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Portada de «La casa de los santos» de Carlos PujolCEU Ediciones

Un santo para cada día del año

'La casa de los santos': un 'quién es quién' de la santidad ordenado por fechas y con una página para cada santo

Un compendio de breves biografías del santoral que elude lo beatorro y lo fantasioso, en una reedición ampliada con figuras como Juan Pablo II, Edith Stein o Teresa de Calcuta

Carlos Pujol (1936–2012), autor de medio centenar de obras, participó en la edición de cerca de 270 libros, entre lo que se incluyen traducciones de Baudelaire, Jane Austen, Stendhal, Ronsard o Proust. En 1989 publicó en Rialp La casa de los santos: Un santo para cada día del año, que hoy reedita y amplía CEU Ediciones, de la mano de Ana Rodríguez de Agüero y Pablo Velasco. Los editores han contado, además, con la colaboración de un puñado de nuevos redactores que se han ocupado de añadir algunas biografías más —Juan Pablo II, Edith Stein, Hildegarda de Bingen, Pablo VI, o Teresa de Calcuta (a la que denominan ‘Madre Teresa’)—, como son Esperanza Ruiz, Enrique García–Máiquez, Jaime García–Máiquez, Ignacio Peyró, Armando Zerolo o Daniel Capó. Además, el libro también incluye, como apéndice, media docena de beatos de la Asociación Católica de Propagandistas, martirizados en la Guerra Civil.

En todo caso y en un 98%, el libro es el de Pujol, y se estructura de una manera muy sencilla: cada página se dedica, grosso modo, al santo del día. Desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, incluyendo el 29 de febrero. No hay día vacante, porque siempre es momento de alcanzar la santidad. Por eso en estas páginas encontramos laicos, monjas y papas, mártires y padres de familia, niñas, matrimonios (como Celia y Luis), labriegos y sabios, personajes del Antiguo Testamento, de la Iglesia primitiva, de la Edad Media y de nuestro tiempo.

ceu ediciones / 465 págs.

La casa de los santos

Carlos Pujol

En alguna ocasión, el libro nos ofrece en una sola página dos santos, porque comparten día. En otros casos, cada santo, aunque coincida en fecha con otro, dispone de página propia y completa. Lo cual es mérito del difunto autor y de los editores, con apenas alguna excepción, como la biografía de John Henry Newman, en la que Peyró se alarga media hoja más. De esta forma, se ofrece de manera sucinta un perfil de cada santo en una página, tarea que se facilita gracias a dos índices: uno de nombres y otro de días del calendario. El índice de nombres (‘alfabético’) nos dice en qué pagina se halla el santo que buscamos, y el índice por fechas (‘general’, en la terminología del libro) nos informa a qué santo corresponde cada día. Una especie de ‘quién es quién’ de la santidad. Aunque no están todos, sí cerca de medio millar, que no es poco, e incluso alguna advocación mariana, como el Santo Rosario o la Asunción.

El contenido de este libro resulta conciso, ameno y elude lo simplista, aun cuando algún pasaje haga fruncir el ceño a más de un lector, como los muy devotos de los niños complutenses Justo y Pastor, o de san Cirilo de Alejandría. Porque Pujol no dejó un libro beatorro, sino con criterio personal. Al hablar de san José, el marido de María, asegura: «Su culto, muy tardío, no se generaliza hasta la Contrarreforma, y en él influyen tres santos muy devotos de san José: Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco de Sales». Merece la pena leer algunos pasajes: «de familia noble y muy rica, de origen godo con entronques judíos … sabemos de sus afanes íntimos … de su vida seglar (casó con una sevillana) y de la admirable amistad que le unió a Eulogio … No parece que muriera mártir, pero sí pobre por su generosidad con los cristianos y la política rapaz de los infieles en el poder», dice de Álvaro de Córdoba. De Juan de Mata señala, tras referirse a algunos prodigios transmitidos por la tradición oral: «Vamos a ser francos, no nos lo creemos, y esa especie de autómata ejemplar teledirigido por Dios desde antes de su nacimiento está más cerca de una caricatura volteriana que de la santidad».

De Juan de Brito comenta: «Nadie hubiera reconocido en él a un jesuita. Ni su indumentaria, ni sus costumbres, las propias de un santón hindú, ni su lengua, que era la de los indígenas de la costa de Malabar, al sur de la India, era lo habitual en un hijo de san Ignacio». Enrique García–Máiquez dice de Josemaría Escrivá: «Toda santidad depende del desbordamiento de la gracia de Dios, pero él la buscó a conciencia, con ahínco, por las bravas, a la aragonesa», y cita a Ratzinger, quien de este santo de Barbastro destacó: «Se atrevía a ser algo así como un don Quijote de Dios». La semblanza de Pujol sobre Tomás Moro comienza así: «Es el hombre más metido en lo humano de todo el santoral».