La crisis del periodismo, el derrumbe de los medios de comunicación, la dictadura del clic y otros pecados del gremio
'Perro come perro': radiografía descarnada de la profesión periodística
El periodista Rubén Arranz vuelca desvelos, frustraciones y excesos propios del oficio de periodista en una novela con más realidad que ficción
«Los periodistas no saben escribir novelas». Se lo escuché a alguien en un periódico hace varios años, en aquellos tiempos de bonanza en los que las editoriales sepultaban las redacciones con sus últimas novedades, muchas de ellas escritas por compañeros.
En este caso, la supuesta ficción que acaece en Perro come perro (Círculo de Tiza) sirve para envolver una gran dosis de realidad sobre la que Rubén Arranz sabe y mucho. La crisis del periodismo, el derrumbe de los medios de comunicación, la dictadura del clic y otros pecados del gremio.
CÍRCULO DE TIZA / 336 páginas
Perro come perro
La historia nos habla de un periodista en horas bajas por su manera de ver y vivir su oficio. Alfredo deja su corresponsalía en Uruguay, donde vive de manera plácida y monótona su labor en una agencia de noticias, para encontrar respuestas.
La búsqueda de la verdad se convierte en obsesión tras enterarse desde su exilio uruguayo de la noticia del suicidio de Juan Vega, maestro y mentor. Gracias al relato que de él se nos ofrece, no resulta difícil empatizar con Vega. Uno de esos tantos profesionales que vivían por y para su profesión, divorciado, sin familia y solitario. Por este motivo, Alfredo decide volver a Madrid, donde, paralelamente, se integra en un diario digital capitalino y vuelve a la primera línea de batalla.
No es fácil ser periodista en estos tiempos líquidos de dictadura digital e inmediatez. Mientras, por un lado, Alfredo, Rubén y una gran parte de los que nos dedicamos a este oficio anhelamos seguir y perseguir grandes historias, contrastarlas con varias fuentes, respetar los principios inquebrantables... en definitiva, el buen periodismo, por otro, la necesidad de elaborar cada vez más noticias para rellenar los infinitos huecos de los diarios actuales, adaptándonos a una encarnizada batalla por la audiencia entre cada vez más competidores, y siempre con un ojo en los medidores de tráfico, nos hace acabar la mayoría de días «con la lengua fuera» y en demasiadas ocasiones, frustrados y aturdidos.
Alfredo se muestra desde las primeras páginas como un joven con un profundo desencanto con su profesión, pero mientras se zambulle en conocer que llevó al racional Vega a tomar una decisión tan drástica como el suicidio, demuestra que, aún con todo, es un periodista que nunca renuncia a la verdad.
Y es que por muchos desvelos que suframos los periodistas, una gran historia siempre activa esa especie de mecanismo que nos hace vivir por y para ella. Otra cosa son los daños colaterales, los compromisos –familiares y personales– no atendidos y el balance final. En Perro come perro, por ejemplo, el protagonista lo experimentará en sus carnes con Mariana, la chica que le acompañó desde Montevideo a España. Pero acabará sabiendo qué hubo detrás de la marcha voluntaria de Vega... . Y además, sabemos contarlo, aunque sea en una novela.