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Asesinato en el Hotel Paradise (XXIX)

Si tardas más de siete minutos, la mato

Lu Tolstova

3 de agosto, 10:15

–Huimos cuando escuchamos a una sirena. A la mañana siguiente la noticia abría todos los telediarios. El fallecido era Hugo Real, un profesor de música de la universidad. Su familia eran unos reconocidos músicos que viajaban por Europa en aquellos momentos de gira, pero él había decidido dedicarse a la enseñanza, en especial por tener más tiempo para sus dos hijos. La mayor estaba en Italia. El menor le acompañaba en los jardines –terminó Óscar de resumir.

No añadió que esos días se ocultaba tras su walkman cada vez que alguien mencionaba el terrible caso. Que en clase no habló con ninguno de sus amigos sobre ello. Que en unas semanas empezaron a actuar como si no hubiera pasado y en un mes, nadie lo mencionaría. Que pensaban que se habían librado.

Y que aun así Óscar se reencontraba con piezas de aquel capítulo de su pasado en cada una de sus pesadillas, junto al chillido del profesor que se repetía una y otra vez en su mente mencionando el nombre de su hijo.

–Ángel.

Óscar reaccionó sorprendido a la acusación de Silvia.

–Es Ángel, ¿verdad? –este asintió–. Mi equipo me acaba de pasar que estudió en la misma universidad que vosotros, y que envió una carta de presentación personal al propio Calisto para prestarle los servicios en el nuevo hotel. Ahorrando detalles, parecía un fan y el ego de Calisto se dobló ante él.

Silvia ahogó una grosería. ¿Cómo había estado tan ciega? El decapante que tenía el primer día solo sirvió para ocultar un rastro de sangre. Seguramente salió del pasadizo a oscuras y el sonido de Julieta le sobresaltaría apoyándose en la pared antes de que pudiera limpiarse las manos. Así que trasladó un tapiz hacia allí provisional y un día más tarde probó con el decapante.

Por supuesto, había desaparecido de la recepción. Silvia pretendía encerrarles abajo a todos mientras se internaba en una conversación telefónica pidiendo refuerzos. No tardarían mucho.

Óscar miró hacia la puerta giratoria de cristal que le separaba de las afueras de Madrid. Estuvo tentado de escapar. Quiso salir y correr todo lo que le permitieran sus piernas hacia su pequeño piso solitario de Atocha. Quiso decorarlo con plantas y retomar una afición del pasado. Pintar. Sí… quería ir a la Sierra, sentase con una cerveza y pintar. Quería viajar.

Pero sus pies estaban pegados al suelo reluciente. Su móvil reclamó su atención con una notificación.

Era Floren.

«Ven a la azotea. Sin policías. Sin alertar a nadie. Tengo a Julieta conmigo y te juro que la mataré como vea algo raro. Si tardas más de cinco minutos la mato».

Óscar echó una ojeada a Silvia, que aún se encontraba lejos. Paco se había recostado en el mostrador para comentar la situación con los recepcionistas.

El corazón de Óscar latía tan fuerte que apenas podía hilar dos pensamientos seguidos. Se escabulló entre las columnas del salón y cogió el ascensor hasta la última planta.

No sabía si la angustia que sentía en el pecho era dolor o miedo. En cuanto la vio al final de la azotea, agarrando a una Julieta rota con lágrimas en el fondo, con un sol abrasivo azotándoles la piel, supo que era dolor.

–¡Floren, estoy aquí! ¡Suelta a Julieta, ella no tiene nada que ver!

Floren jadeaba. Todo estaba saliendo perfecto. Pero había errado el maldito golpe y no contaba con eso. Óscar empezó a recortar distancias entre los dos.

–¿Ha sido por el nombre de mi abuela? –bramó ella, tratando de encontrar el momento en que Óscar había dudado de ella. Había sido tan cauta, tan precisa…

–Investigué todo lo que pude sobre Hugo Real.

–¡Ni se te ocurra decir su nombre!

–Supe que su madre era famosa, por eso me quedé con el nombre. Pero eso no fue todo… No te dije la relación que teníamos Gon y yo, pero ya sabías que éramos amigos de la Universidad–entonces se percató de otra cosa–. Y el piano. La noche del asesinato de Cal estabas junto a un interruptor para una lámpara que iluminara la partitura. Pudiste provocar el apagón desde ahí.