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Portada de «Educar en la complejidad» de Juan FernándezPlataforma

'Educar en la complejidad': el libro que todo educador haría bien en leer

Un valiente y lúcido ensayo de Juan Fernández que redescubre las claves de la educación

Hay libros que se devoran en un día. Otros, en cambio, son tan provechosos, tan lúcidos y útiles, que invitan al lector a disfrutarlos en pequeñas dosis, para poder reposar y dejar madurar todo lo aprendido hasta el día siguiente. «Educar en la complejidad», escrito por el biólogo y profesor Juan Fernández, es uno de esos raros casos.

Acostumbrado a investigar y formarse continuamente en su anterior trabajo como botánico, al llegar al colegio donde ejerce como profesor, el autor descubrió algo que le dejó tan perplejo como preocupado: en general, sus colegas no leían sobre educación. Sobrepasados por sus clases y sus quehaceres diarios, los docentes no encontraban el tiempo o la motivación para formarse en asuntos educativos, lo que les impedía crecer como profesionales y, con ello, ayudar más a sus alumnos.

Para ayudar a paliar esta situación, Juan Fernández creó un blog, llamado «Investigación Docente», en el que resume y difunde los estudios más importantes con respecto a la educación, a menudo traduciéndolos del inglés. Fruto del éxito de este blog, la editorial Plataforma, quizá la firma de referencia en temas educativos, le pidió que resumiera en un libro las conclusiones de sus investigaciones.

plataforma / 151 págs.

Educar en la complejidad

Juan Fernández

Este libro es «Educar en la complejidad», un ameno y breve ensayo en el que Juan Fernández aporta consejos y claves para profesores y padres, de cara a que sus alumnos o hijos aprendan de manera más profunda y significativa, de manera que ese aprendizaje no se deshaga como un azucarillo como tantas veces ocurre. Solo por la enorme utilidad de sus propuestas ya merecería la pena leer este libro.

Sin embargo, «Educar en la complejidad» va más allá de ser un libro de recetas y buenas prácticas para docentes. Quizá la faceta más interesante de esta obra sea el valiente, sensato y fundamentado análisis que su autor hace de algunos de los tópicos más asentados en la educación, unas ideas simplistas que a menudo lo único que han conseguido es empobrecer el aprendizaje de las nuevas generaciones. Y es que, como dice el autor, no se nos debe olvidar que el principal objetivo de la educación es precisamente que los alumnos aprendan.

Un ejemplo de estas reflexiones es la matización que se hace de uno de los grandes mantras de la educación: fomentar el «pensamiento crítico» del alumno. Juan Fernández está de acuerdo en que ese debe ser uno de los objetivos de la educación, pero señala que educar en el pensamiento crítico no consiste en dejar que los alumnos opinen libremente sobre cualquier tema, sino más bien en ayudarles a formarse un criterio propio y fundamentado antes de lanzarse a aportar su visión. «Educar en el pensamiento crítico», dice, «empieza por aprender bastante sobre un tema. Entonces, y solo entonces, formamos una opinión y tratamos de expresarla».

Quizá el pasaje más lúcido del libro sea el que el autor dedica a matizar la idea tan extendida de que el alumno debe estar motivado para poder aprender. A diferencia de lo que tendemos a pensar, Fernández argumenta que la motivación no precede al aprendizaje, sino que más bien es su consecuencia. Es decir, no es que el alumno tenga que estar motivado para poder aprender, sino que es precisamente al revés: cuando empieza a aprender, el alumno se entusiasma y gracias a ello sus ganas de seguir aprendiendo crecen. Solo hace falta ver el brillo en los ojos de un niño que aprende a leer para ver la verdad que encierra esta afirmación.

Del mismo modo, nos dice el autor, la diversión en el aula no asegura que el alumno aprenda, es más, una actividad excesivamente emocionante a menudo está reñida con el aprendizaje, ya que el cerebro está centrado en la excitación del momento y no puede ocuparse a la vez de aprender. Y en caso de hacerlo, es muy probable que ese aprendizaje no se consolide.

Por ello, concluye el autor, no debemos dejarnos seducir por esa corriente que fomenta y celebra toda innovación educativa por el hecho de suponer un cambio. Es cierto que toda educación debe adecuarse a su época, y que es necesario cambiar algunas prácticas, pero las únicas innovaciones que deberían implantarse en el aula son aquellas de las que se ha comprobado que suponen una mejora real en el aprendizaje de los alumnos. Ello implica una labor previa de cuestionamiento y de investigación por parte de los profesores, quienes por respeto a la educación de sus alumnos, no deberían experimentar con ellos sino asegurarse de que aprendan más y mejor.

Son muchas y muy interesantes las explicaciones que podemos encontrar en «Educar en la complejidad», especialmente en los cinco primeros capítulos. Recomiendo encarecidamente su lectura a profesores, padres y, en fin, a todas aquellas personas que estén interesadas en la que quizá sea la más crucial de las cuestiones que atañen a toda sociedad: la educación.