Asesinato en el Hotel Paradise (XXII)
Le sacaba diez años a Calisto y jamás se había permitido que aquello se notase… hasta ahora
3 de agosto, 08:00
Silvia se había levantado temprano para correr. Se había registrado la noche en el Paradise para trabajar temprano desde allí y, aunque la Castellana no era su zona preferida, el verde de los jardines del Museo de Ciencias Naturales, frente a un conocido despacho de abogados, le había servido para evadirse unos minutos. Apenas había dormido creando conexiones e hilos de investigación. Después de que Ángel fuera incapaz de reconocer a la segunda persona que entraba en la habitación de Gonzalo preguntaron en cocinas, pero nadie pudo identificarle y nadie recordaba haber pasado por su habitación.
Julio, reconocido perfilador de asesinos, le había encaminado a ver la relación entre los dos asesinados y que las palmas quemadas eran signo de que el asesino les veía culpables de algún evento, por lo que había dejado a su equipo investigar su pasado.
Se rascó unas ronchas rojas que empezaban a salirle en los brazos y, tras una ducha, se encaminó hacia el desayuno cuando distinguió a un rostro conocido. Había permanecido en su habitación desde que le dejaron salir y apenas se la había visto fuera de la misma.
–Mercedes, soy la inspectora Silvia Rodríguez, no sé si me recuerda.
La mujer tenía varias arrugas de expresión que se le marcaban en la frente y en los ojos. Una piel entrada en años, pero que aún conservaba algo de brillo y un pelo ondulado y castaño de peluquería. Era elegante con cincuenta años que apenas parecían pesarle. Le sacaba diez años a Calisto y jamás se había permitido que aquello se notase… hasta ahora. Mercedes salía cansada, con ojeras marcadas a pesar de su maquillaje perfectamente aplicado y un estilismo impecable.
–Me acuerdo –dijo firme. Tenía una voz fuerte–. ¿Sabe algo?
Silvia asintió.
–Si no le importa acompañarme a la habitación del conserje, me gustaría saber su opinión con respecto algunos temas sobre la relación que tenía su marido y su hermano. Quizás pueda esperar a después del desayuno.
Mercedes la miró fijamente a los ojos.
–Ludwig no fue.
Silvia titubeó.
–Sé que su relación no es de campeonato, pero jamás le pondría un dedo a su hermano pequeño. Siempre lo ha protegido.
–¿Sabía que Calisto le había amenazado con echarle del Paradise un día atrás?
–Caramba, y no solo ese. Siempre han tenido disputas y es cierto que últimamente se les veía más enfrentados, pero en el fondo se querían. Además, él estuvo sentado conmigo hasta un minuto antes del chillido de Julieta.
–Espere… ¿quiere decir que Ludwig y Julieta no fueron juntos a reunirse con Calisto?
Mercedes frunció el ceño rápidamente para repasar los acontecimientos y negó.
–Julieta se adelantó, estoy segura.
Un golpe de platos rotos proveniente del comedor les llamó la atención.
En seguida Silvia se encontró separando a Ludwig de Óscar cuyo brazo sostenía Floren tirando hacia atrás. Muchos se habían levantado de las mesas, inquietos.
–¡¿Qué diantres os pasa?!
Ludwig sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se dio a toques en la mandíbula, en señal clara de que había recibido un puñetazo.
–El imbécil este me acaba de agredir sin ninguna razón.
–¿Ninguna? Ya tenía sospechas de ti antes, pero resulta que un día después de que desaparezcas matan a Gon.
–Ni que te cayera bien –soltó Ludwig–. ¿Te recuerdo que fuiste tú quien nos dijiste a mi hermano y a mí que si él trabajaba en el Paradise te largarías? Llevaba encerrado como un mono de feria en su habitación porque no tiene que hacer aquí desde que mataron a Cal.
–Ya está bien –zanjó Silvia–. Os venís conmigo los dos –y vislumbró a la tercera persona que quería ver–. Julieta Durand, te vienes también.
Por último, echó una mirada significativa a Mercedes y los cuatro la siguieron en silencio hasta la sala del conserje, que llenaron colocándose cada uno en una esquina.
–Julieta. Necesito que seas clara. Cuéntame exactamente qué ocurrió cuando te levantaste de la mesa para reunirte con Calisto.