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Portada de «Agua y jabón» de Marta D. RiezuAnagrama

'Agua y jabón': lo elegante es lo ético, y viceversa

Marta D. Riezu extrae lecciones de sencillez y urbanidad de objetos, personas y lugares en este pequeño libro de culto «fichado» por Anagrama

Creo que no es exactamente original comenzar un texto, o terminarlo, con una cita de Ortega. Pero si yo me devanara aquí los sesos en busca de un autor menos frecuentado, no encontraría una cita tan ajustada para este libro y además estaría refutando con un alarde de pedantería roñosa el espíritu calmo y sensato de Agua y jabón. Así que… como decía Ortega: «Ética y Elegancia son sinónimos».

Explica el filósofo que «en el latín más antiguo, el acto de elegir se decía elegancia como de instar se dice instancia. Recuérdese que el latino no pronunciaría elegir sino eleguir. Por lo demás, la forma más antigua no fue eligo sino elego, que dejó el participio presente elegans. Entiéndase el vocablo en todo su activo vigor verbal; el elegante es el «eligente», una de cuyas especies se nos manifiesta en el «inteligente». Conviene retrotraer aquella palabra a su sentido prócer que es el originario. Entonces tendremos que no siendo la famosa Ética sino el arte de elegir bien nuestras acciones eso, precisamente eso, es la Elegancia. Ética y Elegancia son sinónimos».

anagrama / 240 págs.

Agua y jabón

Marta D. Riezu

De Agua y jabón me habían llegado retazos en todas las redes sociales cuando el libro salió hace un año en la editorial Terranova. La cosa apuntaba a pequeño fenómeno editorial, confirmado ahora con la reedición (y consagración) en los compactos de Anagrama. No siempre esto ha sido garantía de nada, así que me preparé para un desengaño. En el fondo, digamos la verdad, temía el exceso de sobeteo de cierta modernez pija, como si este libro actuara de contraseña en el ojal para que entre ellos se reconocieran.

Sin embargo, el libro de la periodista catalana Marta D. Riezu, teniendo mucho de sana ligereza y formato arrevistado, es también una cándida llamada al orden en cosas de estilo. La autora retrotrae la elegancia a su «sentido prócer», como quería Ortega. Adelgaza tanto el concepto como buenamente puede, hasta el punto de que titula y arranca la obra con una cita inmejorable de Cecil Beaton: «La anécdota es conocida. Preguntaron a Cecil Beaton qué es la elegancia, y respondió: agua y jabón». Lo elegante, añade la autora, «es lo sencillo, lo honesto, lo de toda la vida».

En tres apartados (temperamentos, objetos y lugares), aunque no siempre se atenga disciplinadamente a estos conceptos, Riezu desgrana con gracia valiosas reflexiones sobre la importancia de los códigos que nos damos. En ese sentido, tiene mucho de manual de urbanidad, sin tiranías de arbiter, pero revalorizando rasgos de estilo y ética rutinaria de toda la vida. Cuajado de aforismos sin pirotecnia, la autora entiende y traslada ese punto de honestidad que subyace en la elegancia involuntaria, en la manera, el modo y también, claro, el vestir.

Riezu desgrana con gracia valiosas reflexiones sobre la importancia de los códigos que nos damos

Decía Brummell que si todo el mundo se gira al verte pasar es que no vas bien vestido. En la vida, en la calle, en el trabajo y la casa, tres cuartos de los mismo. Ese canto a la sencillez como fundamento se ilustra perfectamente en un poema de Erri de Luca que la autora incluye: «Considero un valor ahorrar agua, reparar unos zapatos,/ callar a tiempo, acudir a un grito, pedir permiso antes de sentarse,/ saber dónde está el norte dentro de una habitación,/ saber el nombre del viento que está secando la ropa».

De Snoopy a Cirlot, de Ikea a Ronchamp, Agua y jabón está plagado de nombres, referencias, citas propias y asistidas. Pasar sus páginas es algo así como adentrarse en un Rastro personal, con un cicerone tímido. Es cierto que la acumulación de objetos puede despertar alergia en algunos, y otros no encontrarán gracia en la filosofía de esta revieja (con cariño) que es Marta D. Riezu. Yo, por mi parte, voy a ir haciéndole hueco a este Agua y jabón en el «estante de los elegantes». Por ahí andan los Balzac de corbatas y deudas, algún Thackeray, el Silvela del Arte de distinguir a los cursis y el Brummel de D’Aurevilly, entre muchos otros.