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Portada de «El infierno y Texas» de Xavier B. FernándezEl Transbordador

El infierno y Texas de Xavier B. Fernández

Duelo a muerte en la Transilvania de Texas

El barcelonés Xavier B. Fernández firma un wéstern vampírico que fusiona lo mejor de ambos géneros en una novela folletinesca muy entretenida.

Un negro, un indio, un muchacho y un pistolero metido a cura –pero un cura que sigue siendo pistolero– protagonizan El infierno y Texas, un wéstern del barcelonés Xavier B. Fernández que sus mismos editores (El Transbordador) califican de literatura «weird». La etiqueta –así consta en la web– le viene al pelo, no tanto por el extraño grupo de protagonistas, los buenos, que bien podrían ser los de cualquier spaguetti wéstern –y sin el spaguetti– como por los malos, un ejército de vampiros liderados por el Comodoro, todo un Drácula.

Cierto es que la rareza de un wéstern vampírico no lo es tanto a estas alturas. Que no por la ida de olla de Jon Favreau en Cowboys & Aliens (2011), sino porque fusiones o mashups semejantes salieron años ha en pantalla. Por ejemplo –y sigo en el cine porque en literatura habrá casos, pero no los conozco– cuando William Beaudine –de apodo pistolero «One Shot» Beaudine, por aquello de la rapidez con que rodaba– enfrentó en el mismo año de 1966 a Billy the Kid contra Drácula y a Jesse James contra la hija de Frankenstein (!); venía de grabar un porrón de entregas de la perra Lassie y terminó sus días grabando tres de Bruce Lee. Vale.

Los mismos de El Transbordador tienen un wéstern mezclado con matemáticas –que no he leído– Plomo al cuadrado de Stark Holborn (2021), y los de Impedimenta llevan un tiempo revisitando el género desde la narrativa hispánica y con tintes posmodernos –algo que muchos y yo mismo, estos sí los he leído, denominamos antiwéstern–: A lo lejos de Hernán Díaz (2020), Basilisco de Jon Bilbao (2020) y Malaventura Fernando Navarro (2022). Vamos, que el wéstern sigue vivo.

El transbordador / 156 págs.

El infierno y Texas

Xavier B. Fernández

Volviendo al más o menos raro wéstern de Fernández, se trata de una novela hecha de folletines publicados en su blog durante la pandemia, a un episodio cada dos días –«un día para escribirlo, otro día para corregirlo», cuenta en el prólogo, ni tan mal–. Narrativa sencilla, pero más que correcta, y sobre todo, efectiva. Resulta difícil terminar un capítulo y no querer leer el siguiente.

Y en cuanto a la mezcla de géneros se refiere, está todo muy bien traído y fusionado con ingenio: la emigración de pastores de ovejas rumanos a Texas para fundar el diminuto pueblo de Transilvania; la iconografía destructora de vampiros sumada al saloon, a los revólveres y al chamanismo indio; la llegada y expansión de los vampiros, y su transfiguración en animales del entorno vaquero; la recuperación de otras criaturas del terror, derivada lovecraftiana incluida–; la caracterización dracúlea del Comodoro Yorga y su asentamiento en Rancho Bran –en alusiones a El conde Yorga, vampiro de Bob Kelljan y Robert Quarry, y el Castillo de Bran en Rumanía, posible inspiración de Stoker–.

Además, hay buenos buenísimos y hay malos malísimos, dualidad a la que de vez en cuando es bueno entregarse para dejarse llevar en literatura. Hay acción, hay tiros, hay momentos y frases crepusculares. Y tenemos también a una leyenda del pistolerismo –para la ocasión ordenado sacerdote y haciendo las veces de cazavampiros y exorcista– el padre Valdemar Veracruz, «el hombre de la pistola de plata».

–Veracruz. Valdemar Veracruz.
​–¿No había un famoso pistolero en Arizona que se llamaba así? Hace tiempo, antes de la guerra. Se escribieron novelas sobre él. Decían que había muerto.
​–Las novelas exageran. Las noticias sobre mi muerte, también.

En fin, El infierno y Texas es una novela fresca, curiosa; su imaginería llevará a los boomers a rememorar las tropecientas historietas de Marcial Lafuente Estefanía, y a los milenial, las lecturas más entretenidas de su primera juventud. Yo, siendo de los segundos, digo que merece las 4,5 estrellas, porque me ha amenizado, y muy bien amenizadas, dos tardes del fin de semana. ¿Y cuántas novelas pueden presumir de algo así? No tantas. A veces nos olvidamos de pedirle a un libro lo más importante, una buena historia bien contada.