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Asesinato en el Hotel Paradise (XX)

Aquella era la prueba evidente que identificaba al asesino

Ilustración Capítulo XX

Lu Tolstova

3 de agosto, 00:00

Tras la conversación con Fernando, que se marchó finalmente a descansar, Silvia necesitó unos minutos para atar cabos. Si bien las fotos no eran nítidas, el color del pelo de Wagner le había confundido. Aunque de ser cierto lo que mencionaba Fernando, Calisto se habría camuflado con peluquines para pasar desapercibido, y con ello, incriminó indirectamente a su hermano. Por otra parte, el sobre que quemaba en sus pantalones le había desvelado otra incógnita. Aquel contrato definía el futuro del Paradise.

El grito de una mujer le impidió analizar más información. Silvia llegó para descubrir a Floren y Óscar consternados en el alfeizar de la puerta. En su interior, un agónico Gonzalo quedaba casi inerte en el suelo con signos evidentes de sobredosis. Volvió el teléfono a su oreja para alertar al equipo mientras apartaba a los dos testigos hacia el pasillo más allá del cadáver.

–¿Qué ha pasado?

–Me levanté de mi habitación. No podía dormir y quería hablar con Óscar cuando vi que la puerta de Gonzalo estaba medio abierta. Tuve la sensación de que algo no andaba bien así que… abrí y…

–¿Estabas con ella? –preguntó Silvia a Óscar.

–Llegué lo más rápido que pude en cuanto escuché el grito. Iba hacia…

–¿Qué está pasando aquí? –soltó la voz del día.

Ludwig Wagner, que acababa de llegar al hotel, se acercó alertado por el ruido a pasos agigantados hacia la habitación y su ceño se acentuó todavía más, reprimiendo una señal de asco hacia el interior. Volvió su mirada hacia la inspectora.

–¿Otro asesinato?

Silvia sabía que debían esperar al equipo forense. Aunque todos los signos apuntaban hacia una sobredosis, debía preguntarse cómo había conseguido echarle el guante a la droga. Comprobar si salió del hotel y de no ser así, quién podría habérsela entregado. O quizás había encontrado el tesoro escondido de Calisto. En cualquier caso, permanecerían cautos.

Algunos curiosos se acercaron al pasillo, pero, para consuelo de Silvia, su equipo acababa de llegar al hotel y pronto se dedicó a precintar la habitación. No había ninguna habitación contigua que estuviera ocupada. Había estado durmiendo solo.

Cuando se hubo despejado el ambiente, Irene se le acercó.

–Le han asesinado.

Silvia le miró interrogante.

–¿Cómo?

–Sus palmas estaban quemadas. Justo como las de Cal. Lo tendremos más claro cuando hagamos la autopsia.

Otra vez. Distintas personas, distintos métodos, pero misma firma. ¿Palmas quemadas? Apenas había conseguido reparar en el detalle que parecía definir el caso. Aquella era la prueba evidente que identificaba al asesino.

Se dirigió hacia la recepción mientras el equipo hacía lo conveniente y pidió ayuda a Ángel. Las cámaras deberían estar activas. Podía ver lo que ocurría en los pasillos. Este la acompañó hasta la pequeña salita detrás del mostrador llena de ordenadores desde dónde podrían revisar las cámaras de seguridad.

–¿Qué quiere ver?

–Rebobine hasta hace una hora, quiero saber quién ha entrado en esa habitación durante el día.

Las cámaras mostraban un pasillo vacío la mayor parte del tiempo, con inquilinos del hotel yendo de un lado hacia otro. La única persona que entraba y salía de su habitación, era el personal de limpieza y una de las cocineras que le entregaba la comida y cena en la habitación.

–¿Conoces a la cocinera?

Ángel observó la cámara.

–Sí. Es Marga, mañana por la mañana volverá a las cuatro.

Silvia achinó los ojos, volviendo de atrás hacia delante para ver el cogote de la señora que entraba y salía con la cabeza gacha. Se fijó en su figura, en su andar y lo vio claro.

–No son la misma persona.

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