'Lograr el amor es alcanzar a los muertos': poemario tras el fallecimiento del padre
Álvaro Petit compuso tres docenas de poesías en que refleja las tres fases del duelo, tras la defunción de su padre, y el trayecto de una vida compartida
Mors certa, hora incerta. La muerte es uno de los rasgos que diferencian al ser humano de los demás animales. El hombre —a despecho de los transhumanistas— fenece igual que los irracionales, pero de otro modo. Su conciencia sobre la muerte es substancialmente distinta. El hombre no es bestia, ni es dios. Al contrario que ellos, vive sabiendo que entregará el alma, el hálito vital. Y, al contrario que ellos, se pregunta qué sucederá tras cruzar ese umbral del que nadie retorna. La muerte contiene, por tanto, una enorme dimensión cultural e íntima. La manera como la muerte está presente entre nosotros varía según siglos y según religiones. Y según familias y personas. Aquí estriba la pertinencia de este poemario que ofrece Álvaro Petit, y que escribió tras el fallecimiento de su padre.
De este libro podríamos destacar algunos versos —«No te vayas padre, | no aún que te estoy acumulando», «Yo toco, ido y ojeroso, los huecos que has dejado», «Es de noche y un aire avellanado hace corriente | y te aventa», «Se me muere el alma entre las manos, | y temo morir con ella: el alma, padre, | mi alma oceánica y desértica, | y me muero, padre, me muero yo con ella»—, y podríamos enunciar cada una de sus partes, que muestran las fases del duelo. Pero este libro tiene más de coral de lo que podría pensarse. Porque el autor no ha transitado solo el recorrido que plasman estos poemas. Lo ha caminado en compañía, y así lo deja claro: desde el elogioso prólogo que firma Jorge Freire, hasta una «nota final» en que se menciona a José María Marco, Julio Martínez Mesanza, Rafael Rubio, Juan Claudio de Ramón, Luis Alberto de Cuenca o María Tapias. Freire ahonda: «No exagero en el prólogo: Álvaro Petit es el mejor poeta de su generación, y el libro tiene hechuras de clásico».
Isla de Siltolá / 74 págs.
Lograr el amor es alcanzar a los muertos
Gregorio Luri asegura: «No poder cerrar este libro, porque en sus letras vibra aquella voz que advertía que era la última advertencia. La cena está en la mesa y tu padre espera. Había que abandonar el juego y los perfumes de la noche. Esa voz está aquí, dentro del libro, y por eso afuera ya no hay juego. Hay más oscuridad que noche. Todo es más serio y más frágil. Si está viva su voz, están ellos. Poniendo las yemas de los dedos en la pared, se siente su vibrar al otro lado. Y es deber filial tener las manos limpias cuando, al sentarte a la mesa, te acompaña su ausencia de manera tan contundente».
Y Enrique García–Máiquez, personaje crucial para la existencia este poemario, afirma: «En lo estrictamente poético, destacaría que Álvaro Petit ‘tiene verso’, usando una expresión muy atinada de Ramón Gaya, que distinguía a los poetas que sí y a los que no. Gracias a ese verso que tiene, que no es algo en absoluto común, puede permitirse un mundo muy propio, que se comunica al lector gracias a la expresividad poética. Estamos ante una poesía de alta tensión porque une una gran intensidad comunicativa con una gran profundidad personal».
Porque este no es un libro sobre teorías en torno a la muerte —aunque se habla mucho de la muerte—, ni sobre retórica y búsqueda una consolatio, ni sobre estampas socorridas. Es un libro, por el contrario, en que se vive con plena intensidad cada segundo y cada aspecto de la muerte, de la muerte del padre, de la vida del padre, del amor al padre, del amor del padre. Es un canto que intenta «alcanzar a los muertos», ser lo mejor que ellos han sido.