El laberinto montuoso de las Hurdes, leyenda de la España olvidada
Un libro ameno para cualquier interesado en la historia de España del último siglo. Está construido con textos breves, de fácil lectura e incluye una serie de biografías de personas significativas de un viaje —el del rey Alfonso XIII a las Hurdes— del que ahora se cumplen cien años
Estos días he podido leer un libro ameno para cualquier interesado en la historia de España del último siglo. Está construido con textos breves, de fácil lectura e incluye una serie de biografías de personas significativas de un viaje —el del rey Alfonso XIII a las Hurdes— del que ahora se cumplen cien años. Mención aparte merece el autor, que donará el producto de sus derechos a Cáritas.
Al tomar entre mis manos Los viajes del rey Alfonso XIII a las Hurdes, 1922 y 1930 no he podido dejar de evocar otra obra que leí hace años, cuando preparaba mi tesis doctoral, donde un preso desterrado a Martilandrán durante la Segunda República narraba sus peripecias por tierras extremeñas. Me refiero a José María Albinaña y Sanz, fundador del Partido Nacionalista Español, asesinado en agosto de 1936 durante el asalto a la cárcel Modelo de Madrid. Su destierro comenzó en mayo de 1932. Aunque hoy pueda sorprender, el gobierno tenía potestad para desterrar a los ciudadanos. No tenía que mediar un juicio. Era una decisión gubernativa que podía prorrogarse durante meses. Aquella arbitrariedad estaba amparada por la propia Constitución de 1931 y también por la Ley de Defensa, en la que se apoyó el ministro Casares Quiroga.
Albiñana aparece fotografiado en las dos primeras páginas junto a Antonio Domínguez, el alcalde del pueblo, analfabeto, y con los vecinos de Nuñomoral, igualmente sin educación, «en un ambiente de miseria y paz», según los pies de foto respectivos. El citado médico de Enguera, con su ironía característica, recogía en unas pocas líneas los tópicos sobre aquella no tan olvidada porción de la nación: «Vas a leer cosas inverosímiles en un país civilizado», decía para abrir boca al comenzar, y proseguía afirmando «Desde que España es una República democrática, organizada en «régimen de libertad y de justicia», da gusto ser ciudadano laico. El Poder público le resuelve a uno el problema del veraneo, extrayéndolo de Madrid a ochenta por hora, en auto costeado por el Estado de trabajadores de toda clase, y colocándolo entre verdes montañas ignoradas, en las abruptas Hurdes, como si dijéramos en pleno cerebro de la República, lugar eminente, escogido por la intelectualidad gubernativa para solaz de los universitarios. Gangas como esta sólo se ven en un país rápidamente europeizado». De algún modo, el gobierno del que se declaraba enemigo compartía su visión al enviarle allí. Se desterraba a los confines más inhóspitos.
Las Hurdes, entre Cáceres y Salamanca, conforman un «laberinto montuoso», en palabras del propio autor. Esa es una de las claves de la historia de las Hurdes que aparece destacada en el libro.
Como recoge Sánchez Tárrago, el abandono de la región aparece en la literatura del siglo XVII, en el viaje de Ponz, de finales del XVIII, y en el diccionario de Madoz, de mediados del XIX. Es decir, la situación no era una responsabilidad única de las autoridades del XX, sino la consecuencia de la inacción secular. Pero toda aquella literatura también había creado una leyenda preñada de falsedades que atribuía a los moradores de las Batuecas y las Hurdes rarezas y anomalías sobre el común de los españoles. En general, denunciaban la despreocupación del Estado, la falta de educación, de asistencia sanitaria y de comunicaciones adecuadas. Esa leyenda, pese al paso de los años y a los cambios, quedó fijada en la memoria de los españoles al menos hasta la llegada de la democracia. Una muestra de que la zona se convirtió en una alegoría de la pobreza y el abandono durante mucho tiempo es el libro de Ramón Carnicer, Donde las Hurdes se llaman Cabrera (1964).
El viaje de Alfonso XIII trasciende al interés que pudiera tener por sí mismo. En la España de comienzos del novecientos el mito de las Hurdes fue una llamada de atención a la política colonial y a las deficiencias de una modernización que no alcanzaba a todos los territorios por igual. El país tenía muchas Hurdes. Varias personalidades, como Ángel Pulido, Eloy Bullón, José María Gabriel y Galán, Mauricio Legendre, Miguel de Unamuno, el vizconde de Eza, el obispo Jarrín y Gregorio Marañón intentaron revertir la situación. Entre todos consiguieron avivar el interés por esa tierra hasta el punto de que Alfonso XIII, en plena crisis de la Restauración, realizó uno de sus numerosos viajes para conocer de primera mano la realidad y poner remedio a la misma. La creación del Real Patronato puede considerarse un verdadero punto de inflexión en la trayectoria de la región.
El periplo real, en cualquier caso, quedó como una parte de ese mito, que terminó por universalizar Luis Buñuel en su documental Tierra sin pan (1933), una de sus obras más conocidas. El cineasta se basó en el estudio de Legendre, publicado en 1927, pero la imagen que construyó suscitó la protesta de varios de los citados, incluido Marañón, que se dirigió al gobierno de la República para expresar su desazón.
Una buena manera de completar esta lectura es visitar la exposición fotográfica organizada para conmemorar el centenario por el Archivo Histórico Provincial de Cáceres con las imágenes que tomó José Demaría Váquez, Campúa, que fue el único reportero que viajó hasta esta comarca extremeña. Buena parte se reproducen aquí. A su vez, el periodista de El Debate José García Mora fue el elegido para cubrir la información en representación de la prensa, que luego se distribuyó al resto de medios.
ediciones 19 / 240 págs.