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Portada de «John Keats, poesía completa»Berenice

John Keats: los ojos que solo veían poesía

Llega en edición bilingüe la obra íntegra del considerado precursor de Rimbaud, Rilke y Cernuda

La editorial Berenice nos trae la poesía completa de John Keats en edición bilingüe. Esta versión sigue la antología canónica de Paul Wright, The Complete Poems of John Keats (Wordsworth Poetry Library, Londres, 2001). En España, donde la fama poética de Keats se cimenta en sus sonetos y odas –¿quién ignora el poder inmortalizador de Oda a una urna griega?–, esta edición resultará reveladora y sorprendente al descubrirnos obras desconocidas e igualmente excelsas del poeta inglés, en las que se mostrará como un pensador profundo, un hermano cariñoso, un autor experimental y un discípulo agradecido.

Por haber llevado a cabo su producción poética después de los llamados lakistas o poetas de los lagos –Wordsworth, Coleridge y Southey–, los manuales encuadran a Keats en el «segundo Romanticismo», junto a Byron y Shelley. John Keats (1795-1821) es considerado el poeta absoluto, el más clásico y puro de todos. Lírico sensualista, trabajó incansablemente para encontrar la belleza –ideal para él de poesía y vida–, llegando a presentir, como su Endimión, que para contemplarla cara a cara habría de dormir eternamente. Se dio prisa por dejar este mundo –«donde los hombres solo escuchan el bostezo de unos a los otros»– y pasar al oscuro reino de los olímpicos.

John Keats (1795-1821) es considerado el poeta absoluto, el más clásico y puro de todos

En contra de los supuestos románticos de enaltecimiento del yo, solipsismo y egolatría, Keats –cuya conciencia estética no manifestó en tratados ni manifiestos, sino en algunas cartas incidentales y amistosas– afirma que la característica propia del poeta es su «negative capability», concepto heredado de Shakespeare que describe la aptitud de vaciarse de sí mismo y derramarse en las cosas y situaciones para hacerlas transmutables en poemas (quizás también por esto Borges dijo que Keats se había adelantado un cuarto de siglo a Schopenhauer). Así, el poeta se convierte en un ser sin identidad, vehículo de creación poética de la realidad, tal y como describe el propio autor a su amigo Richard Woodhouse: «…el poeta lo es todo y no es nada; no tiene carácter; disfruta la luz y la sombra… lo que choca al virtuoso filósofo deleita al camaleónico poeta […] un poeta es la cosa más impoética que existe; porque no tiene identidad: está continuamente sustituyendo y rellenando algún otro cuerpo.»

Gracias a la traducción de José Luis Rey, poeta y ensayista, John Keats: poesía completa permite al lector español adentrarse en la frondosa imaginación –pletórica de dríadas y faunos– del escritor romántico. Descubrirá, asimismo, esbozos y tentativas de poemas – como Muestra a una incitación a un poema–, hondas reflexiones sobre el poetizar y piezas en las que rezuman sus lecturas predilectas. Sus visiones devoradoras de la naturaleza, a la que toda su obra alaba; las insustituibles imágenes de la Antigüedad griega, el verso ingrávido y el tono cordial y nostálgico (pero contenido), hacen de Keats un poeta al que merece la pena volver.

Berenice / 1101 págs.

John Keats: poesía completa

John Keats

Solo superado en precocidad por Rimbaud, sobrecoge pensar lo mucho que nos dejó Keats en tan poco tiempo. Quien lea esta antología también averiguará que fue un autor comprometido. Abandonó la cirugía para dar a los hombres grandes poemas, la verdadera medicina que calma y alivia, ya que para él: «Beauty is truth, truth beauty,’—that is all / Ye know on earth, and all ye need to know» («la belleza es verdad y la verdad, belleza,– amigos, he aquí todo cuanto hay que saber.»).

Vida del autor

John Keats fue autodidacto: sus circunstancias familiares –pobreza, orfandad– impidieron que tuviera una educación sistemática. Se dice que su primer encuentro con Grecia fue a través del Classical Dictionary de Lemprière. Spenser, Milton y Shakespeare fueron sus maestros. Antes de que fuera demasiado tarde, dejó su puesto de aprendiz de cirujano y farmacéutico para hacerse poeta. Se enamoró, pero la pobreza y la tuberculosis impidieron su matrimonio. Por el presentimiento de una muerte temprana, trabajó mucho y rápido. Viajó al Mediterráneo para hallar salud y murió en la Plaza di Spagna de Roma, con veinticinco años. Allí fue enterrado. Por su epitafio sabemos –«aquí yace un hombre cuyo nombre fue escrito en el agua»– que, a causa de las reprobaciones y burlas que recibió de la crítica, temía ser olvidado. La historia, sin embargo, lo halló digno de recuerdo.