'Elizabeth Finch': sobre la mitificación y su fracaso
Julian Barnes juega con lo subjetivo y lo real, diferenciando lo cierto de lo verdadero. Todo enmarcado en un personaje poliédrico, cuyas intensas luces no llegan a ocultar sus sombras
«Habrán observado que el título de este curso es «Cultura y civilización». No se alarmen. No los voy a acribillar a gráficos circulares (…). La próxima semana les proporcionaré una selección de lecturas totalmente opcional; ni perderán nota por ignorarla, ni la ganarán por estudiarla sin descanso. Les daré clase como a los adultos que sin duda son. La mejor forma de educar, como sabían los griegos, es la colaborativa». Así empieza la última novela de Julian Barnes, con la presentación del primer día de clase de Elizabeth Finch, protagonista pasiva de esta narración. En un arranque de novela memorable descubrimos a una profesora idealista y tal vez utópica que no pone su empeño en enseñar sino en que sus alumnos aprendan.
El narrador es uno de sus estudiantes, que quedó fascinado desde el primer día de clase y tras terminar la asignatura siguió tratándola durante años. Quedaban a comer habitualmente, siempre en el mismo restaurante italiano, hasta la muerte de la profesora.
En la primera parte de la novela se nos presenta a Elizabeth Finch desde fuera, con el filtro embellecedor del alumno platónicamente enamorado. Se nos muestra así una profesora que habla y explica a sus alumnos su particular perspectiva de la historia y la civilización occidental. Su alumno predilecto parece no quedarse más que con el recipiente, que en este caso es la extraordinaria personalidad de su profesora y todos los secretos que parece ocultar: ¿amó a alguien?, ¿está casada?, ¿es judía?, ¿tiene más familia?
anagrama / 200 págs.
Elizabeth Finch
Muchos años después, entramos en el interior de Finch y se desvelan en parte sus misterios. Su estudiante recibe sus cuadernos manuscritos y su biblioteca y es entonces, y solo entonces, cuando descubre la lección que su profesora quería que entendieran. Resultado del cual pergeña, solo por enriquecimiento personal, un ensayo sobre la figura de Juliano el Apóstata desde sus orígenes hasta la actualidad. Dicho ensayo ocupa casi un tercio del libro. Desde el punto de vista práctico tendríamos mucho que decir en su método pedagógico colaborativo que triunfa en un solo estudiante tras veinte años de conversaciones y escritos personales.
En este punto tenemos que decir que el mensaje de Finch es clara y sin matices anticristiano. Para ella, el desastre de la cultura occidental comenzó con la muerte de Juliano el Apóstata, que supuso la vuelta del Imperio romano al cristianismo y el olvido de la cultura y las religiones politeístas. Mucho se podría decir, discutir y argumentar sobre la autenticidad de la valoración que se desarrolla a través de Finch y se racionaliza por parte de su alumno más como un homenaje a su profesora que por intereses intelectuales o académicos. Pero no estamos reseñando un ensayo, sino una obra de ficción, y entrar aquí a defender las aportaciones de la tradición judeocristiana en Occidente sería algo parecido a discutir con un muñeco manejado por un ventrílocuo.
Barnes es un extraordinario conocedor de Madame Bovary, tal y como aparece señalado en uno de sus grandes libros, El loro de Flaubert, y sabe mejor que nadie que no hay nada más necio que confundir al personaje con el narrador o directamente con el autor de carne y hueso. Habiendo mucho de uno en los otros, en realidad no hay nada. Flaubert demostró a un jurado, empeñado en condenar su libro por apología del adulterio, que Emma Bovary era libre de pensar lo que quisiera en su mundo ficcional, pues para que un personaje funcione debe actuar con coherencia interna.
Barnes es un escritor extraordinariamente inteligente y esta novela es mucho más que una discutible teoría histórica bajo el aparato de la ficción. La vida apenas sugerida del narrador, un aspirante a actor con dos divorcios a la espalda y una colección de planes frustrados, se entronca con la vida infructuosa de Finch y el significativo fracaso de Juliano el Apóstata. De modo que según van avanzando las páginas, la figura hiperbólica de Elizabeth Finch muestra sus limitaciones tanto intelectuales como vitales y termina dejándonos el amargo regusto de la desilusión.
Elizabeth Finch no es el mejor libro de Barnes, pero es un libro de Barnes, lo que significa que es mejor que la media. Gustará a los lectores habituales del autor británico aunque para quien quiera conocerlo pensaría en otras vías de iniciación, como el mencionado libro sobre Flaubert.