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Portada de «Cielo sucio» de Edgardo CozarinskyTusquets

'Cielo sucio': los inframundos de la gran urbe y la deriva de la sociedad

La Argentina y el Buenos Aires de Edgardo Cozarinsky. Círculos de ceniza en una ciudad deshabitada en la que la noche invita a hablar de lo que el día calla

El cineasta y escritor argentino Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) desciende de una familia de inmigrantes judíos ucranianos, que fundaron colonias agrícolas en las regiones fértiles que compró el barón Mauricio de Hirsch, entre Ríos y Santa Fe, por tanto, es sucesor de los «gauchos judíos», como los denominó Alberto Gerchunoff en su ensayo homónimo. Los estudios de Letras, la presencia de Jorge Luis Borges para quien trabajaba como asistente en el Instituto de Literatura, su colaboración con editoriales y sus inicios en el periodismo le permitieron ganar el Premio La Nación de Ensayo con «Sobre algo indefendible», donde reflexiona sobre la relación entre el chisme y la literatura.

Como tantos otros intelectuales que huyeron de la Triple A (organización terrorista parapolicial y anticomunista que dirigieron Juan Domingo Perón o José López Rega e integraron comisarios y miembros de la Policía Federal), en 1974, con treinta y cinco años, se trasladó en París, donde comenzó a cultivar su faceta de cineasta (Puntos suspensivos, 1971; La Guerre d’un seul homme, 1981), una profesión que pronto hizo compatible con la literatura.

A partir de 1985 prolongó sus estancias en Buenos Aires y poco después empezó a alternar su existencia entre la urbe francesa y su ciudad natal. Esta circunstancia vital, la permanencia a caballo entre dos ciudades, fue impregnando una producción artística, inspirada en el viaje, el exilio y la extrañeza de la vida moderna, como afirmó Susan Sontang en el prólogo del libro de relatos Vudú urbano (1985). El cosmopolitismo de las dos ciudades que conforman su geografía sentimental impregna su obra narrativa, en los géneros de cuento, ensayo, memoria y novela (El rufián moldavo, 2004; Maniobras nocturnas, 2007; Lejos de dónde, 2009; La tercera mañana, 2010; Dinero para fantasmas, 2012; En ausencia de guerra, 2014; Dark, 2016; En el último trago nos vamos, 2017; y Turno noche, 2021). En su obra, como afirma el narrador en «(One for the road)», una de las postales que conforman Vudú urbano, la divisa es «desentrañar en la fatua presencia, la sombra que espera», los laberintos que acechan en la ciudad fantasmal, las vidas de los seres que transitan estos paisajes urbanos y los hilos que trenzan presente y pasado.

Desde que en 1999 le diagnosticaron un cáncer, decidió consagrarse de lleno a la escritura y publicó el libro de cuentos allí escrito, La novia de Odessa; poco después comenzó a explorar otros territorios artísticos, como la ópera Raptos (2005) con música de Pablo Mainetti, y un libreto para una ópera de cámara, Ultramarina, que fue encargada por la Fundación Szterenfeld y que, bajo la dirección escénica de Marcelo Lombardero, estrenó en el Festival de Tango (2009).

Heredero de la concepción borgiana de la identidad argentina, que deplora el «culto nacionalista del color» –según afirmó en «El escritor argentino y la tradición», la clase que impartió en 1951 en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires– y que reivindica el derecho a moverse dentro de la tradición europea, Cozarinsky recupera en Cielo sucio la criminal «Noche del apagón» en la localidad de Libertador General de San Martín, donde, sirviéndose de unos cortes del suministro eléctrico durante los días 20 y 27 de julio de 1976, se perpetraron unos cuatrocientos cincuenta secuestros y numerosas ejecuciones de trabajadores y activistas que estaban vinculados al ingenio Ledesma (Jujuy) durante la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983); recobra, asimismo, en la novela las declaraciones en falso que se hicieron para salvar a los dueños del ingenio (Carlos Blaquier y Alberto Lemos), antes de que se abriera en 2021 la causa para juzgar estos crímenes:

tusquets / 144 págs.

Cielo sucio

Edgardo Cozarinsky

«Mirá, mejor te olvidás. Eso pasó en tiempo de mis abuelos. Eran de General San Martín, que antes se llamaba Ledesma. Trabajaban los dos en el ingenio. En la familia se sabía que de eso no se hablaba. Más tarde llegaron porteños a remover basura, anduvieron preguntando, no les sacaron una palabra. Ni a mis abuelos ni a nadie. Cada uno en su lugar. Así es este país, me enseñaron. Todos tranquilos. Lo que pasó pasó» (83).

Entre inquietantes intuiciones y ecos fantasmales va desgranando el lector los significados ocultados de la trama que protagonizan un escritor desengañado y escéptico; un joven que llegó a la capital para ser cabo de la Policía Federal y pasó a formar parte como agente de prevención de la policía metropolitana, donde descubrió que «la ciudad era otra, y eran otras las personas que se movían por sus calles»; una joven, que ha comenzado la década de los treinta; la abuela de sabiduría ancestral que enseña a su nieto a protegerse en la vida; un ingeniero experto en drones, entre otros.

Entre errancias nocturnas, algunos insomnios y sueños, y a través de profundas y veladas referencias intertextuales a la tradición literaria (Shakespeare, Hölderlin, Bertolt Brecht, Las aventuras de Tintín de Hergé, entre otros), Cozarinsky despliega una interesante mezcolanza de componentes ficcionales y documentales mientras adentra al lector en los inframundos de la gran urbe y en la deriva de la sociedad. Frente al prestigio cultural de la ciudad de Buenos Aires, el autor explora con ironía la sórdida tormenta que se avecina sobre la atmósfera asfixiante de la ciudad, muestra el deterioro urbanístico y recrea los espacios del narcotráfico, de la delincuencia y actividad de los motochorros, de las extorsiones, amenazas y sobornos, de los telos que en 1978 se transformaron en albergues transitorios, de la prostitución y de los intercambios en mano de elevadas sumas de dinero. Los cambios de perspectivas y la elipsis juegan un papel destacado en la novela, pues son reflejo de las imágenes y de las voces fantasmagóricas de los muertos que pueblan el imaginario narrativo.

Cielo sucio es una breve y dura novela, con la que Cozarinsky invita a reflexionar sobre los desplazamientos de los espacios geográficos que conducen a la mendicidad; sobre la falta de solidaridad, el odio y la violencia; sobre la excarcelación de violadores, los indultos de presos y la falta de un sistema judicial que garantice la transparencia legal; en suma, sobre la deriva de un mundo absurdo, capaz de mantener durante la pandemia las escuelas públicas cerradas y abiertos, los casinos y los bingos.

Con una estructura laberíntica y circular esta sobria y brillante nouvelle nos instiga como lectores, en primer lugar, a que viajemos geográficamente desde las alturas del noroeste de la Argentina (provincia de Jujuy, entre Purmamarca y Salinas Grandes) hasta Buenos Aires; y, en segundo lugar, a que a lo largo de este viaje geográfico y cultural vayamos entrelazando con paciencia cada una de las teselas narrativas que, como las apachetas (los montículos cónicos de piedras dispersas y de distinto tamaño que el viajero encuentra en el periplo, anteriormente mencionado), se dejan en un camino serpenteante para que actúen como puentes de vigía y nos permitan reconstruir el sentido final, pues los hilos de la trama se anudan. Junto a la formidable cultura y a la querencia por la errancia, Cielo sucio es una excéntrica invitación a la búsqueda de la verdad que se oculta tras las apariencias engañosas, porque «los muertos siempre vuelven, y las víctimas son los muertos más tenaces».