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Portada de «La busca» de Pío Baroja

Portada de «La busca» de Pío BarojaAlianza Editorial

'La busca': el Madrid golfo y mísero de la Restauración de Cánovas

Pío Baroja muestra la dureza de la vida, desde la mera niñez, en una novela repleta de injusticias y mezquindad, pero donde hay atisbos de superación, ternura y solidaridad

El año pasado se cumplieron 150 años del nacimiento de un autor muy reconocible por su estilo vívido, preciso, directo, realista, muy narrativo y sucintamente descriptivo: Pío Baroja (1872–1956). Su obra, en bastantes ocasiones, se desarrolla a lo largo de tramas que abarcan trilogías o seriales: «Tierra vasca», «La tierra fantástica», «El mar», «Las ciudades», «Memorias de un hombre de acción» (en este caso, una veintena de libros), entre otras. La busca es, precisamente, la primera novela de la trilogía «La lucha por la vida», y uno de los libros más célebres de este escritor vasco que, tras estudiar medicina y apenas ejercerla, se trasladó a Madrid, donde regentó una tahona y, frisando la treintena, se dedicó de lleno a la literatura y a colaboraciones en prensa.

Dentro de los rasgos que pueden definir la novela de Baroja —y La busca en particular—, se debe destacar el influjo del pensamiento pesimista de Schopenhauer y el vitalista de Nietzsche, por contradictorio que, a primera vista, pudiera parecer. De igual modo, su hastío y escepticismo —y resignación— se conjugaba con la honestidad y la ternura, e incluso un grácil y efectista lirismo en bastantes pasajes de sus libros. Desencantado de la ciencia, la religión y la política, supeditaba la novela a la vida, sobre todo, la de personajes alejados de cualquier idealismo y caracterizados, en muchas ocasiones, por notas castizas y de autenticidad plástica. Baroja entendía la vida —y en La busca se observa una y otra vez— como sufrimiento y como pugna por la supervivencia.

El escenario de La busca es el Madrid polvoriento y mísero de finales del siglo XIX —la época de Cánovas y la regencia de María Cristina— (la primera edición de este libro es de 1904), el Madrid de los barrios de chulapos, golfería y verbenas, de proletarios, delincuentes y navajas, pedigüeños, borrachos y blasfemias, prostitutas, analfabetos, algunos extranjeros y, sobre todo, degradación humana. Su protagonista es Manuel, un niño que se adentra ya en la adolescencia y que inicia su aprendizaje vital a base de experiencias repletas de pesadumbres y algunas dichas.

Portada de «La busca» de Pío Baroja

alianza editorial / 224 págs.

La busca

Pío Baroja

Comienza la narración en la pensión de doña Casiana, donde Petra, la madre de Manuel, trabaja como criada. Cuenta Baroja: «La Petra tenía cuatro hijos, dos varones y dos hembras; las dos muchachas estaban bien colocadas: la mayor, de doncella, con unas señoras muy ricas y religiosas; la pequeña, en casa de un empleado. Los chicos le preocupaban más; el menor no tanto, porque, según le decían, seguía siendo de buena índole; pero el mayor era revoltoso y díscolo» (nótese el amargo sarcasmo de algunas expresiones, como «unas señoras muy ricas y religiosas»). Este último hijo es Manuel, quien, al poco de arribar a Madrid, tiene que dejar la pensión y ponerse a trabajar en una zapatería de su tío Ignacio.

A partir de aquí, el protagonista va recorriendo diversas ocupaciones, incluyendo el vagabundeo. La violencia, la insolidaridad —en especial, de las clases medias hacia las clases bajas—, la injusticia —entreveradas con la bondad e inteligencia natural de unos cuantos personajes— son elementos constantes. De hecho, su primo Leandro mata a Milagros, su novia, un día de otoño y luego se suicida. Con el señor Custodio —un trapero que vive en una chabola— encuentra felicidad, pero Justa, su hija, le enciende la pasión amorosa y se acaba burlando de él. Humillado, celoso, desdichado, abandona y opta, de primeras, por enfangarse en la vida golfa. Pero en la Puerta del Sol acaba vislumbrando que otro tipo de vida es posible, aunque requiera de mucho tesón.

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