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Portada de «Veinte poemas de amor y una canción desesperada» de Pablo NerudaCastalia

50 aniversario del fallecimiento de Pablo Neruda

'Veinte poemas de amor...': océano y pinares testigos de una pasión que no acalla la soledad

«Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única», escribe Neruda en un poemario juvenil, pero definitivo, en que con formas casi modernistas recupera una mirada de lírica arcaica

Ricardo Neftalí Reyes nace en 1904 en Chile, en una pequeña localidad del valle central del país: al Este se encuentran los Andes, al Oeste una sierra —su altitud no llega a los 900 metros— que separa del mar, del Océano Pacífico. El entorno es apacible, sin muchas poblaciones y con suficiente distancia de Santiago, al Norte. El clima podría definirse como mediterráneo templado, con veranos más bien moderados y secos e inviernos fríos. Sin embargo, su infancia transcurrió en Temuco, al Sur del país, donde la humedad es mucho mayor y el mar está más próximo. Estos factores —unidos a la presencia de una madrasta a la que no se refería con este nombre y que le dio mucho cariño— determinan el fundamento de su marco poético. Precisamente en Temuco, recibe —o eso cuenta este autor— la influencia directa de Gabriela Mistral (1889–1957), quien le aconseja leer a autores como Tolstoi o Dostoyevski. Por aquel entonces, publica artículos en prensa, tanto local como de Santiago. En 1920, el año que conoce a Mistral, adopta el seudónimo que lo acompañará el resto de su vida: Pablo Neruda.

Sobre este seudónimo existen varias teorías. Según la más extendida, trataba de evitarle a su padre ver estampada su firma con el nombre real. ¿Se inspiró en el checo Jan Neruda (1834–1891)? El chileno llegó a afirmar que sí, aunque se trató de una elección fortuita, tras ojear un cuento suyo en una revista. Conviene saber que la primera edición en España del checo (Cuentos de la Malá Strana) es de 1922. La posibilidad de que conociera el mero apellido no puede descartarse, desde luego. Sobre todo, con Mistral en ese contexto formativo.

En Temuco comienza a componer poemas y a ganar certámenes literarios. Cuando en 1921 se marche a Santiago de Chile a estudiar en la universidad, la poesía se habrá convertido en furor. Precisamente en 1921 publica un folleto de dieciséis páginas con el título La canción de la fiesta (Ediciones Juventud, Santiago), nuevo éxito en un concurso de poesías. Con diecinueve años publica el libro Crespusculario. Al año siguiente (1924), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (Nascimento). Aquí es donde detendremos el perfil biográfico de Neruda, tan repleto de episodios sombríos como la vida de otros tantos literatos o artistas, ya se llamen Rafael Alberti o Jaime Gil de Biedma, por mentar dos ejemplos casuales. Baste añadir que en ese mismo año obtiene un cargo de cónsul, lo que le supone embarcar rumbo a destinos tan dispares como Buenos Aires, Madrid, París, Suez, Ceilán, Rangún, Java… Es hombre de experiencias intensas que lo dejan vacío. En abril de 1929 escribe desde Colombo a un amigo: «Yo simplemente caigo, no tengo ni deseos ni proyecto nada; existo cada día un poco menos».

castalia / 136 págs.

Veinte poemas de amor y una canción desesperada

Pablo Neruda

En Veinte poemas de amor y una canción desesperada encontramos, básicamente, lo que expone el propio título. Un amor apasionado, carnal, joven, de erotismo refinado y un evidente sabor de distancia con la amada. Sus besos son de desesperación. Por eso dice: «Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única». En uno de sus poemas más reconocibles leemos: «Me gustas cuando callas, porque estás como ausente. | Distante y dolorosa como si hubieras muerto». En otro pasaje encontramos: «Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos … Mi cuerpo de labriego salvaje te socava». Como el propio autor afirmaba en Confieso que he vivido, en este libro convergen dos tipos de mujer a quienes llama Marisol y Marisombra. La primera es la alegre chica de provincias; la segunda es la «boina gris, ojos suavísimos, el constante olor a madreselva del errante amor estudiantil» en la capital.

Un amor apasionado, carnal, joven, de erotismo refinado y un evidente sabor de distancia con la amada

Podría entenderse que es un poemario idóneo para bachilleres y universitarios en plena exaltación de hormonas y de confusiones amorosas. No pocos lectores cultivados desdeñan este librito. Pero no olvidemos que, al morir Neruda (1973), se han vendido en todo el mundo dos millones de copias de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Su fuerza expresiva resulta innegable. Su empleo del verso alejandrino, la ausencia habitual de rima y la querencia por las palabras esdrújulas, dentro de un ambiente marinero —sol, arena, estrellas—, dotan a estos versos de un sabor de playa solitaria, e incluso de otoño. De crepúsculo y soledad.

Aún más: la impactante presencia de la naturaleza —unida al amor y al implícito desasosiego existencial— sea quizá una nota esencial en este libro. Una naturaleza oceánica, pero también de pinos que exhalan trementina. Porque el poeta está viviendo su amor en un contexto lírico que recuerda a la poesía arcaica griega —no es, desde luego, una naturaleza salvaje, exótica, tropical—, e incluso se respira un cierto aroma de mar recién estrenado, como en la épica de Homero. Hay una inesperada convergencia de lo antiguo y lo modernista.

Por otra parte, Veinte poemas de amor y una canción desesperada es un poemario que merece leerse en una concienzuda edición crítica. No sólo por los comentarios y análisis, sino también por la propia historia del texto. Media docena de poemas se habían publicado previamente a la edición de Nascimento (1924) en un par de revistas. Algunos de estos poemas se modificaron en el libro, e incluso uno (el número 2) se reescribió casi por completo. El poema 9 se cambió por otro en la segunda edición (1932) y el 16 es una paráfrasis —lo acusaron de plagio— de Tagore —quizá otra influencia más de Gabriela Mistral.