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Portada de «En memoria de la memoria» de María Stepánova

Portada de «En memoria de la memoria» de María StepánovaAcantilado

'En memoria de la memoria': un viaje audaz por la historia rusa del siglo XX desde un microcosmos familiar

María Stepánova escribe una obra sobre el modo en que opera la memoria y sobre lo que la memoria quiere de ella. Una obra que formará parte de la historia de literatura sobre la memoria y sobre la historia de Rusia y de la Unión Soviética hasta nuestros días

María Stepánova (Moscú, 1972), poetisa y narradora rusa, crítica literaria y periodista, escribe durante años una obra fragmentaria y miscelánea, que se resiste a la categorización genérica; híbrida de ensayo, poesía, ficción, autobiografía, memoria, crítica literaria y cultural, mereció en 2018 el Premio Bolshaya Kinga a la mejor obra en prosa en ruso; en 2021 Sasha Dugdale la tradujo del ruso al inglés (In Memory of Memory, Fitzcarraldo) y Jorge Ferrer, del ruso al castellano para la editorial Acantilado en 2022.

La autora emprende en En memoria de la memoria la narración de la historia de sus antepasados, cuyas voces se despliegan como el coro de una pieza operística: médicos, intelectuales o judíos burgueses, que renunciaron a ser actores de la historia y se conformaron con ser «inquilinos», con excepción de Liodik, que murió en el frente de Leningrado el 27 de agosto de 1942.

Partiendo de la tesis de Jacques Rancière en Figuras de la historia relativa a que la tarea del arte reside en mostrar lo que resulta invisible y de la distinción entre documento (informe sobre un suceso que da rango oficial a la memoria) y monumento (todo aquello que por su sola existencia perpetúa la memoria y da mejor testimonio de los hombres que cualquier crónica de sus afanes, como los discursos arrancados a los torturados en un interrogatorio), María Stepánova evoca desde el apartamento familiar del callejón Bannii (donde vivieron su abuela y su madre, y que ella abandona tras haber vivido cuarenta y un año, en 2015), el paraíso de las cosas desaparecidas (el escritorio, los guantes de cabritilla, las tazas de porcelana de Gardner, la pesada máquina de escribir Mercedes) y los pasatiempos y los juegos del pasado (las calcomanías, el juego de mahjong y de los sekretiki; las figuritas de porcelana blanca del tamaño de un dedo meñique con la cabeza cubierta de rizos, entre otros). Y con los álbumes de fotos, las hojas de los cuadernos de notas, las tarjetas postales, las piedras traídas de la guerra de Crimea, los carnés del sindicato o los vídeos del Museo Judío de Berlín, escribe una obra sobre el modo en que opera la memoria y sobre lo que la memoria quiere de ella, en la que muestra la belleza que custodian los objetos cotidianos que nos hacen más humanos.

Portada de «En memoria de la memoria» de María Stepánova

acantilado / 512 págs.

En memoria de la memoria

María Stepánova

Desde el convencimiento de que es imposible contar la historia familiar y armarla a partir de los trozos de un pasado ajeno que ha de asimilar de manera convincente, Stepánova escribe esta obra mientras se muda de un lugar a otro hasta llegar a Berlín, una ciudad «cuya propia historia se había convertido en una herida que se resistía a acabar cubierta con la rosada costra del olvido», que fue su Edén particular, como lo ha sido también para Nabokov, Liudmila Ulítskaya o Svetlana Alexiévich.

No escribe esta historia de manera lineal –como en las antiguas novelas, pues las lagunas de información, los vacíos y los puntos suspensivos se lo impiden–, sino que lo hace de modo sumario. A partir de los fragmentos y de las hipótesis que no ha tenido con quién verificar (sus protagonistas han muerto), o porque se han dispersado o perdido, y a partir de la dificultad de discernir qué detalles han existido en realidad y cuáles han sido añadidos al relato por voluntad propia para embellecerlo o aportar intriga, Stepánova recompone el relato familiar para impedir que los suyos caigan en el olvido. Y emprende esta tarea, sin olvidar que el hallazgo de un archivo familiar bien conservado «en el corazón de la Europa contemporánea, con sus heridas a medio cerrar, sus agujeros negros y las huellas de tantos desplazamientos o removes que a tanta gente borraron de la faz de la tierra» constituye una rareza, pues quienes se vieron en el trance de huir conservaron muy pocas cosas a las que la memoria pudiera aferrarse para emerger de nuevo.

Mientras evoca la lista de los objetos confiscados –semejante a la que registra Sebald en Austerlitz– y glosa brevemente I Am My Family: Photographic Memories and Fictions (2008) del chileno Rafael Goldchain, la escritora rusa reconstruye, asimismo, el proceso de creación de la escritura de la memoria, como si a lo largo de su vida hubiera perseguido la construcción de un catálogo y el registro en trocitos de papel de lo que no debería ser olvidado y tuviera que esperar al momento preciso para emprender el cribado de lo que debía ser comunicado o permanecer en la sombra para propios y extraños, manteniéndose al margen tanto de la historia familiar como de la historia de la Unión Soviética. Por las páginas de En memoria de la memoria desfilan numerosos hechos históricos: la revolución de 1905 y el Manifiesto del 17 de octubre del mismo año, que emitió el zar Nicolás II para garantizar las libertades políticas; los miles de asesinatos de funcionarios zaristas perpetrados por los bolcheviques entre 1905 y 1906; la Primera guerra de los Balcanes (1912-1913) entre la Liga balcánica y el Imperio otomano; la Revolución rusa de 1917 y el Terror Rojo que firmó Yákov Sverdlov; la guerra civil rusa que entre 1917 y 1923 enfrentó al gobierno bolchevique con su Ejército Rojo y a las fuerzas militares del ex ejército zarista; las checas estalinistas de los años treinta y la amnistía de Beria; la legislación antisemita, que en 1933 prohibió a los judíos ocupar puestos en el servicio público, disponer de bicicleta o usar el transporte público en mayo de 1936, en agosto de 1938 les obligó a añadir a sus nombres de pila los de «Israel» o «Sarra», y en 1939 les llevó a huir a Palestina y desde allí a América; la «Ley de alistamiento general en el Ejército», promulgada el 1 de septiembre de 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial; las duras condiciones impuestas por los alemanes durante el cerco de Leningrado desde 1941 a 1944 y la batalla que mantuvieron desde Nóvgorod al Báltico los soldados de ambos bandos, incluida la División Azul; la limpieza de judíos en la Costa Azul en septiembre de 1943; la disolución en 1948 del Comité Judío Antifascista, creado por Stalin para captar fondos destinados al esfuerzo bélico, tras acusar a sus miembros de intentar formar un gobierno antisoviético en Crimea para invadir la Unión Soviética, entre muchos otros.

Siguiendo la estela de Proust, Nabokov y Sebald, Stepánova muestra su fe en el valor de lo que ha existido y se ha perdido y la necesidad de recuperarlo por la sencilla razón de que no está; elogia la liberación de la obligación de recordar todo lo acaecido y subraya la necesidad de decidir lo que es realmente significativo para no olvidar lo esencial; considera que los vacíos acompañan siempre a la supervivencia de las historias y que los traumas nos convierten en lo que somos; y, retomando la tesis trazada por Marianne Hirsch en La generación de la posmemoria dentro del marco de los Holocaust studies, proclama la imposibilidad de soslayar la memoria de lo acaecido que debe ser traído a colación como forma superior de la justicia póstuma e incorpora el concepto de posmemoria como «estructura de retorno de un saber traumático y una experiencia concreta por encima y a través de las generaciones» que modifica el presente, pues la experiencia la dota de cuerpo y le insufla un alma.

Es vastísimo el campo de realidades que son objeto de su análisis intelectual: el carácter subjetivo y discrecional de la memoria, que selecciona cualquier segmento histórico; la naturaleza de la archivística (museos, bibliotecas, archivos policiales…) y los sistemas de conservación de desechos humanos que han perdido su condición original, como el osario de la cripta de la Iglesia vienesa de San Miguel o el museo de la anatomía humana del Josephinum, que custodia los más de mil modelos anatómicos que fueron creados en Florencia bajo la supervisión de Paolo Mascagni por encargo del emperador José II; la inmensa tipología de archivos (vídeos, disco duro y nube digital, voces en contestador automático…), que son formas secularizadas de salvación que garantizan una inmortalidad condicionada; los cementerios contemplados como agendas de la humanidad y territorios del testimonio escrito grabado en la piedra de las lápidas; o el epitafio como primer género de la poesía escrita que realiza labores de salvamento.

Haciéndose eco de las tesis de Siegfried Kracauer en su ensayo sobre la fotografía, reflexiona sobre el poder de seducción de las imágenes frente a la palabra y sobre la amnesia eufórica que padecen cuando no portan consigo su origen y significado. Stepánova considera que las imágenes, sin malgastar palabras, transmiten su mensaje más deprisa, pues seducen con la ilusión de la economía: cuando el texto apenas se está desplegando, la imagen llega, busca la interacción con el receptor, lo asombra, capta su atención, lo horroriza o lo entretiene.

Stepánova muestra su fe en el valor de lo que ha existido y se ha perdido y la necesidad de recuperarlo por la sencilla razón de que no está

Reflexiona también sobre la fotografía digital y sobre la acumulación del testimonio que supone el archivo de copias que no van a ser vistas por nadie; sobre el olvido y su hermano gemelo, el disco duro; sobre las colecciones de detritos que acumulan las redes sociales o sobre la inmortalidad aterradora que entraña la captación de imágenes personales a través de los miles de radares o cámaras de vigilancia que nos graban y archivan; o sobre la pornografia vintage como epítome de unos «cuerpos ya muertos, cuerpos sin nombre, entregados a un trabajo mecánico», de los que ha sido succionada impúdicamente toda memoria, toda huella histórica o biográfica. Manifiesta su predilección por las imágenes que no requieren interlocutor, pues se limitan a ser «una suerte de ensayo de la inexistencia, de la vida sin nosotros, de un tiempo ya inasequible», por las que no cumplieron las expectativas del fotógrafo y por las que no fueron concebidas para nadie, pues liberan a quien las contempla del peso de la memoria histórica y, al gozar de gran libertad de interpretación, brindan la oportunidad de ser objetivadas.

En memoria de la memoria merece una lectura sosegada. Formará parte de la historia de literatura sobre la memoria y sobre la historia de Rusia y de la Unión Soviética hasta nuestros días. No lo olviden.

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