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Asesinato en el Hotel Paradise (XVII)

A quien ha debido ver usted es a Calisto Wagner

Lu Tolstova

2 de agosto, 18:45

No entendía cómo se les podía haber pasado. Apartó la estantería con cuidado para descubrir la pequeña compuerta de metal. En un pasado hubo de ser una puerta completa, pero habían tapiado tres cuartas partes y dejaron una puerta pequeña, difícil de entrar para una persona grande y que obligaba a agacharse. Tenía la cerradura abierta y dejaba un espacio de dos centímetros hacia el interior por donde discurría el aire. No obstante, en cuanto Silvia señaló con la linterna del móvil para husmear el interior, descubrió un pasillo oscuro más amplio que permitía que cupieran dos personas de mediana estatura caminando la vez. Estaba vacío, tenía unos veinte metros de paredes lisas y blancas hasta otra puerta algo más alta que parecía estar medio abierta.

Envió un mensaje a Sergio para que se acercaran al hotel, aunque temía por el olor a detergente que el asesino había dejado la estancia impoluta. Se introdujo en el pasadizo y continuó hasta el final. Tiró de la puerta y salió detrás de un lienzo de tela que decoraba una de las paredes que daban esquina con el salón Escorial.

Aquella había sido la clave para desplazarse sin que nadie se diera cuenta. Concedía el mismo tiempo que alguien podía prever en ir al baño. Nada sospechoso. Rápido. Sacó de su móvil los vídeos recopilados de los minutos antes del apagón junto a las notas que había recopilado. Hubo algunas personas que se levantaron por diferentes cuestiones: Paco salió a estirar las piernas, unos abogados llegaban tarde y entraron en el último momento, los camareros danzaban yendo y viniendo, entregando los cócteles, Óscar entraba y salía controlando los asientos, Fernando salió a atender una llamada durante unos minutos, la pianista tuvo que salir para buscar en la entrada una lámpara para iluminar sus partituras…

Entretanto se encaminó hacia la recepción principal donde, por fin, dio con el hombre que andaba buscando. Se encontraba apoyado con sus dos brazos en el mostrador, con Ángel dispuesto a retirarle de allí «amablemente» y repitiendo por segunda vez que no fumaba, pues rechazaba un cigarrillo de Manzanares con el que ilusamente pretendía que le dejara en paz.

–Lo que no entiendo es que no puedan darme la habitación. ¿Sabéis que casi soy el dueño de este lugar no?

–Fernando Manzanares.

Este resopló mirándolo de reojo.

–Inspectora, vaya, no suelo negarme a la compañía de una mujer, pero he de reconocer que se me está usted atragantando.

El aliento a alcohol a pesar de su mediada y controlada estabilidad advertía de su estado.

–Si lo prefiere, puede echarse la mona en la comisaría y hablaremos allí.

Este volvió a resoplar y se limpió con la manga de su camisa unas gotas de sudor. Hizo un ademán con la mano invitándola a liderar el paso hasta su conocida sala de interrogatorios, pero no se olvidó de girar la cabeza hacia la recepcionista.

–Si ella baja o pregunta por mí, dígale que me espere.

Sin dejar de caminar, Silvia no pudo evitar comentar.

–Imagino que la cita ha ido bien.

Fernando echó una carcajada.

–Conmigo siempre van bien –mintió.

Antes de sentarse en sus respectivos sitios, en un ritual sin palabras, Fernando abrió la ventana y le ofreció un cigarrillo que Silvia rechazó.

–Nadie fuma hoy día.

Silvia se empezó a impacientar con el economista.

–Sé todo sobre su negocio en Los Ángeles.

Fernando tomó asiento y se acomodó en su silla tras un silencio.

–¿Perdón?

–Sé todo sobre su negocio con Ludwig Wagner.

–¿Cómo?

–Utilizaba el hotel en Los Ángeles para juntar su negocio de escorts con sus amigos influyentes y sé que pretendían instaurar el negocio aquí.

Fernando Manzanares se echó a reír. Una risa incontrolada que no supo disimular y, bien entrado en su borrachera, tuvo que corregir a la inspectora.

–Se equivoca.

–Tengo fotografías que lo prueban.

–Pues tendrá que echarles otro vistazo –estaba por levantarse cuando se tambaleó y se agarró del marco de la silla–. A quien ha debido ver usted es a Calisto Wagner. No a Ludwig. Mis negocios los realizaba estrictamente con Calisto.