Jon McGregor
'La palabra para rojo': las ganas de vivir, las ganas de cuidar
El tres veces finalista del Man Booker, Jon McGregor, regresa con una novela sobre la incomunicación, la tenacidad ante la adversidad y la necesidad imperiosa de compartir la vida con otros
Todavía quedan editores que juegan a destriparte la trama de una novela en la contraportada. Para que salgas de la librería con los deberos hechos. O para que no te la compres. Maldita la gracia.
La contraportada de La palabra para rojo (2022)–título en español para el original en inglés Lean Fall Stand (2021)– te cuenta de cabo a rabo y en un solo párrafo toda la historia. Yo no pienso ser menos: Robert 'Doc' Wright, veterano guía de la Antártida, sufre un ictus que le hará sufrir fuertes problemas de movilidad y un estado avanzado de afasia –grandes dificultades para comunicarse–. Tras su regreso a casa, Doc tratará de recuperar el habla y su movilidad; su mujer Anna tendrá que abandonar su prometedora carrera como investigadora para convertirse en su cuidadora a tiempo completo, a pesar de que la relación entre ambos había sufrido serios reveses en los últimos tiempos, hasta quedar prácticamente rota.
libros del asteroide / 296 págs.
La palabra para rojo
Por suerte para todos –la editorial, los lectores y un servidor–, una de las grandes virtudes de la propuesta y estilo narrativos del británico Jon McGregor (1976) es su capacidad para vencer cualquier intento de spoiler consiguiendo que la importancia del relato no recaiga en el orden de los acontecimientos, sino en las emociones que nos provocan, y que las grandes sorpresas no se encuentren en los desenlaces de dichos acontecimientos, sino en el alcance y significado de su presentación y desarrollo.
No importa que sepamos desde el principio que nuestro protagonista va a sufrir una accidente; nos angustiaremos igual leyendo los sucesos que lo conducen irremediablemente al incidente. No importa que sepamos que su habla y movilidad van a quedar limitados; nos frustraremos igual asistiendo a sus infructuosos esfuerzos por hacerse entender.
Jon McGregor minimiza todo esfuerzo descriptivo, prescinde de las subordinadas y huye de las coordinadas. Elige palabras aisladas, oraciones simples, yuxtaposiciones esquemáticas. Sus diálogos tienen una media de tres palabras por línea. La prosa de McGregor roza la vanguardia, solo que no es vanguardia; la intención no es estética, sino funcional, crear una sensación de atrapamiento, ansiedad y desconsuelo para emular en el lector la imposibilidad de toda comunicación a través de la carencia de palabras; del enfermo, pero también de quienes le atienden, y de quienes le atienden entre ellos mismos: «no sabían qué decir ni cómo decirlo» (147). Todos tienen, tenemos, un problema de comunicación.
La clave es aguantar, siempre
El otro gran tema de la novela es la tenacidad ante la adversidad y las ganas de vivir. En el momento en que el protagonista está a punto de morir despeñado desde el precipicio glaciar, una frase revivirá en su memoria; el consejo de uno de sus instructores resuena en ese momento crítico: «'Uno no se cae hasta que se suelta' [...] No mires abajo; no te sueltes. Aguanta. La clave es aguantar, siempre».
Este consejo es el mantra de la novela. Es el espíritu que mueve a Doc a luchar por sobreponerse a su incapacidad. En la era de la eutanasia, esta brilla por su ausencia; quitarse de en medio ni siquiera es una opción. Es también el ánimo que mueve a Anna, que renueva el compromiso con su marido cada día que permanece a su lado y sacrifica su propia vida por el bienestar de él –al principio es la resignación, luego algo más–. Ambos protagonistas deciden «no soltarse». Juntos, no caen.
Hay muchas novelas sobre la enfermedad terminal y la incapacidad. Ninguna como esta. Jon McGregor nos abre con la llave de su inimitable estilo marcado por la sencillez la complejidad de las motivaciones humanas.