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Asesinato en el Hotel Paradise (X)

Él estaba enamorado de mí

Lu Tolstova

2 de agosto, 10:00

A Óscar le chocó la habitación de Julieta. Poco quedaba de la refinada y minimalista habitación del Paradise. Abundaban los colores pasteles y las plumas en alfombras, colchas y cojines. Las lámparas de color rosa palo eran propias y varias plantas de distinto tamaño y colores descansaban sobre la mesa. Antes de llegar a la terraza, había organizado un pequeño espacio con mini nevera y set de té de porcelana que acompañaba con una mesa de cristal y un taburete. Cerca de la tetera, abiertas por el envoltorio, unas pastillas de ansiolíticos que Julieta se encargó de recoger nada más llegar.

–Vaya –musitó él.

Julieta liberó una espontanea risa cantarina.

–Cuando trabajaba para los Wagner en Alemania tenía alquilada una habitación parecida. Al mudarme a Madrid cerca del Paradise, Cal –mencionó rápido y casi sin pensar– me dejó esta habitación permanente para dejar mis cosas y descansar para los días que no llegue a tiempo a mi piso. Por tanto, sin contar con las sábanas, pues tener una 'queen size' no se tiene siempre, el resto es producto alemán. Siéntate donde quieras.

Óscar se tomó la libertad de acomodarse en la cama, algo inquieto por la banqueta baja junto a la mesita de cristal que no se atrevía a probar. Mientras Julieta se ponía manos a la obra, siguió repasando los detalles de la habitación. Los cuadros del escritorio que descubrían su infancia, un pintauñas perdido debajo armario, las figurillas de su mesilla de noche… un elefante con ojos dorados…

Julieta calentaba el agua en una tetera eléctrica mientras preparaba las bolsitas de té en las tazas y no dejaba de hablar.

–Sé que esta semana es un rollo porque hemos perdido las reservas, pero a partir del fin de semana se vuelve a animar. Creo que mucha gente quiere reservar en el hotel por el morbo que ha generado Gloria Hueto y, aunque no es orgánico, podríamos aprovecharlo para así…

–Joder Julieta, ¿es esto verdad?

Esta examinó el animal de ojos en las manos de Óscar. Trató de camuflar durante unos segundos su estupor con una sonrisa temblorosa hasta que decidió ceder y dejar de mentir.

–Se me olvidaba que lo conocías –musitó.

–Fuimos mejores amigos. Sé de sobra su estúpida leyenda sobre contó este elefante de la buena suerte que obsequiaría a las tías… perdona, a las mujeres de las que estuviera enamorado. No me puedo creer que tuvieras una aventura con Calisto.

Entonces Julieta, que intuía que los efectos de las pastillas ya empezaban a decaer, se echó a llorar.

–Sí, sí, sí, pero no era solo una aventura, te lo juro. Estaba enamorada, yo solo… quería… –la chiquilla empezó a hipar y a moquear y Óscar sintió compasión. Una luz roja titiló desde la tetera indicando su fin, así que le trajo un poco de papel higiénico del baño y le dejó espacio mientras servía el té hirviendo.

–Está bien. A ver, Julieta, por pasos. Dejaremos que se enfríe el té, ¿vale? Mientras tranquilízate y cuéntame desde cuándo estáis liados. ¿Lo sabía Mercedes? ¿Y Ludwig?

La mención de Ludwig suscitó un resoplido agotado en Julieta que, sonándose la nariz y enjugándose las lágrimas que se resbalaban por la barbilla, se dispuso a desahogarse por primera vez en mucho tiempo.

–Llevo colada por Cal desde hace cinco años, poco después de empezar a trabajar con los Wagner, pero no pasó nada hasta hace dos, en un viaje de negocios en Los Ángeles para inaugurar su primer hotel. Surgió de manera natural, fue imposible obviar los sentimientos. Manteníamos el tipo en la empresa, pero nos veíamos en hoteles de ciudades contiguas. Compartíamos intimidades, risas, preocupaciones, era como vivir un sueño de película que acabó convirtiéndose en drama… De hecho, una de las razones del Paradise era conseguir tiempo para nosotros. En cuanto estuviera en marcha y toda la familia volviera a Alemania, él y yo nos reencontraríamos aquí. Mercedes no lo sabía. Creo que sigue sin saberlo y prefiero que no cambie. Con respecto a Ludwig… bueno él… estaba enamorado de mí.