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'Los primeros cristianos en Roma': ¿quiénes eran?

Peter Lampe intenta desentrañar la identidad y vida cotidiana de las comunidades cristianas en Roma durante los dos primeros siglos. No es un libro menor. Ni en alcance, ni en tamaño, ni en interés

La labor de los investigadores especializados en el cristianismo primitivo es un constante ejercicio detectivesco. Los indicios de aquel pasado son tan escasos como diversos. El especialista está obligado a recopilar cada trozo del puzle y poner orden a las ideas, imágenes y sensaciones. Cada detalle y cada signo que se encuentra en el desbroce minucioso de las fuentes surge como una revelación que puede cambiar la narración.

El autor de este libro es un catedrático de Nuevo Testamento e Historia del cristianismo primitivo en la universidad alemana de Heidelberg y, además, también es teólogo protestante. Peter Lampe busca por todos lados: una lápida, una sencilla inscripción, cualquier tipo de texto literario – ya sea entre los testimonios cristianos como los no cristianos- o hallazgos arqueológicos por pequeños que parezcan. El objetivo principal de esta búsqueda es entender cómo eran y cómo vivían los cristianos que habitaron aquella Roma de los dos primeros siglos. Carlo Ginzburg apostó por el paradigma indiciario para alimentar su apuesta microhistórica, un cambio epistemológico que cultivó desde los setenta del siglo pasado y que se basaba en la observación meticulosa y obsesiva de la realidad. Y, en el fondo, Lampe nos ofrece una microhistoria de los cristianos en la ciudad más populosa del momento.

sígueme / 608 págs.

Los primeros cristianos en Roma

Peter Lampe

Estamos, por tanto, un libro de historia académica que busca comprender cómo se relacionaba el contexto de los cristianos con la expresión de su fe. Por esta razón, no es una historia narrativa al uso. Se divide en varias secciones que tratan de radiografiar a aquellas comunidades cristianas desde diferentes perspectivas, que incluyen la topográfica, la diacrónica o la prosopográfica para explicar el fraccionamiento característico del cristianismo romano. El libro comienza analizando la tensa relación entre judíos y cristianos. No nos puede sorprender.

El cristianismo prende en Roma siguiendo la estela de la comunidad judía. La sinagoga fue el primer espacio de reunión y sociabilidad, pero pronto dejó de ser un lugar compartido. Ambas comunidades se separaban a mediados del primer siglo y tomaban distancia. El detallado estudio de Lampe le lleva a subrayar que, aunque el judaísmo acunó el origen del cristianismo romano, el peso gentil era mucho mayor allí que en otros lugares del Mediterráneo. Los espacios fronterizos, como los calificó Daniel Boyarin, eran profundos y la tradición judía aún tenía su poso en la práctica y la literatura de estos primeros cristianos, tal y como demuestra una lectura de Clemente Romano o Hermas. A finales del siglo I, comienza la educación interna o catequética de catecúmenos.

Tras un escrupuloso análisis de las fuentes, Lampe se lanza a conjeturar sobre la localización de estas comunidades cristianas en la ciudad imperial. No tiene dudas en señalar que se encontraban en zonas de alta densidad poblacional y bajos ingresos. O, lo que es los mismo, vivían habitualmente en los espacios más pobres de la ciudad (Trastévere y a lo largo de las Vias Appia y la Latina). Lo que no quita para que podamos encontrar cristianos en otras áreas más boyantes, que hoy denominaríamos de lujo, como los indicios de su presencia en el monte Aventino. Quizá por ese motivo la comunidad cristiana de Roma era desigual e, incluso, se encontraba fraccionada. Lampe no hace una correlación directa, pero nos explica que el judaísmo romano también se encontraba en una situación similar con una especie de federación de grupos a diferencia de otras comunidades. En cualquier caso, el Pastor de Hermas es una de las pruebas de cómo la comunidad estaba escindida con cristianos que pasaban por contextos de necesidad.

Para dar color a su análisis comienza a seguir a algunos de los personajes de esta comunidad. Algunos nombres son más conocidos que otros: Clemente, Marció, Aquila y Prisca, Taciano, Apolonio o Justino. Aparece en estas páginas una interesante lectura sobre cómo eran los liderazgos plurales dentro de esta comunidad. Este no un libro menor. No lo es ni en alcance, ni en tamaño, ni tampoco en interés. Hay tantos hilos como páginas y posicionamientos discutibles.

Los especialistas podrán criticar muchas de las cuestiones que aquí se tratan. Los amantes de la historia disfrutarán de una reconstrucción vívida de una comunidad que estaba en el corazón del Imperio. Los creyentes podrán leer la experiencia de fe de unas personas que les antecedieron en su camino de fe y de los que aún pueden aprender mucho.

Para todos, en definitiva, es una nueva invitación a regresar a esa ciudad eterna que ha marcado nuestra historia. Y, por último, no podemos dejar de valorar el trabajo editorial de Sígueme (y del director de la colección, el profesor Santiago Guijarro Oporto) para traducir este tipo de obras. No es fácil arriesgarse con un libro de más de medio millar de páginas sobre los orígenes del cristianismo.