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Asesinato en el Hotel Paradise (VI)

La caída del gran Wagner

Lu Tolstova

2 de agosto, 8:00h

Óscar se levantó con jaqueca. Apenas había conseguido conciliar el sueño durante un par de horas seguidas y no le faltaba trabajo por hacer. Gracias al cielo, aún no habían percibido un número masivo de cancelaciones, mas no garantizaba nada. Necesitaba hacer algo. Debía ofrecer a la prensa y a los ciudadanos motivos para volver a confiar en el hotel. Llamó a Raquel Prados, la ‘Community Manager’ del hotel, sugiriendo organizar otra ceremonia centrada en alguna causa benéfica, consciente de que lavaría la imagen. Cualquier cosa que pudiera ayudarles a sacar rentabilidad de aquel ‘momentum’ tras ver las 400 notificaciones en redes que trataban sobre el Paradise. De eso se trataban las crisis. Dar la vuelta a las desgracias a su favor. Dedujo que la única forma de que eso ocurriera era resolviendo el crimen.

Raquel apuntó que la conversación mediática en redes giraba en torno a una novela ficticia construida por Gloria Huertas sobre el homicidio, donde todos eran bienvenidos a señalar a sus sospechosos. Óscar debía hablar con ella sobre su estancia en el hotel y prohibirle grabar absolutamente todo lo que ocurre. Necesitaba alejar aquella publicidad asquerosa del hotel.

Iba repasando las cuentas desde su móvil de camino a la oficina cuando se percató de que la puerta del de Calisto estaba semiabierta. Distinguió la melena rubia ondulada de la inspectora Silvia Rodríguez enfrascada en una conversación con Ludwig. ¿Le estaría interrogando acerca de la pelea? Comprobó que nadie interrumpiría desde los pasillos y se acercó ligeramente al borde de la puerta.

–Por eso aprovechó el apagón para acercarse y asesinar a Calisto. Además de que nadie vería extraño verlo desaparecer por unos segundos, porque en cualquier caso se iba a reunir con él, ¿no es así?

Ludwig gruñó soltando algún improperio en alemán.

–Si quisiera matarle, ¿no cree que lo haría de una manera más sutil?

–El perfilador del caso describe el asesinato de Calisto como algo premeditado, a manos de alguien que no deja nada al azar. Quizás hacerlo de esta manera le otorgaba una forma de venganza retorcida. Así, cada individuo que había contribuido a llevarle al éxito vería su fracaso como observador en primer plano de la caída del gran Wagner.

Óscar se sobresaltó en su escondite a notar la mano fría de alguien a su lado.

Distinguió a Floren, que le miraba interrogante. Este elevó el índice en gesto de silencio y ella agudizó el oído. Ludwig empezó a murmurar algunas palabras en voz baja que apenas distinguieron.

–Por lo que veo no le caía bien su hermano –inquirió Silvia en voz neutra

–Calisto tenía el don de caerle a todos bien, por eso era la cara visible de los Wagner, pero resultó un incompetente. Era yo quien arreglaba todos los trapos sucios que se traía detrás. No se imagina la de veces que estuvo a punto de perder el Paradise. Él solo era un engreído amante de los focos –escupió.

Silencio. Óscar y Floren se retiraron dirigiéndose al desayuno antes de que la inspectora les pillara husmeando.

–Todo apunta hacia él –comentó Floren.

–Sí… sin embargo, no me cuadra que lo haya asesinado a sangre fría en un sitio tan concurrido. Coincido en que él hubiera sido discreto, lo suficiente como para que no pareciera un asesinato. No se mancharía las manos… no sin un buen motivo.

–¿Conoces desde hace mucho a los Wagner?

Óscar asintió algo cabizbajo.

–Calisto Wagner fue mi mejor amigo de la universidad.

–Debe de ser duro haberle perdido…

Accedieron al desayuno en un comedor brillante donde predominaba el mármol y las lámparas de caracol que se abría hacia una pequeña terraza acristalada que conectaba con el jardín del interior del hotel. Gonzalo captó su interés. Estaba apilando una montaña de cruasanes en su plato que sabía untaría con mantequilla más adelante. Siempre había amado los cruasanes.

Una voz ronca irrumpió sus pensamientos.

–¡Óscar González, siéntate con nosotros!