Fundado en 1910

Portada de «Una enmienda a la totalidad» de Juan Manuel de PradaHomo Legens

«Una enmienda a la totalidad». Un pensamiento tradicional para revitalizar el presente

Juan Manuel de Prada propone una mirada antropológica unitaria para un tiempo en el que evidencias que creíamos asentadas se han derrumbado.

Las mesas de novedades de las librerías están llenas de compendios de columnas, artículos y crónicas periodísticas. Con alegría podemos concluir que el género periodístico interesa al lector, y (¡sorpresa!) también la reflexión y opinión, que ocupan cada vez más espacio en la prensa en papel y sobre todo en la digital.

Una enmienda a la totalidad de Juan Manuel de Prada es una de estas novedades. Recoge artículos publicados en ABC y en XL Semanal. No es su primer compendio de artículos: hace unos meses, también en Homo Legens, publicaba Cartas del sobrino a su diablo; en Magníficat tenemos Una biblioteca en el osasis; y en Renacimiento Los tesoros de la cripta.

Podría parecer que a Juan Manuel de Prada le tenemos calado. «El Chesterton español». «El terror de las tertulias de los medios de la izquierda caniche», donde le invitan como sparring y donde sus compañeros de tertulia suelen salir escaldados. «El escritor de la exageración formal, vamos, un barroco», dicho con risita melindrosa argumentando que «es el único español que insulta diciendo botarate».

436 págs. / homo legens

Una enmienda a la totalidad

Juan Manuel de Prada

¿Pero qué dice de Prada de sí mismo? En el liminar (ojo, que utiliza la palabra «liminar», a ver si a ser verdad eso de barroco) del libro confiesa que saber quién es le preocupa y ocupa, como a todo escritor. «Puesto que vivimos en una época de falsedades e imposturas, el espectáculo de un hombre «qué sabe para quién es». (…) Ese «momento de verdad» exige despojo y gallardía».

El primer gesto de despojo y gallardía que hace es proclamar y tener claro las deudas contraídas con otros, es decir, quiénes son sus maestros. En un puesto preeminente coloca a Castellani. A lo largo de sus artículos encontramos otras lecturas fundamentales, y por lo tanto maestros, como Chesterton (claro), Belloc, Borges, o Pasolini. Todos ellos ejemplos de maitre à penser («alguien que, a través de sus reflexiones, no sólo nos invita a reflexionar, sino que nutre nuestras propias reflexiones; alguien que a la vez que estimula nuestra inteligencia la impulsa valerosamente por caminos nunca transitados». Todos ellos con asentada conciencia de estar en el margen, evitando todo tipo de subterfugios para no acomodarse a la intelligentsia. De Prada lo llama filosofía quijotesca, luchar contra el espíritu de nuestra época, aun sin esperanzas de victoria (y apunta que Unamuno decía que esa filosofía es hija de la filosofía de la cruz).

En un coloquio con Miguel Ayuso (al que también tiene como maestro) con motivo de la presentación del libro se definía a sí mismo como barroco, pero quiso matizar el significado: no como proliferación formal, que eso no supondría nada, sino como «una conciencia de la realidad humana en el mundo, algo que se da en un momento histórico concreto, pero es una constante del ser español, la tensión entre nuestra vocación natural y la conciencia de que estamos en un valle de lágrimas. Esa tensión florece en una herida, en una dicha anticipada, pero en una conciencia de decrepitud, y de ahí nace el gran arte barroco. El primer artista barroco fue San Juan, que vive la tensión del destino humano.»

Maestros, lecturas y un pensamiento tradicional que le han permitido dejar de ser «eso que luego he dado en llamar jocosamente un católico pompier, a veces modosito, a veces con aspavientos de enfant terrible».

Una enmienda a la totalidad es un título bastante elocuente. Dividido en capítulos temáticos que facilitan mucho la lectura (aunque se echa en falta, ya puestos a pedir, un índice con los títulos de los artículos y un índice de temas y nombres), de Prada persigue una «visión armónica que permita unificar en su significación profunda el conjunto de males de apariencia disímil que nos perturba», y escapa de la adhesión ciega a tal o cual ideología. Ejemplo de ello son los lucidísimos «Renta básica» (unos y otros son serviles lacayos de la misma estrategia, diseñada por el Dinero, que ha tomado la irrevocable decisión de destruir, en los próximos quince o veinte años, decenas de millones de puestos de trabajo), «Trabajo y bragueta» (donde de la mano de Pasolini retrata «a cierto catolicismo pompier, que a la vez que defiende hasta desgañitarse la familia y la vida calla ante los desafueros del capitalismo»), o «Pin parental» (el pin parental, un instrumento por completo ineficaz, egoísta y desesperado, pues aparte de ser una estrategia llamada al fracaso, perpetúa el mal que dice combatir).

La gran mayoría de las temáticas son por tanto de corte social, político y económico, y en todas ellas se trasluce una mirada antropológica, unitaria y armónica. Esa mirada del autor «no quiere revivir el pasado sino revitalizar el presente, infundiéndole una savia que ya ha probado sus cualidades reconstituyentes». Una tensión que florece en una herida, y en una dicha anticipada. Por eso la lectura de Una enmienda a la totalidad lejos de una visión pesimista, nos lleva a proclamar que vivimos en un tiempo privilegiado, un tiempo en el que evidencias, modelos, tradiciones o formas que creíamos asentadas se han venido abajo. Un momento de exigencia de significado.

Ya al lector le corresponderá preguntarse cómo encontrar y sostener esa savia nueva.