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Asesinato en el Hotel Paradise (XXI)

A ellos cuatro les unía un secreto

Lu Tolstova

3 de agosto, 01:30

Óscar no pudo conciliar el sueño en toda la noche. Sabía que, en cuanto cerrara los ojos, estaría a merced del mundo onírico y eso lo odiaba. Allí no controlaba sus acciones o pensamientos y ese pequeño hueco inexplorado de la mente siempre se las hacía para jugarle malas pasadas.

Aquella noche no fue una excepción.

–Óscar… amigo, yo de ti me dejaría llevar.

–Es fácil decirlo Cal, pero no sé…

–‘No sé’ no vale. Tienes un don. Debes aprovecharlo para declarar al mundo quién eres. Si te quedas parado y nunca dices nada acabarás por cerrar lo mejor que tienes –le dio con sus dedos en la frente –. Tu cabeza.

Óscar resopló al reflejo joven y resplandeciente de Calisto Wagner. Se encontraban en una mezcla entre la universidad y su casa.

–Tíos, venid a ver a Pablo –soltó una voz jovial y ronca–. Le acabo de dar un cigarrito solo para él y lo está gozando –dejó escapar una risa tosca.

Óscar recibió flashes de Gonzalo con espuma en la boca. Gonzalo con ojos blancos. Y empezó a agobiarse. Y el escenario cambió al Paradise. Y él se sintió culpable por no haber dedicado ni un segundo a Gonzalo, por mucho que le cayera peor. No solo eso. Se sintió culpable por haber perdido tanto el contacto con Calisto. Por no haber ido al entierro de Pablo, que había fallecido por covid un año y medio antes. Y entonces, sintió el calor abrasador de unas llamas y vio a sus tres amigos, afligidos.

–Joder, Óscar. ¿Qué hemos hecho?

Se levantó de la cama envuelto en una lámina de sudor que le había pegado las sábanas. Miró el reloj. Eran las siete de la mañana.

Se dio una ducha fría tratando de calmarse mientras se daba cuenta de la terrible realidad. Él era el único que quedaba vivo de su grupo universitario.

Pensó en la leyenda que les había contado Paco sobre los cuatro escritores que habían muerto tras visitar la casa de Paula.

A ellos cuatro no les unía la literatura, sino seis años de pura locura en la universidad de Madrid. Eso… y un secreto.

Una vez vestido se dirigió al desayuno con las tripas rasgándole el estómago. Cuando llegó, apenas había un par de huéspedes, algún rostro conocido y Floren, que tocaba el piano desde el fondo con los ojos entrecerrados. Cogió un croissant, pidió un café y se acercó a ella.

–Buenos días.

–Hola, Óscar.

Este se sentó a su lado mientras daba un bocado al croissant. Floren lucía un vestido claro y liviano corto que contrastaba con su piel algo bronceada. Recordó sus palabras.

–¿Querías hablar conmigo anoche?

Esta siguió tocando el piano unos segundos más.

–No lo sé. Estaba algo inquieta y no tenía un piano cerca –bromeó–. Quizás… solo quería algo de compañía.

Óscar se volvió a poner del color de las amapolas que decoraban la estancia. Pero por alguna razón, aquel día se sentía más en control.

–Es una lástima que no llegaras entonces.

Floren sonrió y sosteniendo una de las manos de él pareció percatarse de algo, preocupada.

–¿Se sabe algo de Gonzalo?

Óscar negó con la cabeza. Entonces vio a Ludwig entrar en el desayuno y su rostro se afiló.

–No tardaremos mucho en averiguar lo que sea –comentó fríamente mientras se levantaba para encarar al hermano de Calisto.