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Portada de «Verbigracia» de Enrique García-MáiquezComares

'Verbigracia': un verso luminoso espera a que lo escriba

Verbigracia reúne los seis libros de poesía publicados hasta ahora por Enrique García-Máiquez

Enrique García-Máiquez ha configurado su voz poética perfectamente encajada en su trayectoria vital y dependiente de ella: hoy sigue reconociendo que sus libros son su «memoria externa» (pág. 12), como ya procuraba desde el principio (Poética, pág. 89). No se trata de un yo poético construido como personaje verosímil pero ficcional, sino exposición verdadera y franca de su acontecer interno, al ritmo de las circunstancias exteriores, sin dobles intenciones ni sentidos.

El autor ofrece sus versos al lector como quien ofrece la mano en una muestra de saludo, con la simplicidad y transparencia de quien sabe su alcance y no pretende simular estar por encima de sí mismo, por haberse medido honradamente, sin que eso suponga abandonarse en el conformismo: «…necesito […] / bajar el tono / para alcanzar el tino, alzarme / la vanidad a sencillez / para estar a mi altura» (pág. 29). De modo equivalente, García-Máiquez no adorna su poesía, sino que las figuras de dicción e imágenes surgen con la misma costosa naturalidad, unidas al pensamiento que expresan, como cabe apreciar en la paranomasia y la paradoja de este ejemplo.

Esa ostensión y falta de ostentación, esa búsqueda de la difícil sencillez responde también a un modelo humano bien captado en el título de su segundo libro de versos, Ardua mediocritas (1997), y constituye también un modelo de escritor con el que el lector se siente a gusto y en el mismo nivel aunque no sea poeta, porque se le abren las puertas de la comunicación de par en par y se le deja entrar en una estancia clara, con el optimismo justo del ser equilibrado, sin idealismos falsos: «pasa / y comparte con nosotros / el café, / el brasero / y la tertulia» (pág. 23).

Los versos de García-Máiquez vienen a configurar una suerte de pensamientos a propósito del encuentro cotidiano con las realidades que justifican llamarle lector, escritor y profesor, tanto como amigo, hijo, marido y padre

Por eso, en efecto, los seis libros de poesía publicados hasta ahora por García-Máiquez y reunidos en Verbigracia, el último en este mismo año de 2022, pueden leerse como «una sola pieza», según reconoce el autor en el prólogo. De todos modos, el libro ha supuesto también un cierto trabajo de depuración y de pequeños añadidos a cada uno de los poemarios, los dos primeros de los cuales obtuvieron en 1996 sendos premios, el Mariano Roldán (Ánfora Nova, 1997) y el Villa de Cox (Pre-Textos, 1997), premios silenciados en esta recopilación por modestia, sin duda.

Escritos al compás de los días, los versos de García-Máiquez vienen a configurar una suerte de pensamientos a propósito del encuentro cotidiano con las realidades que justifican llamarle lector, escritor y profesor, tanto como amigo, hijo, marido y padre; alimentándolas todas, la de creyente católico declarado que agradece a Dios la belleza del mundo y le pide, para los poetas, «la luz de esas verdades que niegas a los sabios» (pág. 44).

Por eso, los roles suyos reflejados adquieren la tonalidad de la alegría, de la serenidad; son vínculos de sociedad bien trenzada. Su familia de origen, como su cuarto de estar, es «una ciudadela / y aquí / muchas cosas / resisten todavía / y siempre, al invasor» (pág. 24); se infiere hacia el padre un respeto ganado por ejemplos de prudencia y de una autoridad bien entendida «… mis confusos asuntos, / y no hago nada si él nos los bendice» (pág. 238); se descansa en una madre siempre dispuesta a comprenderle y excusarle, «a ti, exacta / y de ciencias, te arrastra la familia / hasta el beso de ver que mis defectos / son culpa de otros / y que, además, no importan» (pág. 73); se procura un amor sosegado y conyugal, o destinado a serlo, en los primeros libros.

La faceta de lector y profesor se advierte en numerosos poemas compuestos a imitación, bajo la inspiración o como réplica a los clásicos. Entre ellos, sobresale el dedicado a Nuestra Señora en cuaderna vía, como homenaje a Berceo (pág. 94); «Vita beata», en que elige de interlocutor a fray Luis de León (pág. 96) o el dedicado a Quevedo (pág. 49), entre otros. Pero saltan, en distintos versos, los ecos de la suma de escritores que constituyen referentes, temas de clase o colegas. Pero, también aquí, la lectura se une a la fe en la representación del animoso sentir ante la muerte, particularmente en una serie de poemas de Mal que bien (2019).

El poeta tampoco esquiva los desencuentros con quienes no comparten sus creencias y su alegría, para quienes «ser sencillo es ser simple», «la fe es una herejía», «y ser de clase media […] es de mediocres» (pág. 76). Sabe replicar que «solo el alegre tiene lo que consuela al afligido», y añade los paralelismos explicativos, «y solo el rico auxilia al indigente / solo el sólido asciende a solidario» (pág. 31) o, en relación con una famosa polémica literaria de los años noventa, proclama su «Derecho a la Diferencia» (pág. 28), lo que se entendía como enfrentarse a los poetas de «la experiencia», con los que, sin embargo, comparte la misma tradición poética, varios autores de cabecera y, desde luego, recursos, como el ritmo básico del endecasílabo sin menospreciar el soneto, las alusiones a poetas de la tradición española de todas las épocas o el uso de frases hechas o clichés para los títulos de los poemarios –excepto el primero y el último-, merced a lo cual se desautomatizan y adquieren un sentido genuino, a veces con la ayuda de un juego verbal o una figura retórica: Ardua mediocritas, Casa propia, Con el tiempo, Mal que bien.

comares / 288 págs.

Verbigracia

Enrique García-Máiquez