150 aniversario del nacimiento de Pío Baroja
'Familia, infancia y juventud': libro clave para entender a Pío Baroja
Un Pío Baroja tardío y reconciliado con sus demonios vuelve a la infancia para contarnos, con su inimitable estilo, los años de formación como escritor
Estamos terminando el año Baroja, en el 150 aniversario de su nacimiento. El mejor modo de honrar a un escritor, y mantener su relato vivo, es leyéndolo o releyéndolo. En este caso, nos acercamos al Baroja más humano y tardío, el de su extensa biografía que puso por título Desde la última vuelta del camino y en cuyo segundo volumen nos habla de sus primeros años de vida, o en palabras del título, de su Familia, infancia y juventud. Comprende desde 1872 hasta 1902, cuando inició su carrera narrativa.
Baroja es uno de los autores más prolijos de nuestra lengua. Publicó decenas de novelas, ensayos y memorias. Su estilo personal, rápido y a veces desbaratado, favorece esa marea verbal, cuando la cantidad apenas está reñida con la calidad. De hecho, no es la primera vez que escribe sobre sus orígenes: los años de formación ya fueron objeto de indagación personal en otro ensayo memorialístico: Juventud, egolatría publicado en 1917. Casi treinta años después, en 1945, vuelve al mismo lugar, pero ni Baroja es el mismo, ni el mundo lo volverá a ser.
Entre medias han pasado dos guerras mundiales y una guerra civil que partió el país en dos. Él mismo reconoce que en este tiempo ha perdido acritud y su famosa «mala leche». Yo diría que sobre todo ha tenido tiempo de deshacerse de esa máscara que le encajaba estupendamente pero no dejaba de ser impostura. Este último Baroja, en la cumbre de la fama pero viviendo un casi retiro espiritual en su casa de Ruiz de Alarcón, se muestra a sí mismo como una persona tranquila, humilde, congraciada con sus antiguos enemigos.
cátedra / 467 págs.
Familia, Infancia y juventud
Si aquí no encontramos al Baroja enfadado con la vida, sí que se mantiene el gran prosista de frase breve y certera, de acción ágil y eficiente, del párrafo memorable. Pocos años después de escribir estas páginas, ya casi en su lecho de muerte, irá a verle Hemingway y el premio Nobel lo reconocerá como su maestro. Ciertamente, los dos tienen esa facultad de dominar la expresión y contar con una plasticidad aparentemente sencilla pero inimitable.
El libro comienza con la familia, en puridad tengo que admitir que es la parte menos interesante del libro. Nos habla de sus antepasados, reales y algo míticos, y ensalza sus orígenes vascos. Sorprende ver a un Baroja preocupado por legajos antiguos, herencias y títulos nobiliarios; más allá de eso, solo gustará a personas interesadas en dichos temas. Pienso que, para evitar estos inicios tan anticlimáticos, por otra parte característicos de biografías y memorias, se inventó la analepsis.
Porque el libro va cogiendo velocidad según nos adentramos en la vida de los padres de Baroja y sus primeros años. Los traslados habituales por el trabajo de ingeniero de minas de su padre: País Vasco, Madrid y Valencia. Ciudades donde se desarrolla un Pío bastante amable, bondadoso e incluso risueño. Según nos cuenta, tuvo una infancia razonablemente feliz, sin lujos pero sin necesidades.
Si aquí no encontramos al Baroja enfadado con la vida, sí que se mantiene el gran prosista de frase breve y certera, de acción ágil y eficiente, del párrafo memorable
La literatura se ceba con el conflicto y tal vez por ello la lectura de estas memorias llega a su punto más alto cuando regresa a Madrid para estudiar Medicina: la relación con sus compañeros y con sus profesores, la realidad del estudiante universitario a finales de siglo y las duras escenas del hospital San Carlos (hoy museo Reina Sofía). Hay ahí mucha historia que contar y Baroja es un excelente narrador. Más narración hay, si cabe, cuando va a Cestona (Guipúzcoa) como médico de pueblo. La vida de médico rural no le convence y a la primera oportunidad cuelga la bata y regresa a Madrid para ocuparse de la tahona de su tía. La dirección de la que luego fue famosa cadena Viena Capellanes está contada con agilidad, mesura y una proporcionada acidez.
Tampoco triunfó en negocio panero, por lo que lo dejó. Un breve tiempo intentó sin fruto ganarse la vida invirtiendo en bolsa y al cambio de siglo decide cambiar de registro. Si no podía ser rico, por lo menos viviría tranquilamente, así que decidió escribir: «Ya comprendía que ensayar la literatura daría poco resultado pecuniario, pero mientras tanto podía vivir pobremente, pero con ilusión. Y me decidí a ello». Así lo hizo, y no le salió tan mal, pero esa ya es otra historia.