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Portada de «Sobre el arte de leer» de Gregorio Luri

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'Sobre el arte de leer': un magistral canto a la lectura

Gregorio Luri demuestra que si queremos que un niño aprenda y progrese satisfactoriamente en la escuela, lo mejor que podemos hacer es lograr que sea un gran lector

Gregorio Luri es, ante todo, un maestro. No solo por su prolongado recorrido en el ámbito de la educación, sino también, y especialmente, por la profundidad de sus lecciones. Sus lectores no podemos dejar de admirarnos ante la lucidez con la que este pedagogo y filósofo expone sus ideas, unas tesis basadas siempre en un arrollador sentido común y que se centran en la defensa de la escuela como lugar, ante todo, de aprendizaje.

En ese sentido, si hay una práctica que se muestra especialmente beneficiosa para el aprendizaje y desarrollo tanto de toda persona, pero especialmente en las edades más tempranas, es la lectura. Esta es la idea principal de Sobre el arte de leer, un breve y delicioso ensayo que supone un auténtico canto a la lectura y a su crucial importancia en la educación.

A la hora de explicar los beneficios de la lectura, lejos de quedarse en los argumentos más típicos –enriquecimiento del vocabulario, ampliación de conocimientos, apertura a nuevos mundos…–, el autor proporciona razones e incluso datos de investigaciones que ayudan a entender la trascendencia de la lectura en los más jóvenes. En ese sentido, una de las contribuciones más interesantes de este ensayo es la persuasión con la que Luri demuestra que si queremos que un niño aprenda y progrese satisfactoriamente en la escuela, lo mejor que podemos hacer es lograr que sea un gran lector.

Portada de «Sobre el arte de leer» de Gregorio Luri

plataforma / 142 págs.

Sobre el arte de leer. 10 tesis sobre la educación y la lectura

Gregorio Luri

Esta tesis, que Luri acompaña con datos irrefutables, no deja de ser lógica. Entre los innumerables beneficios de la lectura, además del enriquecimiento personal que supone ––«mientras las pantallas devoran, la lectura alimenta», nos recuerda Luri–, se encuentra el mayor dominio que los jóvenes lectores tienen sobre su atención. Y esta habilidad, muy relacionada con la autodisciplina, se ha demostrado clave en el desarrollo académico: cuánto más lee un niño, mayor dominio tiene sobre su atención, distrayéndose menos, y siendo capaz de centrarse en las explicaciones y el estudio.

Ello, sumado a que los niños lectores tienen un vocabulario más amplio que les permite entender mejor los textos –por ejemplo, los enunciados de los problemas de matemáticas, cuya incorrecta comprensión explica no pocos fracasos en esta materia–, lleva a que se pueda predecir con bastante exactitud el éxito escolar de un niño de nueve años en función de sus habilidades lectoras. A esa edad, se produce una revolución en el desarrollo intelectual del niño, que pasa de aprender a leer a aprender leyendo. Por ello, resulta natural que cuanto mayor sea su destreza lectora y cuanto más amplio sea su vocabulario, mejor será su aprendizaje.

En ese sentido, Luri da un dato revelador: el niño que carece de libros en casa presenta al terminar su escolaridad obligatoria un retraso cognitivo de 1,5 años con respecto al que tiene cien, y de 2,2 años con respecto al que tiene más de quinientos. De hecho, las comunidades con peores resultados en PISA son las que tienen menor porcentaje de lectores. Por ello, Luri no duda en afirmar que «nuestro fracaso escolar es básicamente un fracaso lingüístico».

Esta dramática diferencia, nos dice Luri, invita a hacer dos reflexiones. En primer lugar, supone una llamada a las familias a incentivar la lectura dentro de casa, preferiblemente constituyendo los padres un modelo en ese sentido –no hay mejor motivación para leer que unos padres que disfrutan leyendo–, pero incluso en los casos en que no sea así, mostrando interés hacia la lectura y fomentándola en sus hijos.

En segundo lugar, la estrecha relación entre hábito lector y éxito escolar supone una seria advertencia hacia las escuelas, ya que son las únicas que con su acción pueden suplir las carencias de los niños de familias económica y culturalmente más desfavorecidas –«¿Lo que no haga la escuela con los niños pobres, ¿quién puede hacerlo», se pregunta el autor–.

Por ello, Luri hace un llamamiento tanto a las autoridades educativas como a los propios profesores, que deben preocuparse por hablar correctamente –«todo profesor es profesor de lengua»– y por infundir en sus alumnos el amor por la lectura. Y ello, no solo para asegurar su correcto desarrollo académico, sino, más aún, para ayudarles en su crecimiento como personas. Y es que la lectura es una ventana que abre al niño a comprender mejor el mundo en el que vive, a conocerse mejor a sí mismo y a los que le rodean. Pues en definitiva, nos termina recordando Luri, «vivimos como leemos».

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