'Principios y continuaciones': ¿qué habría hecho Petrarca?
Marisa Martínez Pérsico ha escrito un cancionero amoroso del siglo XXI. Recoge las pulsiones de este tiempo, pero también las pulsaciones del amor de siempre. Conoce su tradición y transita nuestra época
Marisa Martínez Pérsico (Lomas de Zamora, Buenos Aires, 1978) es argentina, española y ya algo italiana. Y aunque esa triada se debe a razones biográficas (nació en Buenos Aires) o a raíces profundas (abuela gallega) o a felices azares profesionales (enseña en Roma), todo ha dejado su huella en poesía de una forma muy natural. Es una poesía que ha hecho el camino de ida y el de vuelta, pasando por la tradición italiana.
Principios y continuaciones es, en realidad, un cancionero amoroso, pero de dimensiones bicontinentales, y muy actual. Petrarca, pasado por las nuevas tecnologías y la vida contemporánea; pero sin que dejen de vibrar en él los clásicos del amor, la memoria, la melancolía y la pasión. Hacía falta dominar muy bien la propia tradición (las propias tradiciones) y conocer a fondo las pulsiones de nuestro tiempo para escribir este libro.
Nada más empezar, el título es un hallazgo indudable. «Principios y finales» es la frase hecha, pero Martínez Pérsico la rompe, nos sorprende y nos dice, como quien no quiere la cosa, que nada acaba. Que lo que empieza continúa… para siempre. Que la rueda de las causas y los efectos, como la mitológica de la fortuna, no para; sobre todo, cuando se tiene el valor de mirarla sin pestañear.
Esta idea se encarna de la manera más completa, más perfecta y más sentimental posible. Lo hace en una hija que es el recuerdo vivo de un amor pasado. Su continuación… en un amor presente. Parece una idea muy elemental, pero nunca la había visto expresada con tanta fuerza y verdad: «Pienso: «Para que este amor suceda [dice a su hija]/ debió existir un hombre»». ¿Les parece fuerte? Pues lean: [su hija] «nos mostraba el milagro de ese error». Tanta belleza como verdad y viceversa.
Como después de eso no hay más que añadir, no lo hace: «Lo más dulce es callar,/ volando juntas» y «Lo que busco es mancharme con tu tiempo». A partir de ahí puede recordar su amor pasado con la máxima intensidad, pues ya nada nos va a asustar: «La mano que me pongo cada día/ es la mano que tocó tu frente».
Que el valor, como decía George Orwell, es una parte integrante del talento literario se ve en este libro que, dulcemente, no le tiene miedo a nada. Ni a ninguna complejidad sentimental ni siquiera a rechazar, de paso, la cultura de la cancelación: «La paz/ no debiera ser completa/ mientras cueste el silencio/ de los otros».
Quizá como signo también de nuestro tiempo, la historia de amor tiene sus ambigüedades y uno no sabe si son varias historias superpuestas o una con los tiempos trastocados. Como lo fundamental ya lo sabemos, podemos perdernos en la emoción de las circunstancias. En el poema «Acatamiento» dice: ««Me estás encendiendo todas las luces/ y un día te va a tocar apagarlas»,/ te dije, en el Principio.// Por qué fuiste, amor, tan obediente,/ que ahora escribo/ en una casa a oscuras».
Hay un dominio completo de la ironía y del lenguaje coloquial que no confundiría con frivolidad ni al lector más inexperto
Gracias al amor (de la hija) y al humor (de la madre), puede permitirse manejar la sustancia inflamable de la memoria: «Mi casa es un osario de reliquias menudas./ Convivo sin querellas/ con todos mis fantasmas». O en el presente: «Ir hacia el precipicio/ sintiéndonos a salvo». O hacia el futuro: «No hay peligro./ No te irás de mi piel/por desalojo.// También las caracolas/ van tocando a solas su sonata profunda/ en recuerdo del mar».
Hay un dominio completo de la ironía y del lenguaje coloquial («y esto será la leche pero no es ni un versito») que no confundiría con frivolidad ni al lector más inexperto. Estamos ante una poeta de muchos quilates. No dejan lugar a dudas poemas redondos como «Consolación cuántica con fondo de bolero», donde hace su aparición la Ciencia, que no podía faltar en un libro que aspira a recoger los últimos latidos de los tiempos; o «Silencio».
Martínez Pérsico es tan consciente de su modernidad como de su tradición. Por eso se pregunta: «Qué habría hecho Petrarca de un amor como el mío./ Cómo habría cantado/ un amor como el nuestro». Su libro es, en realidad, la respuesta. Puede levantar un himno a un amor perdido frente a un móvil obsoleto, perfecto correlato objetivo postmoderno: «En un móvil usado,/ con el cristal partido y la memoria agotada,/ allí donde persisten nuestras fotos/ de aquel invierno juntos,// en un ataúd de plástico, como un tesoro hundido,/ con la única copia del recuerdo». ¿La única? La poesía levanta un monumento de emoción a la memoria, demostrando que los principios tienen, si se saben contar, continuaciones. Finales, felizmente, nunca.
PRE-TEXTOS / 89 PÁGS.