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Detalle de portada de «El hombre corzo» de Geoffroy DelormeCapitán Swing

'El hombre corzo': siete años en el bosque viviendo como un cérvido

Geoffroy Delorme, inspirado en Jane Goodall o Dian Fossey, consiguió ser aceptado por un grupo de corzos en un bosque de Normandía

Vivir siete años entre corzos no debe de ser sencillo. Quizá, para Geoffroy Delorme (Francia, 1995), fue más fácil la decisión que tomó de dejar a su familia de sangre para ir a pasar siete años de su existencia con unos animales a los que fotografió por primera vez a los catorce. Ecologista inmersivo y fotógrafo de vida salvaje, Delorme abandonó la escuela cuando era niño tras un incidente con una profesora y se refugió en los libros de Nicolas Vanier, Jacques Cousteau, Dian Fossey y Jane Goodall para continuar con su formación desde casa gracias al Centro Nacional de Educación a Distancia.

Sobrevivir en el bosque no es ninguna hazaña insuperableGeoffroy Delorme

En El hombre corzo, traducido por Blanca Gago, el autor narra la experiencia de su vida en el bosque de Louviers, en Normandía. Con diecinueve años, deja su casa para irse a vivir con los corzos, que terminarán aceptándolo como a uno más del grupo. «Para compartir la vida con los corzos -escribe Delorme-, hay que renunciar a una serie de cosas. En general hay que abandonar todos los códigos humanos de la vida en sociedad, como, por ejemplo, despedirse al partir. También hay que renunciar a ciertas convenciones, como comer a horas fijas o dormir de noche», explica quien pasó siete años alimentándose -con permiso de alguna lata de comida que conseguía en sus escasas visitas a casa- de raíces, plantas y alguna fruta. El agua potable escaseaba y el autor se alió con el rocío y las plantas que ingería a primeras horas de la mañana para hidratarse. «Sobrevivir en el bosque no es ninguna hazaña insuperable. (…) Hay que saber dosificar la energía, controlar el ritmo cardíaco con respiraciones lentas y adaptar los movimientos al frío del invierno. (…) Dormir mucho rato supone un peligro mortal en invierno», advierte.

A lo largo de la obra vivimos todo tipo de aventuras con Daguet, Chévi, Sipointe, Étoile, Magnolia y compañía. Desde auténticas muestras de aceptación, como cuando uno de ellos le lame la cara al autor, a momentos en los que se enfrenta al inicio y fin de la vida. Algún parto y alguna muerte. «En la naturaleza mueren tantas criaturas al día que si tuviéramos que detenernos ante cada prueba que la vida nos pone delante, siempre estaríamos llorando», argumenta tras un momento terrible para el grupo.

El relato se entiende desde la distancia y es probable que al lector más escéptico le provoque preguntas que quedan sin responder. Delorme cuenta que consigue adaptar su sueño en turnos muy breves, pero quizá, al ser una obra corta, no da tiempo a entender cómo lo hace, más sabiendo que al principio de su empresa tuvo hasta alucinaciones. También puede echarse en falta cómo era realmente la relación con su familia, para comprender su refugio en el afecto de los corzos. Y los inviernos pasan demasiado rápido.

El relato se entiende desde la distancia y es probable que al lector más escéptico le provoque preguntas que quedan sin responder

El libro es un entretenido manual en primera persona sobre estos cérvidos, que ingieren tres litros de agua al día sin necesidad de ir a ninguna fuente. Aprendemos cómo crece la cuerna y cuándo se elimina la aterciopelada borra. Descubrimos cómo realizan importantes funciones ecológicas sin saberlo, tal y como cuenta el autor, «al diseminar por el suelo granos como los del serbal, que solo germinan tras el paso por el tubo digestivo de los corzos». Y conocemos que «son autónomos a la vez que dependientes entre sí» y que «cada uno desempeña una función individual» que sirve para intercambiar información que tiene un único fin: mantener la vida y ocuparse del propio equilibrio, las mayores preocupaciones del grupo.

CAPITÁN SWING / 192 PÁGINAS

El hombre corzo

Geoffroy Delorme

Las fotografías que acompañan la obra son en blanco y negro y permiten poner rostro, y vida, a los protagonistas del libro. Y también a otros secundarios: ardillas, jabalíes, tejones, zorros también conviven en Louviers.

El hombre corzo es una muestra de amor a la naturaleza en toda su grandeza. Y una advertencia a la actividad humana y las dificultades económicas e industriales. Conocer el mundo de los corzos, dice Delorme, «contribuirá a facilitar la integración del ser humano en el entorno que lo rodea». Vaya si tiene razón.