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Portada de «Gog» de Giovanni PapiniDebolsillo

'Gog': de cómo el saqueo supone una pobreza que sólo un sencillo pan puede sanar

Giovanni Papini ofrece un dietario ficticio de un hombre que, en su inmensa riqueza, representa las carencias y monstruosidades de una Modernidad que empezó a decaer hace, al menos, un siglo

El florentino Giovanni Papini (1881–1956) publicó un extenso número de libros, además de innúmeras colaboraciones, a lo largo de medio siglo. En su obra podemos encontrar poesía, relato, ensayo, biografías; exaltación militarista, horror ante la guerra, elucubraciones anticlericales y ateas, o ferviente devoción del converso al catolicismo. Este rasgo de intensidad, a veces vehemencia, le concede un particular magnetismo, y una evidente desinhibición.

Es precisamente este rasgo el que mejor resultado le brinda en Gog, una suerte de dietario ficticio protagonizado por un personaje que, de forma inquietante y sin concesiones, representa al hombre de nuestros días. Porque, aunque publicado en 1931, Gog parece escrito en esta exuberante Modernidad tardía que contemplamos.

debolsillo / 296 págs.

Gog

Giovanni Papini

El título hace referencia a un pasaje del Apocalipsis: «Satán será liberado de su prisión y saldrá para seducir a las naciones, a Gog y Magog». Explica Papini: «Era un monstruo que debía de tener medio siglo … Su verdadero nombre era, según parece, Goggins, pero desde joven lo habían llamado siempre Gog … Había nacido en una de las islas Hawái, de una mujer indígena y de un padre desconocido … A los dieciséis años, embarcado como mozo de cocina en un vapor americano, había llegado a San Francisco … Después de algunos años, no se sabe cómo, logró reunir algunos millares de dólares … Tenía el genio del business o un demonio de su parte, porque, en poco tiempo, su fortuna en dinero se hizo enorme … Al terminar la guerra [la Primera Guerra Mundial], era uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos, es decir, del planeta … Toda la inteligencia instintiva que le había ayudado para el saqueo legal de los millones la empleaba ahora para el acaparamiento febril de las rarezas y de las voluptuosidades de toda especie, para satisfacer los más inverosímiles deseos, los caprichos más infames y fantásticos».

El narrador que introduce a Gog explica que lo conoció en un manicomio cuando fue a visitar a un joven que se había enamorado de una «reina de la pantalla». El primer traductor de este libro al español fue Mario Verdaguer, en cuyo prefacio de la versión de la Editorial Apolo (1931) se expresa en estos términos: «Gog, caricatura del Anticristo; bajo la piel de Gog se halla escondida el alma del diablo, el esqueleto del antropoide, el sentido cruel de lo primitivo que se ha sedimentado en el fondo de la civilización». Este sujeto, tras amasar dinero sin fin, decide dedicar el resto de su existencia a conocer el mundo. Viaja y escribe un diario que el ficticio narrador ordena, aunque sin atinar el año, sólo el día y el mes consignados. El resultado es calidoscópico y completo a través de unos setenta capítulos más bien breves en los que Gog habla de lugares y de personas con quienes se entrevista, como H. G. Wells, Henry Ford, Sigmund Freud, Albert Einstein, o Ramón Gómez de la Serna —de él dice: «es un señor moreno, gordo y amable, que tiene el aire de burlarse perpetuamente de sí mismo».

A Gog le confiesa Gandhi: «Usted quiere saber por qué deseamos expulsar a los ingleses de la India. La razón es muy sencilla: son los mismos ingleses que han hecho nacer en mí esta idea castizamente europea. Me di cuenta de que ningún pueblo europeo soportaría el ser administrado y mandado por hombres de otro pueblo. No quiero ingleses en mi casa, precisamente porque me parezco demasiado a los ingleses». Y Lenin le comenta: «No crea que yo sea cruel. Todos esos fusilamientos y todas esas horcas que se levantan por mi orden me disgustan. Odio a las víctimas, sobre todo porque me obligan a matarlas».

Los pasajes del libro apenas dejan libre un tema que hoy nos resulte de debate y de preocupación. Incluso aparece un conato de religión mundial, a base de sincretismo de todos los cultos y devociones existentes. Sin embargo, a final de Gog surge un motivo de esperanza. El protagonista añora la sencillez de cuando era joven y no era rico, ni se había sumido en la aparatosidad del exceso civilizatorio, y degusta con pasión la simpleza de un pan de centeno. Un capítulo que, sin duda, recuerda a Eça de Queirós y su relato largo El mandarín, publicado medio siglo antes.