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Portada de «El pórtico del misterio de la segunda virtud» de Charles PéguyEncuentro

150 años del nacimiento de Charles Péguy

'El pórtico del misterio de la segunda virtud': poema extenso sobre la esperanza

En medio de la batalla interior de Charles Péguy, emerge esta búsqueda de luz, de intimidad con Dios y de ansia de sencillez y de contemplar las cosas tal como las ve el Creador

Este enero se han cumplido 150 años del nacimiento de Charles Péguy, un personaje intenso, muy trabajador, cuyo legado refulge por su variedad humana y espiritual, y su vocación de humildad y entrega. Sus orígenes y convicciones obreras lo condujeron a un compromiso periodístico y a una visión socialista cada vez más moderada y pragmática —alejada del marxismo— que desembocará en su conversión o retorno a la fe católica. Los siete últimos años de su vida, al tiempo que repletos de publicaciones donde se observa su pasión religiosa, llevan la marca del conflicto familiar, pues su mujer se negó a contraer matrimonio canónico. Falleció en los inicios de la I Guerra Mundial, a comienzos de septiembre de 1914, en el campo de batalla del Marne, una descomunal operación bélica que detuvo el avance alemán en Francia, y que, a la postre, supuso el fracaso del plan germano para obtener una victoria rápida. Transcurridos varios años tras su muerte en combate, su viuda y sus hijos recibieron el bautismo.

En Nuestra juventud (1910) expresa algunas de sus ideas y concepciones principales: el mundo moderno es «el mundo de aquellos que van de listos, de aquellos que no se dejan dar lecciones, de aquellos que no se dejan engañar». Frente a maestros de la sospecha como Marx y Nietzsche, Péguy reivindica el misticismo, la esperanza, la fe de los niños, la ternura de Dios. Ímpetu, fe, ingenuidad, ausencia de ironía, pugna dentro del alma. Son algunas de las características de este autor para el que resulta necesario elaborar, con artesanía, un nuevo cajón de madera reluciente en que clasificarlo a él solo.

encuentro / 190 págs.

El pórtico del misterio de la segunda virtud

Charles Péguy

El canto a la esperanza —al anhelo de esperanza, para ser más precisos— quizá sea uno de los rasgos más destacables de Péguy, de modo que este libro puede suponer una lectura con que conocerlo mejor, si bien se aconseja también acudir a algún ensayo que complemente el contenido, tono y estilo de esta obra. El pórtico del misterio de la segunda virtud no es un libro de poesía tal como suele entenderse. Es un texto largo —parece difícil o imposible dividirlo en apartados, aunque puedan señalarse pasajes más o menos distinguibles—, y sus versos a veces —poquísimas veces— se interrumpen con párrafos que aparentan prosa. Cabría compararlo más a una Odisea —Péguy admiraba hondamente a Homero— con resabios de salmodia bíblica. Pero tampoco es esta una definición concisa. No es tampoco un cántico, ni mucho menos un himno, ni un conjunto de elegías o epigramas. Podría decirse que este libro es más un dietario de oración, de intimidad con Dios, que otra cosa. Pero con una voz poética, aunque reiterativa, repleta de anáforas, machacona incluso.

Este extenso poema dedicado al misterio de la segunda virtud teologal arranca dando voz al mismo Dios, que se asombra y fascina ante la esperanza, ante esa candidez del humano: «Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza … La Fe es una Esposa fiel. La Caridad es una Madre. Una madre ardiente, toda corazón. O una hermana mayor que es como una madre. La Esperanza es una niñita de nada», leemos en las primeras páginas. Luego, Péguy, sin método —pero con un destino claro: la esperanza ante la tumba en que se deposita el cadáver de Cristo, algo que Armando Pego comenta en varias ocasiones—, va recorriendo el evangelio y numerosos recovecos de vida humana —llama la atención su insistencia patriótica gala y sus alusiones a Lorena, entonces bajo soberanía tudesca— y de vida interior. Hay mucha paráfrasis y mucha determinación en masticar cada grano de la Escritura. Por eso habla de ser como niños, del pecado y de cuantas consideraciones teológicas resulten necesarias. Sobre los niños comenta: «Todo lo que hacemos lo hacemos por los niños. Los niños nos hacen hacer todo cuanto hacemos. Como si nos cogiesen de la mano … Los niños, cuando lloran, son más felices que nosotros cuando reímos». Y sobre los pecados de la carne, anota que los ángeles no los conocen porque «no los han experimentado», sólo «han oído hablar de ellos como una historia de otro mundo».

Con motivo, precisamente, de los 150 años del nacimiento de Péguy, la editorial Encuentro vuelve a imprimir la traducción del jesuita peruano José Luis Rouillon Arróspide (fallecido en 2001) de hace tres décadas.