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Asesinato en el Hotel Paradise (II)

Muerte de asfixia por una obstrucción en la tráquea

Hotel Paradise (II)Lu Tolstova

1 de agosto, 19:00h

«Muerte de asfixia por una obstrucción en la tráquea», aquellas eran las palabras del médico forense antes de que entre él y el juez ordenaran el levantamiento del cadáver. Aún estaba caliente cuando Silvia Rodríguez llegó al escenario del crimen. A sus 32 años lideraba uno de los grupos de homicidios establecidos en Madrid desde hacía un par de años y rebosaba vitalidad, sentido común y fuerza de voluntad que le permitía completar todos sus casos con éxitos. Su único punto débil, que había aprendido a manejar a lo largo de los años, era que acababa implicándose demasiado en los crímenes más truculentos. Se le hundían las cuencas de los ojos, se le marcaban los pómulos y le salía un sarpullido en el brazo que tenía que ocultar con algunas tiritas. Introduzca texto aquí

—Sergio, ponme al día. ¿Algo inusual?

—Dos pelitas. El asesino no solo se encargó de hundirle lo que parece ser un palillo de cóctel en la garganta, sino que quemó las palmas de sus manos y solo hay una salida del hotel. Las otras dos estaban cerradas por lo que, si nadie ha salido significa que…

—El asesino probablemente siga aquí… No permitas que nadie salga del Paradise. Hablaré con el juez, es crucial retenerles cuanto podamos. ¿Tienes la lista de los presentes?

—Era una inauguración exclusiva, ochenta asistentes sin contar a los periodistas, al equipo de limpieza y al de cocina, que estaban en los pisos superiores junto a… —inspiró una bocanada de aire mientras leía sus notas—Gonzalo Dedal, un huésped que estaría descansando en la habitación 123.

Silvia se dispuso a hacer unas llamadas a su equipo. Sabía que su ayudante conocía bien el entramado legal en homicidios porque antes de dedicarse a la criminología pasó veinte años trabajando en fiscalía del Estado. Si alguien era capaz de convencer al juez para retener a los invitados, esa era ella.

Entre tanto, no había tiempo que perder. Ángel, el guarda de seguridad del hotel, cedió con permiso de Ludwig Wagner una habitación acondicionada por él mismo como sala de interrogatorios. Era pequeña, de paredes texturizadas de beige claro, una columna ornamentada que hacía de intersección en la 'L' de un par de sillones grises jaspeados y otro alargado de terciopelo magenta que protagonizaban la sala.

Había priorizado hablar con aquellas personas que conocían de cerca a Calisto Wagner y como tenía costumbre, anotaba sus primeras impresiones, adjetivos, tics, expresiones o cualquier cosa que le llamara la atención.

Ludwig: hermano, frío, organizado, fresco, calculador, ojos rojos.

Mercedes: mujer, mareada, fuerte, distante, hermética.

Óscar: amigo, triste, abatido, afable, cuadriculado, distraído.

Julieta: asistente de los Wagner, en shock, mirada perdida, imposible hablar con ella.

–Y dime Gonzalo…

–Le he dicho al entrar que me llame Gon –cortó bruscamente. Un hombre bajito y desgarbado que traía dos bolsas oscuras como ojos y miraba hacia todos lados como si se acabara de despertar de una pesadilla–. Cal me llamaba así.

Obsesionado.

–Disculpe, Gon. Cuénteme, ¿cómo que un amigo de los Wagner se queda fuera de la inauguración del hotel? Estabas en tu habitación, ¿no es cierto?

Este titubeó, parecía avergonzado.

–Llevo viniendo a este hotel junto a Cal desde que empezaron las obras. Me dejó quedarme, pero tampoco me dio mucho trabajo que digamos. Estaba en la habitación porque a veces me paso con el alcohol y preferían no tenerme en el punto de mira… –confesó malhumorado.

Alcóholico…

–¿Es por eso por lo que llevas los últimos quince años siguiendo a Calisto Wagner? ¿Te ha ayudado con tus adicciones?

Gonzalo vaciló.

–¿Qué está diciendo?

Agresivo.

–¿Por qué apunta tanto en esa libreta? ¿Cree que he sido yo? ¿De verdad piensa que he tenido algo que ver en el asesinato de mi amigo? ¡Es de locos! Apunte a Paco, el hombre ese lleva vaticinando una desgracia desde que pisó el Paradise, o a la mosquita muerta de Julieta, o mejor hable con Óscar, ese imbécil lleva mirándome con desprecio desde que me vio y si quiere que le asegure algo esto no ha acabado aquí.

Silvia empezaba a dibujar los perfiles de sus sospechosos y si algo podía concederle a Gonzalo era que el asesino aún no había acabado su trabajo…