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Portada de «Los cien ecologismos» de Ignacio Quintanilla y Pilar AndradeEncuentro

'Los cien ecologismos': los fundamentos del ecologismo en su vertiente más filosófica

El discurso de Ignacio Quintanilla y Pilar Andrade promueve el ecologismo no como una opción, sino como una forma obligada de contemplar y asumir la relación entre ser humano, progreso y entorno natural

La tesis de este libro es la siguiente: el ecologismo no es una opción, sino algo obligado; urge cambiar la mentalidad y el paradigma filosófico; el ecologismo es una «perspectiva» nueva en la historia, pues apenas cuenta con cien años. Los autores niegan que el ecologismo sea una doctrina o una teoría, sino que aseguran que es una disciplina del saber. La narración de los orígenes y recorrido del ecologismo, en especial de autores tan particulares como Aldo Leopold —cuya visión del humanismo clásico era más que deficiente—, da las claves para entender este libro. En cierto modo, hay una percepción de tabula rasa con respecto al pensamiento profundo de las épocas antigua y medieval —apenas bosquejado en estas páginas–, si bien los autores afirman que se adscriben a la tradición humanística clásica. Este sería, aunque no lo parece, el fundamento y desarrollo esenciales de la obra. En su crítica a los excesos de nuestra época, parece obviarse la definición que el cristianismo, desde el Génesis, ha tenido acerca del cometido del ser humano en el mundo.

encuentro / 296 págs.

Los cien ecologismos

Ignacio Quintanilla y Pilar Andrade

Por otra parte, el libro no se centra en detectar problemas medioambientales específicos y plantear soluciones concretas, sino que impele a abandonar gran parte de los esquemas previos de la civilización occidental, insta a una modificación radical de los parámetros. Quizá resulte revelador el hecho de que los autores y sus fuentes pertenezcan a una cultura más bien posmoderna, distante de las épocas y contextos en que el ser humano percibía los riesgos constantes que suponía una naturaleza hostil. En este sentido, el libro puede recordar a quienes postulan determinado tipo de cuidado ambiental, alejado de la complicidad con las personas que de verdad viven en cotidiano contacto con el campo y los entornos silvestres.

La escasa referencia a los modelos y reflexiones de los autores antiguos —su relato es tangencial y da la impresión de un conocimiento mediado y poco atento, con notable confusión en la terminología griega citada— puede suponer un indicio de esta actitud. Sin comprender el sentido del zôon politikón aristotélico, los autores aluden el homo faber (el hombre como artesano, como fabricante), lo contraponen al humanum curatorem (ser humano como ser que cuida, como administrador o encargado), sin que se sepa el motivo por el que usan el acusativo en vez del nominativo, que sería humanus curator. Cuestión, por otro lado, que Gregorio Luri comenta con acucia en su reciente En busca del tiempo en que vivimos, y que supone la aproximación más cabal a la mentalidad cristiana. Por cierto, este libro no acude a Francisco, ni a Benedicto XVI, ni a Juan Pablo II.

Asimismo, el libro presta escasa atención a lo que podría llamarse un ecologismo clásico o conservacionista y que puede rastrarse en autores muy anteriores a nuestra época. Aunque Delibes se asoma tímidamente en estas páginas, quedan ausentes Roger Scruton, Leonardo Polo o el citado Gregorio Luri. Por el contrario, sí aparecen pensadores como Peter Singer —conocido defensor del aborto y del infanticidio en ciertas condiciones, pues niega la sacralidad de la vida humana. Nuevamente esta sea quizá una de las explicaciones del tono más bien rupturista que puede dejar la lectura de esta obra —se emplea, sin pretenderlo, una formulación de corte marxista: la filosofía como praxis—, a pesar de que sus autores se definen como integrantes del humanismo ecologista, en oposición a otras posturas más vehementes. En todo caso, el libro —que se adhiere más a pensadores como Hans Jonas— tampoco propone una vuelta a las cavernas, si bien no atina a responder a las objeciones que hoy existen a las políticas que dicen basarse en la sostenibilidad. Los autores incluso reconocen retraídamente la posibilidad de que los gobiernos, so capa de ecologismo, impongan un autoritarismo que empobrezca a la población. En todo caso, apuestan por la «gobernanza global» y un modelo social de corte colectivista, incluso aunque no hubiese «alerta climática».

Dicho lo cual, este libro será de gran provecho para aquellas personas que están convencidas de que hay que cambiar de mentalidad y de hábitos, pues el ser humano ha dejado de ser el centro del cosmos. La exposición de autores, familias —a veces muy enfrentadas— dentro del ecologismo y consideraciones sobre el ser humano, la ética y el progreso, será motivo de deleite en bastantes lectores. Sin duda, hallarán nuevos horizontes y pautas dentro de este campo.