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Portada de «Gengis Kan y la creación del mundo moderno» de Jack WeatherfordÁtico de los Libros

Gengis Kan: un antes y un después en la Historia de la humanidad

Jack Weatherford disecciona y muestra la vida de Gengis Kan, el más grande conquistador de la historia. Un libro que debe estar en los estantes de todo buen lector de historia

«Alejandro Magno murió a los treinta y tres años en misteriosas circunstancias en Babilonia […]. Sus compañeros aristócratas y viejos aliados apuñalaron a Julio César en la cámara del Senado en Roma. […] Napoleón, solo y amargado, encontró la muerte como un pobre prisionero solitario […]. Sin embargo, el casi septuagenario Gengis Kan pasó a mejor vida acostado en el lecho de su tienda, rodeado del afecto de su familia, sus leales amigos y sus fieles soldados». Este interesante dato que aporta Jack Weatherford en la introducción a su obra Gengis Kan y la creación del mundo moderno –que Ático de los Libros ha tenido a bien rescatar del olvido para el público hispanohablante– interpela al lector y, veladamente, le pone frente a la cruda realidad: ¿cuánto sabemos acerca de Gengis Kan en comparación con otros personajes como Alejandro, César o Napoléon?

ático de los libros / 432 págs.

Gengis Kan y la creación del mundo moderno

Jack Weatherford

Pese a todo, el de su plácida muerte solo es un nimio detalle en comparación con los hechos más importantes, épicos incluso, llevados a cabo por Temuyin (este era su nombre antes de convertirse en el Gran Kan de los mongoles en 1206). Como recuerda Weatherford en la introducción a la obra, el Imperio mongol no solo superó con creces en tamaño al macedonio de Alejandro o al romano de los césares, sino que además determinó de manera indeleble los siglos sucesivos del Viejo Mundo.

A la muerte del Gran Kan, los territorios de más de treinta Estados actuales quedaban bajo poder mongol. Las sofisticadas y longevas dinastías imperiales de la India, China o Persia, además de numerosos reinos de Asia Central, el Sudeste Asiático e incluso Europa Oriental y Oriente Próximo, fueron sucesoras de Temuyin. Incluso los reinos occidentales enviarían sus respetos a los kanes mongoles. Embajadores de todos los reinos confluían allá donde se estableciera la corte mongola. Ese fue el caso, por ejemplo, del embajador enviado por el rey Enrique III de Castilla a comienzos del siglo XV, el noble castellano Ruy González de Clavijo, en cuya magistral obra Embajada a Tamorlán queda reflejado el periplo hacia Samarcanda (actual Uzbekistán), lugar donde entonces radicaba la corte de uno de los más poderosos sucesores de Gengis Kan, el Gran Kan Timur, llamado «el Cojo» (Lang).

El Imperio mongol no solo superó con creces en tamaño al macedonio de Alejandro o al romano de los césares, sino que además determinó de manera indeleble los siglos sucesivos del Viejo Mundo

En este volumen, cuyo título ya adelanta que no se trata de una biografía al uso de Gengis Kan, cuya vida abarca la mitad de las páginas del libro, se aborda el nacimiento y expansión del Imperio mongol, además de sus consecuencias inmediatas y remotas. Así, en la primera parte, titulada «El reinado del terror de las estepas: 1162-1206», se presenta la situación de luchas tribales que a mediados del siglo XII imperaba en la gran estepa asiática, donde la vida se focalizaba en el cielo y el caballo, siendo Tengri (el dios Cielo) la principal deidad del conjunto de creencias de los pueblos turco-mongoles esteparios: «Adoraban el Eterno Cielo Azul, la Luz Dorada del Sol y la miríada de fuerzas espirituales de la naturaleza», señala Weatherford. Es en este contexto, caracterizado por las crueles guerras entre tribus (que en muchas ocasiones se exacerbaban por ultrajes y venganzas familiares y personales), en el que nació, creció y se templó al fuego Temuyin. Luchó al servicio de otros kanes, y junto a su «hermano de sangre» Yamuja se hizo un hueco entre los guerreros más poderosos de la estepa. En la juriltai (consejo de kanes) que tuvo lugar en el Año del Tigre (año del Señor de 1206), Temuyin se convirtió en Gran Kan de los mongoles.

La segunda parte, titulada «La guerra mundial mongola: 1211-1261», arranca con Gengis Kan, ya no Temuyin, con las tribus y clanes unificados, y se extiende más allá de su muerte en 1227, hasta después del ascenso al poder del quinto Gran Kan, Kublai, y la extensión del poder mongol con miras al Imperio chino y al Occidente: «Por nuestros pecados, llegaron tribus desconocidas», rezaba un sobrecogedora sentencia recogida en la Crónica de Nóvgorod en 1224. Si en la parte anterior el autor profundiza en los entresijos de las comunidades mongolas, en esta segunda se acerca al cambio en el exterior producido por la unificación del poder mongol en los Estados cercanos, además de la presión militar experimentada por estos. En 50 años, de 1211 a 1261, los mongoles conquistaron el Oriente del Viejo Mundo, extendiendo su poder desde las llanuras de Hungría hasta las costas de Corea. La «globalización» que se produjo, tomando como columna vertebral la Ruta de la Seda, no tuvo parangón desde época del emperador Justiniano.

En la tercera y última parte, titulada «El despertar global: 1262-1962», Weatherford presenta la consolidación final del Imperio mongol durante el reinado del quinto y último Gran Kan, Kublai, y la inmensa significación que tuvo el poder mongol en el mundo. En 1293 «la expansión mongola llegó a su máximo apogeo, siendo cuatro los frentes de guerra que marcaron las fronteras externas del mundo mongol, a saber, Polonia, Egipto, Java y Japón», señala Weatherford.

En el ínterin, historias maravillosas como la del embajador mongol Rabban Bar Sauma, sacerdote de rito asirio, que dio de comulgar al rey Eduardo I de Inglaterra, o la del monje franciscano Guillermo de Rubruck, que celebró la Navidad de 1253 en la Corte mongola. Finalmente, la herencia de Gengis Kan intentaría ser extirpada del mundo por los Soviets, que destruyeron el monasterio donde se guardaba el sulde (estandarte con el alma de su poseedor) de Gengis Kan y asesinaron a sus monjes. Finalmente, como recuerda Weatherford, «el último gobernante descendiente de Gengis Kan, Alim Kan, emir de Bujará, siguió en el poder en Uzbekistán hasta que fue despuesto en 1920 a raíz de la revolución socialista soviética».

Sin duda, una de las grandes recuperaciones de libros de historia que se han hecho en mucho tiempo. Estimados lectores ávidos de historia, ¡lean este libro!