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Portada de «Compasión por el diablo», de Kent AndersonSajalín

‘Compasión por el diablo’: una ración extra de napalm literario

Una obra maestra de la literatura bélica escrita por el veterano de la guerra de Vietnam, Kent Anderson

Desembarcos desde helicópteros Huey, bombardeos con napalm desde aviones Phantom, misiones a través de una profunda y embarrada selva, emboscadas del Vietcong entre brumas amarillentas, drogas psicodélicas y todo ello con banda sonora de los Rolling Stones.

En Compasión por el diablo (Sajalín) están todos los elementos con los que el imaginario popular ha construido la guerra de Vietnam. Porque, parafraseando a Francis Ford Coppola, Compasión por el diablo no es una novela sobre Vietnam. Es Vietnam.

Sajalín / 457 págs.

Compasión por el diablo

Kent Anderson

Empezando por el hecho de que su autor, Kent Anderson, es un veterano de la contienda y su obra es, en gran parte, autobiográfica a partir de sus propias vivencias como miembro de las fuerzas especiales.

Con todo, no estamos ante una novela belicista. Todo lo contrario. Compasión por el diablo es una descarnada fotografía de los horrores de la guerra.

Anderson no censura nada y, por ejemplo, se recrea con un detallismo que revuelve las tripas en las consecuencias que en el cuerpo humano genera el pisar una mina antipersona.

Tampoco duda en exponer los crímenes de guerra cometidos por las tropas estadounidenses en su lucha contra el comunismo: «Los vamos a utilizar para que nos abran camino, por si hay alguna mina, y como escudo humano en caso de emboscada. Todo ello violando la Convención de Ginebra, debo añadir», dice un oficial cuando una patrulla estadounidense intercepta a dos menores que servían en el Vietcong.

El protagonista de Compasión por el diablo es Hanson, un joven universitario que, nunca se aclara del todo cómo, acaba reclutado por el Ejército de Estados Unidos.

Desde la primera formación militar, su ingreso en las fuerzas especiales y hasta su llegada en Vietnam, Kent Anderson describe todo el proceso por el que pasa su alter ego hasta convertirse en una implacable máquina de matar.

Siempre acompañado por un manoseado ejemplar de las obras completas de W.B. Yeats, «que había adoptado ya la curvatura de su pierna», Hanson se deja arrancar de la sociedad por la guerra.

La nostalgia por la casa dejada a miles de kilómetros de distancia no es más que un ensueño, porque sabe que nunca podrán volver a integrarse en la vida de civil. Su nueva y única vida es la guerra, y su nuevo hogar es la selva vietnamita.

«Estaba a trece mil kilómetros de casa en medio de un zarzal después de haber cruzado la frontera ilegalmente, rodeado por el enemigo, y era feliz. El miedo seguía ahí, desde luego, pero nunca había sido tan feliz. Sólo tenía que preocuparse de mantenerse con vida. Si lo hacía mal, moriría y sus problemas se acabarían», dice el autor de un Hanson emboscado en las profundidades de la selva.

La deshumanización a la que se ve sometido Hanson y sus compañeros hace que, cuando obtiene un permiso para regresar a Estados Unidos, sea incapaz de vivir en sociedad.

Ve enemigos en cada esquina, vive permanentemente alerta, no duerme y siente una irrefrenable necesidad de atacar y matar: «Llegado el momento comprendería que no es posible servir con los hombres libres y mejores asesinos de un ejército sin convertirse en uno de ellos».

Finalmente, la guerra lo vuelve a atrapar y regresar voluntariamente a Vietnam, donde «era feliz», porque, al fin y al cabo, «ya dormiremos cuando estemos muertos».

Toda la novela está impregnada por ese fatalismo al que se precipitan los soldados en la guerra de Vietnam, una «guerra cortés», «una guerra rocanrolera» –«quiero reencarnarme en un bajista. Enchúfame y, venga, ¡a gozarlo!»– en la que los hombres enviados a la trituradora de carne aprenden lecciones tan valiosas como que «en caso de ataque de mortero no entre en pánico. Túmbese en el suelo boca abajo hasta oír la señal».

Con una estructura original que huye de la narración lineal, con continuos saltos en el espacio y en el tiempo, con una construcción de personajes honesta y brutal, Kent Anderson compone una obra maestra de la literatura bélica en la que no hay héroes, sólo pobres diablos que son al mismo tiempo asesinos y víctimas y por los que sólo cabe sentir compasión.

La lectura de Compasión por el diablo es una lectura amarga, una lectura oscura que avanza a galope de un caballo desbocado.

Leer la novela de Kent Anderson es vivir la guerra de vietnam, no como un telespectador desde la distancia de la pantalla, sino como un soldado de las fuerzas especiales y sentir en la boca el sabor a gasolina que deja el napalm que convierte la selva en un infierno mientras suena de fondo la ajada voz de Jim Morrison cantando «this is the end, beautiful friend».