre que conquistó la Galia —a costa de provocar masacres que muchos académicos tildan de genocidios— y ha marginado a Epicteto, el filósofo que vivió esclavo y padeció exilio.

La metodología del libro lo convierte en una obra de referencia en todos los sentidos. No sólo por el detalle con que desenmascara las derivas falsamente clasicistas de la Era Contemporánea, sino porque es fácilmente consultable por cada uno de sus epígrafes. La gran cantidad de citas —antiguas y modernas— aporta mucho color al texto, y permite que sean las voces mismas de cada momento histórico las que nos narren los distintos episodios de crueldad.